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José Francisco Conrado de Villalonga

Rafael Perera, in memoriam

Conocí a Rafael Perera cuando yo aún era un niño, estudiaba entonces, bachillerato en el colegio de Montesión. Entre mis compañeros de curso se encontraba su hermano Fernando. Recuerdo perfectamente que un día estuvimos en casa de la familia Perera y Fernando nos presentó a su hermano mayor. Íbamos, el grupo de amigos, a su casa de vez en cuando y siempre encontrábamos a Rafael concentrado en el temario que se exigía para opositar a notaría. Me dijo un día que se pasaba doce horas diarias memorizando capítulos enteros de derecho civil, mercantil, administrativo, penal, registral, etc.. Finalmente, no consiguió ser notario, pero acumuló, en su bien amueblada cabeza, unos vastos conocimientos jurídicos que facilitaron y le animaron a ejercer la abogacía, ejercicio de profesión que cultivó brillantemente hasta casi el final de sus días. Siendo ya un abogado de prestigio trabajo infatigablemente durante muchos años. Recuerdo que me contaba que a la seis de la madrugada ya estaba en su mesa de trabajo, en su despacho, porque a esta hora podía centrarse mejor en el estudio de los asuntos que le encargaban. A esta hora el teléfono no sonaba y las visitas aun no iban al bufete. Le gustaba trabajar solo, no quería pasantes que le apoyaran.

Perera era una persona de una educación exquisita y de una amabilidad extraordinaria. Jamás tenía un no para nadie, lo que le granjeo el aprecio general. Atendía a todo el mundo, tuviesen o no recursos económicos suficientes para pagar los gastos inherentes a los litigios. Tenía bien interiorizada la función del abogado. Un día me contó que si a su despacho acudía un acusado de haber asesinado a alguien, para que le defendiera, jamás le preguntaba si realmente había cometido el crimen o no, prefería no saberlo, pues su responsabilidad consistía en cumplir la misión del abogado, prestar asistencia jurídica al derecho que tiene cualquier persona a ser defendida ante un tribunal, independientemente de si ha cometido el crimen o no. El prestigio profesional que alcanzó le llevo a ser nombrado magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Baleares, cargo que profesó durante algunos años. Al terminar el mandato como magistrado se reintegró a su despacho para seguir ejerciendo la abogacía. Durante todos los años de mi actividad profesional en banca, siempre conté con la colaboración de Rafael, como leal y eficaz jurista.

Rafael nos ha dejado a una edad ya muy avanzada y de alguna forma ha dejado a sus muchos amigos algo huérfanos. Yo mantuve con él una amistad sincera y entrañable. Se ha ido una persona afable, un hombre jovial, con gran sentido del humor, optimista. Madrugador y lector de la prensa, me enviaba regularmente un correo electrónico o me llamaba por teléfono para comentar mi artículo de aquel día en Diario de Mallorca. He perdido además de un amigo, a un amable lector de mi columna. Creo que sería difícil encontrar a alguien en Mallorca que no hablase bien de él, se podrán decir muchas cosas buenas de Rafael, pero quiero destacar que sobre todo era una gran persona. La muerte es ineludible para todos, también lo ha sido para él. Pero cuando alguien muere parece que nos deja, pero afectivamente no se va del todo, algo de él permanece entre nosotros, es una sensación, una emoción, incierta, íntima, pero innegable.

STTL, Sit tibi terra levis, -que la tierra te sea leve, querido Rafael-.

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