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Ramón Aguiló

escrito sin red

Ramón Aguiló

Síntoma o enfermedad

En este año tan electoral es posible posicionarse de formas muy diferentes. La más obvia es la de los ideologizados y la de los sectarios, la que es inmune a los análisis de los programas electorales y a la situación política misma del país. Se vota al partido de sus amores y con el que se identifica, sea nacionalista, de extrema izquierda comunista, de izquierda socialista, de centro derecha o de extrema derecha. O sea: ERC, EH Bildu, Unidas Podemos, Sumar, Más País, PSOE, PP, Vox y otros. Un indicador en las encuestas del grado de identificación es la fidelidad en el voto. Hay una abstención técnica que puede variar algo en función del grado de polarización existente y otra militante que refleja un cuestionamiento del sistema político, también con algún grado de variación en función de la mala salud del sistema. Luego están los indecisos que dirigen su voto hacia una u otra formación dependiendo de factores diversos como la situación personal, la percepción de sus intereses de futuro, su identificación temporal con promesas electorales, etc.

Si en las elecciones locales y autonómicas el factor del candidato introduce un sesgo particular que va de más a menos en función del tamaño de la población concernida en relación a las tendencias generales de todo el país, en las generales son los líderes estatales y sus partidos los que definen las tendencias y marcan los resultados. Dejando claro que las locales y autonómicas condicionarán de forma contundente las generales, todo el panorama electoral del año se centrará en dos objetivos muy diferenciados: uno, nucleado en torno a la figura de Sánchez, dirigido a repetir la fórmula de un gobierno de coalición PSOE-UP apoyado en una coalición parlamentaria integrada, además, por ERC, PNV, EH Bildu, Más País, Compromís, que desemboque en más tensiones territoriales e ingobernabilidad; otro, destinado a impedirlo y nucleado en torno al objetivo de evitar que Sánchez gobierne, formado por PP, Vox y lo que quede de Ciudadanos, con la incógnita de un gobierno del PP presidido por Núñez Feijóo con alianza parlamentaria con Vox o de coalición entre esos dos partidos.

Puesto que la decantación final de los indecisos es la que determinará en buena medida la composición del gobierno, parece lógico pensar ante qué dilema electoral van a tener esos electores que enfrentarse y cómo van a plantear los partidos el dilema. Descontemos los indecisos por motivaciones personales y centrémonos en los que tomarán su decisión en función del dilema que se les presente. ¿Cuál puede ser? El dilema consiste en el diagnóstico de si Sánchez es síntoma o enfermedad. Si la conclusión de los indecisos es que el sistema político tiene una enfermedad que consiste en el propio Sánchez, entonces cabe concluir que mayoritariamente sus votos se dirigirán hacia la derecha pues la extrema derecha es un voto muy militante con un alto grado de fidelidad y se apunta a un gobierno del PP o de coalición con Vox. Si la conclusión es que Sánchez es sólo el síntoma de una enfermedad del sistema político caracterizada por la hipertrofia partidaria a costa del empoderamiento ciudadano, lo que determina el carácter de oligarquía partidaria o partitocracia, entonces alguna parte de ese caudal del voto indeciso puede sumarse a la abstención militante que cuestiona el sistema político. Hasta el momento Feijóo no ha dado muestras de pretender las reformas constitucionales que puedan sanar la enfermedad: reformar el artículo 68 que consagra el criterio de representación proporcional; la ley electoral de listas cerradas y bloqueadas que da todo el poder al partido ganador sobre el ejecutivo y de éste sobre el legislativo; el artículo 122 para asegurar la separación de poderes entre ejecutivo y legislativo y judicial; el 56 declarando la inviolabilidad del rey, el 57 que privilegia al varón en la línea de sucesión; el título VIII para redefinir las competencias entre autonomías y Estado, y algunos otros.

Feijóo, experto en evitar el compromiso, sólo parece haber asumido el de derogar algunas leyes: la del sólo sí es sí; la ley trans; la de eliminación de la sedición y la rebaja de la malversación, la de la memoria democrática; alguna más, pero sin mencionar la de la violencia de género, que establece la desigualdad de hombre y mujer ante la ley, puede intentar escaparse del mismo argumentando que lo urgente e inaplazable es deshacerse de Sánchez, después ya se verá. Pero ese tropel de indecisos puede argumentar que acabar con un síntoma no es acabar con la enfermedad, que se va a mantener. Para qué votar a Feijóo si se mantiene incólume un sistema político que ha alumbrado a Sánchez y que puede volver a alumbrar a alguien parecido o peor en el futuro, de izquierda o de derecha. La cuestión es que tras 44 años de vigencia de una Constitución que ha demostrado con creces las graves disfunciones que provoca en el sistema político, los indecisos militantes, escarmentados por la indolencia y la procrastinación de Rajoy, teman que Feijóo siga el mismo camino. El compromiso de hacer decaer leyes vigentes por su inadecuación, sea por haber desarmado al Estado para proteger su identidad, sea por debilitarlo en su lucha contra la corrupción, sea por las consecuencias irreversibles de su aplicación, sea por el cerrilismo y la soberbia de no querer enmendar errores, es inaplazable. Pero lo es, al mismo tiempo, hacer las reformas necesarias para evitar que esa producción legislativa amparada en el poder de un ejecutivo que controla al legislativo se mantenga en el tiempo, ahora Sánchez, mañana Feijóo o cualquier otro, sin apenas separación de poderes, en una forma de democracia tremendamente defectuosa y dominada por élites partidarias extractivas de riqueza.

A todo ello se une otra inaplazable cuestión. La vida es corta, sobre todo para los mayores y las promesas de futuro ya no son aliciente cuando las ideologías mesiánicas ya han demostrado suficientemente que sólo sirven como coartada para que se eternicen en el poder, turnándose, burocracias partidistas. Se requiere de forma rigurosa el compromiso de programas reales de cambio en el sistema político ahora, no mañana, sin demoras ni procrastinaciones. Esos votos indecisos pueden dirigirse a Feijóo o, insatisfechos por su indefinición, recalar en la abstención.

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