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Aracely R. Robustillo

Los monstruos sí que existen

Tal vez ha llegado el momento de darnos cuenta de que sí es bueno que los niños tengan miedo de ciertas cosas. Tenemos que enseñarles a identificarlo y a escucharlo

Corren tanto los tiempos, que cada vez resulta más difícil reciclarse sin quedarse obsoleto a la primera de cambio. Los conceptos, los valores, la estética y hasta el vocabulario evolucionan a la velocidad de la luz y, a veces, abren abismos generacionales, complicados de salvar. Cuando yo era pequeña, un monstruo era un bicho feo con el que asustar a los niños para que nos portásemos bien. Hoy en día, no veas tú cómo ha cambiado el cuento.

Ya ni siquiera es políticamente correcto decirle a nuestros hijos que existen y mucho menos, amenazarles con ellos. Se te pueden tirar al cuello los cientos de psicólogos infantiles que a diario nos aconsejan sobre los tipos de crianzas saludables, que nada tienen que ver con la que nosotros recibimos no hace tanto tiempo.

La mayoría tienen en común fomentar lo positivo y el apego. Transmitirles que no deben tener miedo y que nosotros les protegeremos siempre. Y sí, todo eso está muy bien, pero qué quieren que les diga, yo cada vez que sale a la palestra la detención de un pederasta, me pregunto si estamos haciendo bien contándoles esa milonga.

Hace pocos días que nos hemos enterado de que a principios de mes, la Policía Nacional detuvo en Barcelona a un hombre que, desde 2016, había estado abusando de menores de entre 3 y 10 años, grabándolos en cámara y subiendo los vídeos a Internet. Poco ha trascendido de su identidad, pero sí se sabe que tenía acceso a los pequeños porque era monitor de fútbol y porque formaba parte del entorno de sus padres.

Los monstruos sí existen. No los del imaginario colectivo, terroríficos a simple vista, deformados, grandes, oscuros, ruidosos, con dientes afilados y amarillos, clavaditos a los de la serie Stranger things, o en películas como Alien. Criaturas cuyo aspecto no dejaba lugar a ningún tipo de dudas sobre sus intenciones.

De los que debemos guardarnos y guardarlos es de los que viven agazapados en una existencia nada significativa, pero siempre relacionada con los niños; desarrollando actividades que les permitan estar lo más cerca posible de sus presas, o enmascarados en el anonimato perfecto, con opción a disfraces digitales varios, en las redes sociales.

Posiblemente nada en su apariencia dé a pensar que son depredadores sin escrúpulos y, sin embargo, esperan su oportunidad para aprovecharse de los más vulnerables, amparados por la confianza ciega que les da su posición y posiblemente su insignificancia. Existen otros engendros horripilantes de los que tenemos que advertir y concienciar a nuestros niños, porque ellos sí que suponen un peligro real y aterrador que puede cambiar sus vidas para siempre.

La organización Save the Children asegura en un informe titulado Los abusos sexuales hacia la infancia en España y que fue presentado a finales de 2021, que el 84% de los abusadores son conocidos, en mayor o menor grado. En el mismo estudio, apuntó que en casi el 80% de los casos las víctimas son niñas y chicas adolescentes; y que la edad media en la que empiezan a sufrir estas conductas es muy temprana, a los 11 años y medio.

Tal vez ha llegado el momento de darnos cuenta de que sí es bueno que los niños tengan miedo de ciertas cosas. Ayudarles a mirar mucho más allá de las caras bonitas, de las palabras amables y de los códigos estéticos establecidos. Revisar con ellos ciertos conceptos y hasta las definiciones de los diccionarios más acreditados, para que aprendan a distinguir a esos otros seres aberrantes, cuyo aspecto no resulta alarmante a simple vista. Guiarles, de alguna manera, para reconocer y escuchar esa voz interior que les dice que lo que les transmite una persona, o lo que hace, no está bien. El miedo, esa alarma genuina e imposible de impostar que se enciende en nuestro cerebro, es lo que tenemos que enseñarles a identificar y a escuchar.

E insistirles en que da igual que esa sensación se active con alguien que en principio debería ser una persona segura, por ser de la familia, por ser un profesor, un monitor de extraescolares, o un religioso. Que le presten atención a ese rechazo instintivo que les suscita ese individuo y sus acciones.

Y que tengan muy claro siempre, siempre, que nunca ha sido culpa suya. Ni son ellos los que tienen que cargar con la repulsa o la vergüenza. Que sepan que los monstruos sí que existen, que solo hay que aprender a identificarlos y no tener miedo de apuntarles con el dedo.

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