Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

No nos merecemos esto

Vecinos depositan velas y flores en la Plaza Alta de Algeciras donde fue asesinado Diego Valencia, sacristán de La Palma. Nono Rico

Hace unos días, un radical islamista, de nombre Yassine Kanjaa, asesinaba en una iglesia de Algeciras a Diego Valencia, sacristán de ese templo, titulado La Palma. Al respecto, hubo una reacción mediática relevante, si bien de intenciones muy diversas: mientras algunos informaban de manera excelente, otros demostraban su alergia a cualquier cosa que oliera a Iglesia Católica y también al Cristianismo. Pero la cuestión, se mire desde donde se mire, es que un ciudadano español, tan relevante como cualquier otro, dejaba su vida por la sencilla razón de que le confundieron con su Párroco, a quien Yassine Kanjaa deseaba eliminar. Afirmar que entregó su vida por la fe profesada, puede parecer una exageración, pero queda claro que de no haberse encontrado donde se encontró, en torno al altar, nada le hubiera pasado. Las cosas son como son, y un ciudadano español lo es sea como sea y piense. Pero es que además y en los tiempos que corremos, morir por algo que se ama merecería un respeto infinito, nada semejante a esa cultura de la improvisación en que estamos sumergidos. Pero hay más.

Al cabo de dos días y en la Sexta, «un tal Blázquez», dueño y señor del llamado «otro informativo», dentro del informativo de la noche, dedicaba su análisis del caso a comentar unas palabras del líder popular, Núñez Feijóo, para desacreditar al Catolicismo. Está claro que las palabras de Feijóo fueron inoportunas y exageradas, quizás con la mejor intención, pero en el mismo momento los representantes de la Iglesia Española afirmaban el peligro de saltar desde un individuo a toda una Religión o Credo. Las palabras de Feijóo fueron: «No verá usted a un católico matar en nombre de su religión», punto de partida para que el señor Blázquez cargara sin piedad contra una historia de masacres llevadas a cabo por creyentes cristianos en los últimos años. Quedé petrificado ante el televisor, porque una cosa es que el universo de la fe cristiana/católica te caiga mal y no dejes de recordar sus responsabilidades, y otra muy diferente que aproveches el poder de un medio para intentar destrozar la imagen pública de ese universo. Tanto más cuando, repetimos, los representantes de la Iglesia Católica Española eran rotundos en afirmar lo que afirmaron, y que me pareció tan oportuno como modélico.

Al mismo tiempo y en la Trece Televisión, dependiente de la Conferencia Episcopal de España, se informaba con una contención admirable sobre todo lo sucedido. Dejando claro la responsabilidad del agresor, el Islam era merecedor no solo de respeto antes bien de auténtica defensa como colectivo que, a su vez, declaraba la condena del asesinato. Podía haberse insistido en la personalidad religiosa del agresor, pero no se hizo, en un gesto merecedor de aplauso y hasta de admiración. Muy en la línea de Francisco.

Tras esta información lo más objetiva posible, insistimos de nuevo en el carácter ciudadano de la víctima, merecedora, por lo tanto, de la adhesión de los poderes estatales, que, sin embargo, han estado ausentes del funeral, seguramente para no contaminarse de la naturaleza religiosa y eclesial del evento. Pensamos que una cosa es la naturaleza laica de nuestro Estado y otra practicar un laicismo que menosprecia el hecho religioso y entra en fricción con la naturaleza ciudadana de toda realidad nacional.

Pero lo que nos importa, en fin, son dos cuestiones relevantes protagonizadas por este tristísimo acontecimiento. Primera: Diego Valencia, además de sacristán de una iglesia concreta, murió a manos de un radical islamista porque el asesino lo confundió con su Párroco, y en segundo lugar, las palabras puede que desafortunadas de un líder político no pueden generalizarse en perjuicio de toda una Confesión Religiosa.

Esfuerzos estamos haciendo muchos católicos españoles por trabajar en un «aggiornamento» eclesial, no sin dificultades. Intentamos respetar a cuantos no piensan como nosotros, a la vez que manifestamos las grandes directrices de nuestra identidad. Lo que no aceptamos son condenas infundadas, precisamente a raíz de eventos luctuosos, que destruyan la imagen pública de nuestra Iglesia. Sencillamente y con absoluta convicción, no nos merecemos esto. Ser creyente y ser ciudadano merecen otras respuestas más oportunas y menos agresivas. Porque, en definitiva, solamente la verdad nos hace libres.

Compartir el artículo

stats