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Ramón Aguiló

escrito sin red

Ramón Aguiló

Tamames o el horror vacui

Cuando pergeño estas líneas aún no está confirmada la candidatura de Tamames para presentar una moción de censura contra Sánchez avalada por diputados de Vox; pero el solo hecho de su posibilidad ya ha agitado las aguas de la política: «Es un esperpento», «se le ha ido de las manos a Vox», son los comentarios procedentes del Gobierno, del PP, de Ciudadanos. La propuesta realizada en la dirección de Vox es originaria de Sánchez Dragó que, como se sabe, compartió cárcel con Tamames en los años cincuenta, los dos por pertenecer al Partido Comunista de España. Recordemos que la opción de la moción de censura se planteó a finales del pasado año tras los indultos a los condenados por el golpe de Estado del independentismo catalán, la supresión del delito de sedición, la devaluación del de malversación y el intento inconstitucional de modificar la ley del Tribunal Constitucional por el Gobierno de Pedro Sánchez. La reclamaron entonces Vox y Cs mientras el PP la rechazó, aunque afirmó su disposición a abstenerse en caso de ser presentada, con el argumento de que no podría ganarse y concedería una victoria a Sánchez (el objetivo de todas las mociones, menos la que acabó con Rajoy, ha sido la crítica al ejecutivo, no la victoria). Ahora, tras el escándalo de más de 400 violadores con pena reducida o en libertad tras la aplicación de la ley del sólo sí es sí, se refuerzan los argumentos para presentarla, aunque Cs no mantiene ya su necesidad. Así como en el arte el horror vacui obliga a rellenar el espacio vacío o en la física decimos que la naturaleza aborrece el vacío, podemos decir que la política tiene horror al vacío. Parece que la degradación gubernamental es de tal magnitud y el vacío de su denuncia tan absoluto que genera una succión tan poderosa como para que tener a Tamames como candidato a presidente del Gobierno pueda suponer una descompresión de la persistente tensión que genera la toxicidad radiactiva de Sánchez y su gobierno de coalición, que no son sino una catástrofe que se devora a sí misma.

Sobre la ley del sólo sí es sí hay que decir que, efectivamente, es una ley instada por Unidas Podemos por medio de Irene Montero, ministra de Igualdad, pero asumida por el PSOE y Gobierno en su conjunto, y por Sánchez en primera persona como presidente, es una ley de Sánchez, que alardeó de la misma, una ley que era un hito, pionera en la historia del feminismo. Todo con posterioridad a la advertencia documentada del ministro Campo: «el proyecto de ley de Igualdad es una masacre legislativa, jurídica y ortográfica». Sabiéndola y siendo conscientes de la aberración que suponía, y con las advertencias de los órganos consultivos, CGPJ y Consejo de Estado, la aprobaron y la hicieron suya, en clara conducta prevaricadora. Ante el desastre producido, el PSOE presentó el lunes una proposición de ley elevando las penas. Como no aprenden y son incompetentes, las proposiciones están pensadas para la oposición y no para el Gobierno, con ese nuevo movimiento sin informes consultivos, pueden hacer un pan como unas hostias. Efectivamente, al volver a separar el abuso de la agresión, el abuso queda penado con penas más altas, se reduce la protección de menores víctimas de delitos sexuales y es posible imponer penas a los menores que delincan superiores a las de los adultos. Sánchez, ejerciendo, como siempre, de trilero y tramposo, intentó justificar la ley y su rectificación diciendo: «Es una buena ley, pero ha tenido algunos efectos indeseados». Si ha tenido efectos indeseados es que no es una buena ley. Kafka escribió que el carácter de una persona es inalterable, un mentiroso miente incluso cuando dice la verdad. En efecto, éste es el caso de Sánchez, que puede decir algo verdadero con la clara intención de engañar o confundir a sus opositores.

La inoperancia del PP y de Feijóo en la denuncia a Sánchez, su cobardía congénita a enfrentarse a cara descubierta con el mal, su acomodaticia esperanza sin riesgos de que sean los ciudadanos los que censuren a Sánchez en las elecciones abonan la acusación descalificadora de Abascal, la de ser la derechita cobarde. Algunos de los gestos de Feijóo van en esa dirección. Estos días pasados, en un acto en Valencia, Feijóo ha posado, para escenificar la imagen de un partido sólido y unido, ¡con Aznar y Rajoy! Ha desdeñado aparecer del brazo de los activos presentes y, sobre todo de futuro, como Ayuso, y se ha centrado en dos personajes del pasado. Con Aznar, que no modificó la ley de González que acabó con la separación de poderes; que mintió sobre las armas de destrucción masiva de Sadam Husein; que nos hizo participar en la guerra de Irak; que mintió sobre el 11 M culpando de los atentados a ETA. Con Rajoy, que siguió sin restaurar la separación de poderes; que no acometió reforma alguna; que fue incapaz de impedir el uno de octubre de 2017; que dictó un 155 a contrapelo, empujado por el discurso del Rey; que no dimitió cuando la moción de censura para posibilitar un sustituto del PP, dando paso, por soberbia, a Sánchez, yendo a emborracharse dejando su escaño ocupado con el bolso de Sáenz de Santamaría. Si estos son sus ejemplos, si los electores tienen a bien llevarle en volandas a la presidencia del Gobierno ya sabemos que con él tendremos más de lo mismo, demora, procrastinación, ausencia de reformas constitucionales, sólo la puntita de la gestión aseada hasta un nuevo hundimiento.

Tamames tiene ochenta y nueve años. Son muchos, sí. Ha sido un economista brillante, como atestigua su Estructura económica de España que, a través de sus infinitas reediciones ha ayudado a generaciones de economistas. Tiene un pedigrí democrático que para sí querrían muchos. Del PCE en tiempos durísimos, concejal del ayuntamiento de Madrid con Tierno Galván y afiliado al CDS de Suárez. Una trayectoria política sinuosa paralela a la de sus compañeros de cárcel, desde la extrema izquierda hacia posiciones moderadas. Hombre inquieto, inteligente, con una capacidad innata para la provocación y para sortear las trampas de su vanidad, enorme. Pero, comparada con la del que ha tenido que enfrentar la rotación del núcleo terráqueo o su obsesión por pasar a la historia con y sin Franco, es pecado venial. Le he oído por radio y televisión, más rápido, lúcido y espabilado que las legiones de incompetentes vividores de la política que se asientan en el Parlamento.

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