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Mercè  Marrero

LA SUERTE DE BESAR

Mercè Marrero Fuster

Mujeres bajo presión

Por nuestro físico, por nuestro peso, por nuestra edad, por nuestro estado de ánimo, por lo que fuimos y ya no somos.

La presión sobre las mujeres es agotadora

Esta semana he escuchado una de las frases que más tirria me provoca: «Esta mujer tuvo que ser muy guapa cuando era joven». La decían tres hombres, compañeros de trabajo, que aprovecharon para hacer ese comentario cuando su otra compañera de la oficina se levantó para ir al lavabo del restaurante. En realidad, lo dijo uno, pero el resto asintió. El juicio no era malintencionado, tampoco había acritud o un tonillo abiertamente sexista. Era una apreciación objetiva dicha por un grupo de señores con traje chaqueta y un tanto barrigones. Uno de ellos con papada y el resto con calvicie, una incipiente y la otra afianzada. Ya lo dijo San Mateo, vemos la paja en el ojo de nuestro hermano y no reparamos en la viga que está dentro del nuestro. Las mujeres llevamos escuchando este tipo de comentarios y sintiendo que se nos juzga con inquina por nuestro físico desde tiempos inmemoriales. No solo por los hombres, también por algunas congéneres. Triste.

En la gala de los Goya, la actriz canaria Sara Sálamo declaró que había asistido a la fiesta sin maquillaje. Y, cómo no, la machacaron y cuestionaron que fuera verdad. Si te maquillas mucho, malo. Si lo haces poco, peor. Algunas personas creen que tienen veda abierta para opinar inmisericordemente sobre cualquier gesto, acción u opinión lanzada por mujeres. Una foto en la que a la ministra Ione Belarra se le marcan los pezones se convierte en el centro de un debate político y en la excusa perfecta para ir a degüello a nivel personal y para cuestionar su valía profesional. Que alguien me explique por qué nuestros pechos tienen tanta importancia. En cada post que publica Madonna, haga lo que haga o pose como pose, un grupo de hienas la critican y tildan de vieja y operada. Que la reina de las pistas de baile mostrara su madurez sin tapujos ni bótox tendría su punto de ejemplaridad, pero ella no ha venido a este mundo para ser ejemplar. Mejor revolucionar. Mientras tanto, nadie le canta las cuarenta a Mick Jagger.

La vuelta de tuerca de lo soez es asociar el físico de una mujer al exceso o defecto de vida sexual. Si tienes llagas en la boca es porque te dedicas a ciertas prácticas sexuales. Si estás de mal humor, tienes sobrepeso o estás estresada es porque te falta hacerlo más y si estás de buen ánimo es porque estás bien servida. Si tienes un cargo de poder es gracias a hacerle ojitos a tu jefe. Si no lo haces más eres una estrecha y si te pasas, una furcia. La lista de despropósitos faltones es infinita.

Vuelvo a los Goya y a cómo disfruté del discurso de agradecimiento del hijo de Carlos Saura, Antonio. Me gustó que recordara a su padre rindiendo tributo a las mujeres con las que el director se había emparejado. Cuatro, en concreto. Su homenaje y forma de ensalzar sus virtudes fue un bálsamo. Un oasis entre tanto ruido. Pienso en ese tono conciliador mientras veo cómo vuelve a la mesa la mujer que «un día fue guapa». Lleva los labios pintados y los tres machirulos la observan embelesados. Fue bella, seguro, pero hoy lo es todavía más. Nos miramos. Nos sonreímos. El mejor momento es ahora.

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