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Mercè  Marrero

LA SUERTE DE BESAR

Mercè Marrero Fuster

Los prejuicios y los buenos tipos

Es una pena que hayamos reducido la complejidad del ser humano a la mínima expresión, a un par de atributos y a varios lugares comunes

Mi grupo de amigos se divide entre los que se han reído (mucho) viendo Machos alfa y los que consideran que son una panda de machirulos que flaco favor están haciendo a los avances del feminismo. Yo me declaro del primer grupo. No entiendo por qué tenemos que estar siempre significándonos y posicionándonos en un lugar en detrimento de otro. O eres de los nuestros o eres un contrario. Los prejuicios son malos compañeros. El humor huye de lo políticamente correcto y el feminismo, además de imparable, juega en otra liga. O eso creo yo.

Alguien me contó que, cuando le preguntaron a Jorge Luis Borges si no consideraba que todos los alemanes eran unos totalitaristas, él respondió que no podía opinar porque no conocía a todos y a cada uno de los de esa nacionalidad. Jamás he sabido si esa anécdota es cierta, pero imagino que quien me lo contó quería que me quedara claro que cualquier generalización denota cierta estupidez. Los catalanes son unos tacaños, los andaluces unos vagos y los mallorquines unos cerrados. Todavía recuerdo cuando Victoria Beckham sentenció que España olía a ajo y que apestábamos a chorizo. Angelito, qué atrevida es la ignorancia.

En el libro de James Salter Todo lo que hay, uno de los personajes, Christine, le pregunta al protagonista de la novela, Philip Bowman, si ha probado alguna vez la heroína. Ella afirma que la droga provoca un placer que no puede compararse con nada y él responde que jamás la ha consumido. Previendo su posible decepción añade: «No me gustaría que pensases de mí que solo soy un buen tipo». En la celebración del vigésimo y pico cumpleaños que compartí con varias amigas, un chico me ofreció «como regalo» una raya de cocaína. A mí, que las drogas me han aterrado siempre, me temblaron un poco las piernas y decliné su invitación. Volví a la pista de baile pensando que jamás ligaría con él porque, seguro y en el mejor de los casos, me veía solo como una buena tipa. Una aburrida que no sobrepasa los límites. Se supone que arriesgar, ponerse en peligro y transgredir son atributos de alguien intenso e interesante. Más prejuicios.

Es fácil, demasiado fácil, caer en estereotipos y juzgarlos según unos códigos estrictos e inciertos. Si haces determinadas cosas eres de derechas, si haces otras eres de izquierdas. O, lo que todavía es peor, tanto si eres de derechas, de izquierdas o de donde seas, tus opiniones deben ser unas e inamovibles. Es una pena que hayamos reducido la complejidad del ser humano a la mínima expresión, a un par de atributos y a varios lugares comunes.

Vuelvo a Bowman

y a los buenos tipos. Desde que leí esa frase le doy vueltas a las características que debería tener alguien así. La honestidad es un punto. La valentía y la bondad, también. Un buen tipo es educado, humilde y empático. Un todoterreno. Sin embargo, en la novela de Salter sobrevuela el prejuicio de que un buen tipo no es lo suficientemente sexi. De hecho, Christine le responde que él no es solo eso, sino que es un hombre de verdad. Signifique eso lo que signifique. Por supuesto, acaban durmiendo juntos, pero no seré yo quien desvele el final.

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