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Matías Vallés

Compra libros de autores cancelados

Nadie en su sano juicio se atreve a reivindicar en público a un escritor condenado por la turba sin leerlo, pero se impone el truco de defenderlo en silencio por la vía mercantil

Es fácil ponerse de acuerdo en que un mal artista no mejorará tras cometer un crimen abyecto. Entonces, por qué tendría que empeorar un buen artista en idénticas circunstancias. Por si acaso, se concederá que el enunciado anterior es falso, indigno de ser defendido en público. Los doctrinales y doctrinarios exigen que, cada vez que un autor se toma una broma de más, debe ser decapitado y esparcidas sus cenizas. Así se promueven hoy la democracia y la libertad creativa.

Cada persona que empuña un teléfono móvil, se cree tan innovadora como el mono wagneriano de la odisea espacial de Stanley Kubrick. Concentrado en el último tuit, al movilizado le sorprendería saber que el Índice librorum prohibitorum no solo tiene siglos de antigüedad, sino que permaneció vigente hasta los años sesenta. Aquellos herejes perniciosos que atentaban contra la opinión dominante se llaman hoy «cancelados», no se ha avanzado demasiado en la nomenclatura, y merecen desde luego un tratamiento criminal.

Los humanos no solo son cambiantes en sus apetitos, también en sus detestaciones. De ahí que el respetuoso de la ortodoxia y la moral establecidas se hubiera perdido las obras completas de Hobbes, Erasmo, Balzac o Sartre, quizás por fortuna en el último de los citados. El seguimiento a pies juntillas del Index hubiera cancelado, valga la redundancia, toda la cultura occidental. Es correcto afirmar que los inquisidores clásicos se avanzaron a los propósitos de sus imitadores contemporáneos, aunque se desenvolvieron con menor empuje y éxito.

La matanza totalmente justificada de autores pretéritos debería despertar alguna prevención sobre la carnicería en curso, que aplicada en su integridad no dejaría escritor clásico ni contemporáneo en pie. Es fácil acordar que los nativos digitales no son solo los especímenes más perfeccionados de la humanidad, sino probablemente del universo entero. Sin embargo, en los residuos de siglos de escepticismo debería germinar la cautela de un por si acaso.

Descarten por favor la hipótesis de tropezar aquí con una defensa de los autores decapitados, de Shakespeare en adelante pasando por Lo que el viento se llevó, donde los beneméritos verdugos no han reparado en los esclavos blancos sudistas Nadie en su sano juicio se atreve a reivindicar en público a un escritor condenado por la turba sin leerlo, ante el pánico justificado a un fusilamiento en las redes asociales. Han periclitado los manifiestos en defensa de causas nobles, solo se firmaría un folio de apoyo si constara de una sola palabra, que además fuera «quizás».

Sin embargo, la picaresca condenada por todos los Índices ha encontrado una vía de escape inesperada, la mercantil. Los escritores cancelados pueden ser defendidos en silencio por el valioso método de comprar sus obras, incluso por internet si el librero se pone ceñudo al solicitarle un volumen prohibido. Es lo más cercano al anonimato que se puede alcanzar en el siglo XXI. Los datos confirman que Los versos satánicos de Salman Rushdie se convirtió en el número uno de ventas de Amazon tras el atentado contra el escritor en Nueva York, mientras Irán se felicitaba del apuñalamiento. En un gesto colectivo conmovedor, el dato comercial aparecía además destacado en la página web, con lo que se superaba el impacto vecinal de los manifiestos decadentes. Admitamos que la adquisición contribuye al enriquecimiento de Jeff Bezos pero, quien privilegie este argumento cancelador a la defensa de la libertad de expresión, no debería leer jamás un artículo como éste.

Ahora mismo, El tratado sobre la intolerancia de Richard Malka, el abogado de Charlie Hebdo, es un panfleto cargado de futuro en manos de quienes se niegan a culpar a la revista de los asesinatos que sufrió. A los acobardados les cuesta acudir a una tormentosa presentación de Nadie nace en un cuerpo equivocado, pero lo han comprado aunque no estén seguros de leerlo. Debe admitirse que el respaldo monetario a los cancelados tiene un límite. Cuesta afrontar un Harry Potter de J.K. Rowling, pero la saga del detective Cormoran Strike que la perseguida escritora británica firma como Robert Galbraith solo se ve superada por Agatha Christie.

Es imposible leer, y mucho menos comprar, todos los libros que la victoria de la moral sobre la calidad considera inasumibles. No importa, la oferta de cancelados es tan variada que el menú supera a la programación de cansinas teleseries de las plataformas. Si alguien lo duda, que se entregue a la novela gráfica Último fin de semana de enero, del cancelado francés Bastien Vives.

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