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Juan José Company Orell

Consecuencias indeseadas

D. Miquel, mi querido y paciente profesor de autoescuela de allá por los setenta, en cada ocasión que me sentaba emocionado en el puesto de conducción del «seiscientos» para las prácticas de circulación, siempre me advertía con voz grave «los ojos en la calzada, nunca sabes si un niño te puede salir corriendo detrás de una pelota»; como buen alumno nunca olvidé aquella enseñanza, pero en ocasiones se hace sumamente difícil obedecer el consejo de mi viejo maestro de conducción; ahora en Ciutat lo fundamental no es vigilar la calzada sino estar atento al velocímetro del automóvil que conducimos, pues es obligado llevar la aguja marcadora exactamente en el límite de velocidad ahora establecido por los que mandan en eso del tráfico, que en algunas calles es de cuarenta kilómetros por hora y en otros treinta; intenten Ustedes vigilar al tiempo los escasos milímetros que separan en el relojito de marras la velocidad permitida de la excesiva, que puede ser solamente de diez kilómetros, siempre en evitación que nos llegue el penalizado pago correspondiente, y al tiempo no perder de vista la calzada que tenemos que recorrer; verán que no es fácil.

La Dirección General de Tráfico, para admonizarnos de la importancia de prestar la debida atención a la calzada, informa que a una velocidad de 60 kilómetros a la hora, el automóvil sin la debida atención recorre 17 metros, si las matemáticas no me fallan eso querrá decir que a la mitad de esa velocidad se recorrerá aproximadamente la mitad de esa distancia, esto es 8,50 metros, la longitud de dos automóviles al uso. El mismo organismo nacional informa que el tiempo de reacción del conductor puede verse afectado para mal, en el caso de realizar otras tareas como fumar, utilizar el teléfono móvil, programar el GPS o maquillarse; la DGT debería añadir una tarea más, «la función de vigilar como halcón el velocímetro para mantenerlo en la adecuada barra indicativa». Es curioso que la misma autoridad que sanciona duramente si el conductor mira un instante la pantalla del móvil obligue a una función igual, cual es la de mirar larga y atentamente el medidor de velocidad, que tiene que llevar clavado en el 30 o en el 40, según se trate. El mensaje ordenancista es el siguiente: lo fundamental es no rebasar la velocidad marcada, por aquellos de la economía familiar que no está precisamente para ir sufragando los gastos consistoriales, multa mediante, y si en los dos o tres segundos que el conductor baja la vista, cada tanto y alternativamente, para ir vigilando el no sobrepasar la velocidad límite, accede inesperadamente a la calzada frente a él y en ese tramo de los ocho metros de su ruta, un perro, un gato, un niño o cualquier otro peatón, el conductor podrá dormir tranquilo porque el atropello se habrá producido en estricto cumplimiento de la norma y además no le multarán, porque no se podrá aducir falta de atención cuando la atención ha sido distraída de forma exógena, en este caso administrativamente. Todo ello, mientras que el forzado y vigilante conductor no debe rebasar ese límite de velocidad, si no quiere ser perseguido por delito de lesa majestad, se ve adelantado en su trayecto por todo tipo de patinetes, bicicletas, artilugios de una o dos ruedas, y hasta algún runner.

Y luego queda el otro aspecto, cuasi kafkiano; los mismos que no dejan pasar jornada sin manifestarnos su odio profundo al fenómeno de la carbonización, que no es otra cosa que eso de emitir CO2 desde el tubo de escape de los automóviles, ahora quieren que hagamos lo contrario, pues es sabido que utilizar marchas cortas y a una menor velocidad implica un aumento del consumo de combustible y por ello de las emisiones de dióxido de carbono; la propia DGT informa que «las marchas largas consumen menos combustible, así que para una conducción eficiente se recomienda aumentar el uso de ellas, tanto en ciudad como en carretera. Además, lo ideal es mantenerlas el mayor tiempo posible, porque es precisamente el cambio de marchas con mucha frecuencia lo que aumenta el consumo»; el subrayado es propio pero oportuno.

Así que es mejor que olviden los habituales dicentes lo del frenado de emisiones de dióxido en Ciutat, pues son los mismos que por un lado te dicen que contamines menos pero luego te fuerzan a contaminar más, y eso es así digan lo que digan; te conminan a contaminar menos pero al tiempo se inventan modos para que el resultado sea el contrario. Pero poderoso Caballero es Don Dinero, el dinero es el objetivo fundamental y Palma se ha convertido en una enorme máquina tragaperras en la que ningún jugador consigue nunca el Jack-Pot; se paga por la posesión de un automóvil, se paga por circular, se paga por estar parado, se paga incluso al gorrilla que te señala un posible estacionamiento, en evitación de alguna rayada sorpresiva en tu automóvil si no lo haces; un verdadero chorreo de dinero que aumenta el gasto de acudir al centro de la ciudad para cualquier gestión, consumo o placer; así y todo algún munícipe todavía se asombra de forma ostentórea, que diría el insigne D. Jesús Gil, de que la gente, cada vez más, prefiera comprar en áreas menos «maduras» para la exacción municipal y fuera del pequeño comercio palmesano que se va muriendo a toda prisa, sobre todo cuando se percibe que todo son impuestas dificultades, quizá por ese mismo edil asombrado, para acudir a ese pequeño comercio. Sigan así y veremos dónde llegaremos.

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