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Pilar Ruiz Costa

Una ibicenca fuera de Ibiza

Pilar Ruiz Costa

Una Marie Kondo para Marie Kondo

Los millones de ciudadanos en todo el mundo que han comprado uno de los libros de Marie Kondo en general y los que padecen un trastorno obsesivo compulsivo por el orden y la limpieza en particular han sentido estos días un terremoto de grado 8.8 bajo sus pulcros pies. La gurú, el icono, la musa de la organización ha dicho recientemente en un seminario impartido online que «después de tener a mi tercer hijo estoy más ocupada que nunca y he llegado a aceptar que no puedo ordenar todos los días». Esta nueva teoría del caos ha creado un efecto mariposa que ha batido sus alas desde la mansión en Los Ángeles de la best seller hasta Villanueva del Pardillo donde un cajón de calcetines doblados en vertical y guardados por colores han salido despedidos huérfanos de algo en qué creer.

Heridos de muerte todos los que invirtieron 2500 dólares para asistir a uno de sus talleres virtuales y cuanto menos resentidos quienes se autorregalaron estas pasadas Navidades su bata de lino ecológico e hipoalergénico por 195. No se conocía fraude semejante desde tiempos Milli Vanilli. ¿Qué será lo siguiente? ¿Que el PP no invite en sus listas a Begoña Villacís?

Ahora resulta que La magia del orden, el libro que catapultó a Kondo a la fama, no era magia propiamente dicha, sino que es que la pilló soltera y sin hijos. El enésimo ejemplo de ‘consejos vendo que para mí no tengo’. Marie nuestra del amor hermoso acabó petando, colapsando, un big bang doméstico. Tampoco un Diógenes, caramba, sino un descubrir que tres hijos son seis manos y una apenas tiene dos. Y ojo, Marie, que a veces basta con uno solo para descubrir que los niños traen un pan bajo el brazo y desorden en el otro. Que con niños en casa la tostada siempre cae del lado de la mermelada, pero en cuanto eres una madre algo curtida sabes que si le soplas y le quitas el pelo más largo aún se puede comer.

Pero como ya nos cantó Shakira, «las mujeres no lloran, las mujeres facturan», Kondo saca un nuevo libro —atentos porque según su método el máximo de libros aconsejados en las estanterías son 30 y con este ya van 7—; El Método Kurashi, que nos promete mostrarnos la técnica para ser más felices, yendo más allá de las estanterías y cajones a nuestra mente, enfocándonos no en todo aquello que debemos abandonar, sino en lo que nos genera alegría con un plus de ejercicios de yoga y hasta recetas para tu propia ceremonia del té.

Alegría como aceptar «que no puedo ordenar todos los días». «Y no pasa nada», añadió para más inri. ¿Cómo que no pasa nada? Pasa que poner en orden significa saber priorizar. Pasa que rendirse a veces es ganar. Pasa que es importante tener la valentía de rendirse y el coraje de mostrarse vulnerable. Pasa que en tiempos de no conciliación, especialmente de cara a otras madres, reconocer que a menudo faltan horas —y fuerzas— para tener todo ordenado y no pasa nada, ¡mostrarte humana!, es lo mejor que podías darnos.

No lo digo yo, sino los 340.000 angloparlantes de todo el mundo que, por primera vez, votaron para elegir la ‘palabra del año’ de la Universidad de Oxford. 318.956 personas, un 93%, decidieron que la expresión goblin mode (modo duende) era la palabra de 2022 arrolladoramente por encima de ‘metaverso’. Para el diccionario trae su propia definición que viene a ser un «tipo de comportamiento que es sin disculpas autoindulgente, perezoso y descuidado». Una reivindicación contra esa imagen tan repetida como imposible de llevar a la realidad del ‘sé una mejor versión de ti mismo’ repleta de cuerpos, mujeres y madres perfectas que se levantan antes de que salga el sol todos los días mientras se hornean los panecillos para realizar sus rutinas de ejercicios, de cuidados de la piel y alimentan a sus hijos vestidos de blanco a base de batidos verdes y semillas de chía que se toman sin rechistar.

Un hasta los mismísimos a tantas expectativas impuestas por las redes sociales. O no. Pero desde luego sabiendo distinguirlas de la realidad y la realidad, la sana realidad debe ser algo en el amplio espectro de grises entre lo divino de las celebrities y lo humano del cuarto de mis hijos. Y también un recordatorio de que la opinión que de verdad cuenta es la de aquellas personas que nos quieren, no a pesar de nuestros errores y debilidades, sino precisamente con ellos.

Algo parecido dijo Theodore Roosevelt en La Sorbona en París, allá por 1910.

«No es el crítico quien cuenta, ni aquel que señala cómo el hombre fuerte se tambalea, o dónde el autor de los hechos podría haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece al hombre que está en la arena, con el rostro desfigurado por el polvo y el sudor y la sangre; quien se esfuerza valientemente; quien yerra, quien da un traspié tras otro, pues no hay esfuerzo sin error ni fallo».

Y aún con más clase nuestra poetisa Elvira Sastre:

«Te vi follar y fallar y no sé cuándo me gustaste más: si cuando te contemplé proclamándote diosa o cuando te observé confesándote humana».

@otropostdata

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