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Matías Vallés

El independentismo encarcela a Junqueras

«Te queremos en la prisión» le gritan al político que se pasó cuatro años entre rejas, no había ningún motivo para pensar que la política catalanista se distinguiría de la españolista

Oriol Junqueras. Kike Rincón

Oriol Junqueras tuvo que abandonar forzosa y apresuradamente la manifestación independentista del pasado jueves en Barcelona, al grito ya tradicional de «Te queremos en la prisión», pero ahora berreado por sus huestes. Encarcelar al presidente de Esquerra Republicana de Catalunya es un curioso homenaje a un político que precisamente se ha pasado cuatro años entre barrotes, por defender las tesis compartidas con sus abucheadores.

Según se acaba de demostrar, no había ningún motivo para que la política catalanista se diferenciara de la españolista. La tormentosa bronca contra Junqueras, por parte de los mismos enardecidos que lo jalearon a pie de calle el día de la invasión policial de su consejería de Economía en 2017, desvanece la burbuja idílica de una República Catalana. La ensoñación no estalla por la oposición del autodisuelto Ciudadanos, sino a instancias del líder máximo de Esquerra. Los rebeldes encarcelados siempre acaban siendo molestos para sus correligionarios en libertad.

En el polo opuesto, cabe imaginar la frustración de quienes desde Madrid mantienen a toda costa la vigencia del procés, como modus operandi o modus vivendi. Si los golpistas abroncan a Junqueras con una violencia que el Tribunal Supremo consideraría digna de un reproche criminal, la ultraderecha moderada debería evocar las enseñanzas de Sun Tzu sobre la amistad interesada con «los enemigos de mi enemigo». No puede descartarse una estatua ecuestre del presidente de ERC en la capital, donde reside el único fermento activo del independentismo.

En la sentencia, en los indultos de los condenados a cien años de prisión y ahora en la fallida eliminación de la malversación, el Supremo ha demostrado que, siempre que se reúnen, cinco españoles, hay mayoría absoluta para condenar a los catalanistas. La sorpresa reside en que el criterio encarcelador venga reforzado ahora desde Cataluña, por mucho que se revista de ansiedad depuradora.

Fue precisamente ante el Supremo donde el independentista preso pronunció su celebrado «yo amo a España», un argumento de defensa que hoy esgrimirán sus presuntos partidarios como antesala de la traición. Esquerra paga el precio de haberse independizado de Cataluña, y ni siquiera puede esgrimirse el argumento tranquilizador de un rechazo excepcional. Antes de Junqueras fue Carme Forcadell, también abucheada en la Diada. El estupor de Artur Mas ante aquel menosprecio enmarca el laberinto catalanista:

-Para mí, es una decepción por muy legítima que sea la protesta, y por muchas razones que asistan a los abucheadores, que les asisten. No se puede poner contra las cuerdas a una mujer que se ha pasado cuatro años en prisión, el objetivo está equivocado.

Extraño país, donde cuatro años de cárcel no garantizan la inmunidad, y donde la inmunidad regia libera por definición de la cárcel. En principio, se precisa un mayor coraje para afrontar la prisión que para huir a un exilio dorado. Sin embargo, Carles Puigdemont se ha proclamado el guardián de las esencias patrióticas. Como de costumbre, los exaltados tardaron en darse cuenta de que Junqueras había abandonado la mínima sombra de independentismo ad calendas graecas.

La migración hacia la concordia había sido descrita por Sergi Sol, portavoz apenas camuflado de su protagonista, en el libro imprescindible Oriol Junqueras: Hasta que seamos libres. El político condenado por sedición aureolaba la alta traición en términos casi heideggerianos, «querer ser más, no es incompatible con querer ser». La virulenta reacción de esta semana obliga a barajar la hipótesis, inaceptable para los fanáticos, de que los gobernantes catalanes intentaban encauzar en realidad a las masas desbocadas. Aquí procede recitar a Mas, el president que se coló en las manifestaciones para liderar un movimiento que le repugnaba:

-Yo no era independentista, me pongo al frente en 2012, con los caminos cortados y destruidos. Durante mis mandatos, dos millones de catalanes se volvieron independentistas sin serlo.

La condena callejera a Junqueras confirma la estéril pretensión de interpretar racionalmente la efervescencia callejera, por ambos bandos. El juez Pablo Llarena no atiende en sus disparatados escritos a la voz de las leyes, sino al grito de sus vecinos cuando le jalean. El «A por ellos» no figura en ningún documento oficial, pero se cumplió a rajatabla. Tras ganar el referéndum para perder la independencia y la libertad, Junqueras predicaba que «la derecha crea independentistas con más eficacia que nosotros». Literalmente.

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