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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

El padrino se miraba en Al Pacino

Es falso sostener que nos encantaría ser reyes para vivir como tales, o en concreto como Juan Carlos I. Los seres humanos se someterían a las restricciones más radicales con tal de adquirir el idealizado rango de monarcas. La demostración se llama Matteo Messina, porque el vértice de la Cosa Nostra vivía en condiciones de ocultamiento que no aceptaría un trabajador de salario mínimo. Las imágenes difundidas del búnker donde se ocultaba el capo incluyen la fotografía canónica de Al Pacino en El Padrino II, con el pelo engominado hacia atrás y la estampa de dominar el imperio del crimen desde una voz susurrante.

El padrino real (más adelante discutiremos esta atribución) se miraba cada mañana en el cartel de la película de Coppola, antes de ordenar el asesinato de un rival revoltoso o del juez Giovanni Falcone. Un análisis apresurado determinaría que el emparentamiento Messina/Pacino demuestra la fidelidad de la traslación cinematográfica. Brillante, salvo que el segundo capítulo de la saga se estrenó en 1974, cuando el capo siciliano contaba apenas doce años. De ahí que pueda plantearse quién es el padrino correcto. Por tanto, se puede apuntar a que el cine inspiró la conducta y actitudes del asesino más poderoso del mundo contemporáneo, descontadas las invasiones de Irak y Ucrania. El orden correcto es Pacino/Messina.

Los recalcitrantes insistirán en que Pacino, De Niro o Coppola son linajes italianos, por lo que conocían de primera mano los usos mafiosos. Por desgracia para esta sugestiva tesis, la mayoría de los hombres de cine ítaloamericanos vivieron juventudes desahogadas en la esfera burguesa, sin correr más riesgo vital que la lectura de los libros de Mario Puzo. Por tanto, la detención de Messina demuestra que la ficción basada en su cargo determinó en realidad su conducta. No puedo aguardar a que los políticamente correctos abanderen la supresión de las películas de mafiosos, por corromper a la juventud. Se certifica asimismo el fracaso de quienes solo encontraron en este relato de persianas bajadas un ocio de calidad excelsa, en lugar de interpretarlo como un útil faro de su carrera profesional.

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