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Daniel Capó

LAS CUENTAS DE LA VIDA

Daniel Capó

El señalamiento

Conforme se acercan las elecciones, los partidos se aprestan a mostrar músculo. Y los demagogos lo hacen señalando con el dedo, como es su práctica habitual. El ataque ad hominem es una de las formas más comunes de zafiedad, lo practique la derecha o la izquierda. Para Unidas Podemos, Mercadona se ha convertido en el nuevo gigante empresarial al que demonizar, como antes lo fue Amancio Ortega y sus donaciones al sistema público español de sanidad. El discurso del rencor que practica el partido morado cohesiona a sus huestes (para Chesterton, el odio une más que el amor), pero nos habla bien a las claras de la irracionalidad moral en que está sumido el debate político en nuestro país. Y así, de acuerdo con la ministra Belarra, el problema de la inflación se debe a los márgenes monstruosos que ganan algunas empresas (las más exitosas de España, por cierto) y no a los efectos de la guerra o a la larga década de experimentación monetaria o a un gasto público fuera de control. Se ve que los miles y miles de trabajos creados por Mercadona y Zara, y los miles de millones de euros que pagan en impuestos no sirven, como tampoco sirve que la ciudadanía, libremente y en un número significativo, opte por acudir a estos establecimientos a realizar sus compras. El hecho de que Mercadona pague a sus empleados por encima de otros establecimientos de su sector importa poco también, cuando el objetivo es continuar tensionando la sociedad, dividiéndola, según una vieja táctica que es común tanto a los extremismos de izquierdas o derechas como al nacionalismo. La intolerancia es, sencillamente, una práctica común de la mala política. Pero ya no se guardan ni siquiera las formas.

Otro ejemplo lo tenemos en el escrache que vivió la presidenta Ayuso en la Universidad Complutense y que ganó el aplauso de los agitadores habituales, mientras el votante no ideologizado permanecía perplejo. Cada día parece más claro que Ayuso va a repetir su mayoría absoluta o que, al menos, se encontrará en una situación parlamentaria muy cómoda. No puede ser de otro modo cuando crece el hartazgo de los ciudadanos hacia un enfrentamiento irreal continuamente azuzado por unos partidos indiferentes a las necesidades y urgencias más inmediatas. Algunos datos así lo corroboran: los del empleo, por ejemplo, hinchados por la estadística y por las nuevas plazas para funcionarios, pero francamente preocupantes cuando España ni siquiera ha recuperado el PIB previo a la pandemia y cumple un lustro –los años del sanchismo, precisamente– como el país que menos crece de la Unión y, por tanto, el que más se ha empobrecido en términos relativos.

Cuando la política se distancia tanto de la realidad, nada bueno puede suceder. Al contrario, los bloques antagónicos seguirán magnificando sus diferencias y creando mundos paralelos aptos sólo para sus fieles. El itinerario clásico de ruptura demagógica se va construyendo así, tal y como hemos visto en tantos otros países que se desviaron de su ruta hacia el progreso y la estabilidad. Se ha reivindicado –con razón, creo yo– que el éxito de la Transición tuvo que ver con un doble anhelo: el de Europa, por un lado, y el de la moderación, por otro. Activarla de nuevo resulta crucial; volver a mirar hacia fuera, adoptar sus ejemplos y recuperar el espíritu del consenso que hizo habitable un país.

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