Diario de Mallorca

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Alex Volney

Franquismo sociológico y cultural

Al sur de Mesopotamia, actual Irak, Nisaba fue una diosa de la fertilidad y de la escritura, todo al mismo tiempo y en algunas zonas, de la astrología. Su símbolo era el estilete al ser diosa de los escribas. Aunque no lo crean, la escritura en su momento fue un preciado conocimiento y el escriba un personaje que iba ascendiendo en el poder. Leer parece que era esencial pero no se mostraba, la habilidad requerida era escribir por transmitir o dejar, de alguna manera, acta de los acontecimientos u operaciones mercantiles. No jugaban el rol de asimilar y almacenar la información más delicada de esos contenidos, se les veía como conservadores de los hechos para la transmisión de la memoria. Y todo por el «bien público», muchos siglos antes de nuestra era. El tema era muy peliagudo pues podían ser, como eran casi siempre, los transmisores de la información de mandos militares o incluso de reyes. Comunicaban las órdenes que irían configurando la Historia y en ello iría cogiendo más sentido que nunca aquello de que la escriben los que la van ganando. La escritura había nacido por razones comerciales, Alberto Manguel en su fabulosa Una historia de la lectura lo tiene muy claro. Romanticismos aparte, el hecho de escribir siempre ha ido ligado al poder y a la cárcel. De Jovellanos a Miguel Hernández o de Sir Thomas Malory al bodorrio del Mein Kampf que más que peligroso es de los libros más patéticos que un lector-a puede haber en sus manos. El acto de escribir juega, muchas veces, en esos límites.

Un escriba no es precisamente un escritor, pero el primero ya marcaba maneras a la hora de hacer virar algunos desenlaces de la Historia, del argumento. El rol del escritor, a menudo, juega un fabuloso papel a la hora de perpetuar en la memoria aquellos mundos, incluso países, que han sido fagocitados o eliminados por los mismos acontecimientos que se van sucediendo. Stendhal, por ejemplo, puede ser más útil que muchos manuales de historia.

Los últimos treinta años, y ya voy al lío, he seguido con atención la auténtica vergüenza de muchos premios literarios. Muchos. En castellano y en catalán y por desgracia, algunas veces, con privilegiada información de primera mano y para nada buscada. Como autor también he vivido alguna anécdota, pero sobre todo he visto y veo sufrir a muchas autoras y autores que no se venden por un plato de lentejas o no usan la amenaza o el asedio como recurso. Por eso mismo les aseguro que es sorprendente el cúmulo de barbaridades en las últimas declaraciones por parte de aquellos que debieran estar mejor callados. Por supuesto que hay muchos premiados que lo han sido de forma limpia y justa, pero tanto en castellano como en catalán lo de los premios literarios viene siendo, desde hace lustros, un cachondeo y una absoluta vergüenza en muchos casos. Obviamente que muchas convocatorias y muchísimos otros se salvan de cualquier sombra de duda, faltaría, pero se ha ido generalizando lo que nadie se atreve a poner sobre el tablero. Es un clásico de novela negra en los primeros capítulos de la trama vestir de víctima al criminal. La literatura debiera politizarse lo mínimo. La política es poder y cuando se politiza la literatura, la cultura, el mundo cultural, ya saben… algunos se visten de abanderados del orden y ejercen su poder. Basta recordar el papel de los hermanos Villalonga como verdugos de M.À.Colomar, poeta de vanguardia y protegido de Eugeni d’Ors, en lo literario que para nada basta para salvar el pellejo.

Los guardianes de la literatura en catalán, en Mallorca, son implacables y sociológicamente, algunos, vienen o no han salido del franquismo de sus papis. Como el ejemplar de genio que hizo zozobrar el primer año del Premi Mallorca de narrativa con una dotación de 60.000 euros y que suponía un revulsivo para cualquier autora o autor de una lengua que en Europa juega en desventaja. No citaremos al fenómeno, pero tras la imagen de patriarca se puede esconder lo peor. El mismo personaje bravuconeaba y celebraba, ante un monográfico nuestro con la obra entera de Paul Auster de ese año en el mostrador, de no haber oído nunca el nombre del autor de Brooklyn y mucho menos haberse dignado a leer algo suyo. Todo muy vergonzoso y encantadísimo de haberse conocido como un auténtico Martín Tacón de barrio antiguo. Era imposible ante la expectación no saliese el tema de los premios como iban. Era una gran oportunidad para muchas autoras y autores y en la improvisada tertulia el bravuconeador dijo que había un muy claro ganador, pero… que no saldría. Se haría lo posible para declararlo desierto. Argumentos: «aquesta persona no se mereix cobrar 60.000 euros» y así sucedió. Un caso muy sonado y silenciado. Uno más de la larga lista. Y me va a perdonar el ganador (nunca premiado) pues es un señor, una elegante persona que tuvo la fortaleza y la dignidad de no mover nada. Pasados los años muchos sabemos, y lo supimos al minuto, que se trataba del escritor y periodista hijo de Mingo Revulgo. La policía literaria tardofranquista reciclada en salvadora de las esencias en muchísimos casos ha ido oscilando entre sectarias actuaciones o el reparto de premios entre lobbys y amiguetes, en esos casos no tiembla el pulso.

Por otro lado, no hace ni dos días, un autorazo consagrado y valorado en todo el país ha rechazado un premio, antes de ser debidamente convocado, pues le exigían aumentar cuarenta páginas al argumento. No se ha vendido por unas lentejas y ha causado escándalo alrededor de su ámbito más cercano. En catalán, sí. En castellano, por supuesto, ya se comercializan de hace tiempo, y con más rodaje, esos sucios trapicheos. España siempre a la vanguardia, por supuesto. Lo de añadir unas páginas ya debe ser un punto fetichista para dar un poco de sal a la vida, pero han quedado bocas ante la dignidad de rechazar un importe de 35.000 y con la que está cayendo.

Unos milenios arriba o abajo, Gilgamesh iba a la búsqueda del secreto de la inmortalidad, hoy, algunos de los que me vais a maldecir vais a la búsqueda de unos euretes por la jeta, y a cualquier precio. ¿La causa de todo es la irrelevancia del escritor en nuestra sociedad? ¿O desaparece el autor y está volviendo el escriba? (El caso J.R. Moehringer lo confirma). Lo más grave es que no se deje la ostentación del poder, algunos de esos «salvadores» no cesan a la hora de denunciar la corrupción de los políticos. Ese franquismo sociológico los ha erigido en guardianes de no se sabe muy bien qué esencia, han cambiado los trapos de colores, pero son los mismos perros aunque no les importe el collar.

Lo de opinar sobre los Ciutat de Palma ha visto año tras año cómo se iban silenciando ciertas voces que no engordasen esa falsa polémica en favor de la demagogia política. Qué cojones importa que un premio fundado por falangistas sea bilingüe. Los Ciutat de Palma fundados por falangistas en pleno franquismo son desde siempre una gran vergüenza. Fueron creados con el cadáver todavía caliente de nuestra Aurora (homenajeada hoy a bombo y platillo y con algunas camisas cambiantes en el atrio). Cambien el nombre y el concepto. Autores en catalán para la cabecera del premio los hay y mucho mejores. Dejen de dar lecciones de ética y moral y no se molesten en insistir. Servidor (por los ataques recibidos) es catalán incluso cuando hable o escriba en castellano, todo muy circunstancial, personal e intransferible como las dos aguas en las que nos ha tocado nadar, entre idiotas y fascistas. Así está la cosa.

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