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Pedro Coll

Cherchez la femme

Si no fumaras... ©Pedro Coll

Hablemos en el idioma en que hablemos, de manera inevitable, ‘eso’ lo acabaremos diciendo en francés. Cherchez la femme, con su cadencia sonora, advierte de peligro inminente. En italiano, cercare la donna, suena demasiado musical. En inglés look for the woman parece una sugerencia comercial. No sé cómo se dirá en alemán, ich suche eine Fraun me indica el traductor de Google, eso frena a cualquiera. En español, ‘buscad a la mujer’, huele a traducción literal. Lo cierto es que la mayor parte de veces que se utiliza esta expresión suele poner el dedo en la llaga. En ella se alían ese fondo racional y cartesiano con la experiencia de la vida galante, habilidades propias del ADN francés, se dice por ahí.

Hace unos días me enteré de lo ocurrido a una pareja de conocidos, pareja legal y legalizada, en un hotel de una gran ciudad europea. Él llevaba ya unos días allá por un tema de negocios y el plan era aprovechar el final del viaje para combinar negocio con placer. Una vez ella se hubo ubicado en la habitación del hotel y recuperado del viaje con la ducha de rigor, mientras esperaba la llegada de su esposo decidió descansar un rato, levantó las sábanas de la cama y se le heló la sangre: en el centro de la misma había una mancha incolora casi del tamaño de un palmo, daba la sensación de que se había intentado limpiar algo y no había dado tiempo a secar. Tras dudar unos segundos, con cierto asco pasó por encima la palma de su mano, acariciándola y apreció aquella ligera humedad. Mal asunto, difícil defensa para el supuesto culpable. En un caso como este, cherchez la femme es lo primero que a uno le viene a la cabeza.

En una novela de Paul Auster, en La trilogía de Nueva York, hablo de memoria, hay un pasaje sublime. Un tipo llega a su casa antes de lo debido, sin avisar a su esposa. Se saludan con un beso rutinario y no aprecia el evidente estado de ansiedad de ella como quizá tampoco habría apreciado, de haberse producido, el cambio en su corte de pelo. Se pone a hacer las cosas que uno hace cuando regresa al hogar después de un día de trabajo, pero, de pronto, algo dispara una estridente señal de alarma en su cerebro: en una de las mesitas de noche hay un cenicero con un cigarrillo humeante… cuando ni él ni su mujer fuman. Alterado, alza la voz y pregunta ‘¿quién está fumando aquí? Pero no obtiene respuesta. A más inri, aparece su mujer en el dintel de la puerta del dormitorio, mirándole fíjamente, pálida y parece que paralizada. Entonces comienza a buscar como un loco, el cherchez la femme ocupa toda su capacidad racional, no cabe otra cosa en su cerebro, busca frenéticamente debajo de la cama, detrás de las cortinas, al final de un golpe seco abre el armario ropero... y allí se encuentra, empotrado entre sus camisas y trajes, un tipo en pelotas, tapándoselas púdicamente con las manos, con toda la angustia del mundo reflejada en el rostro. Y no se le ocurre otra que escupirle con voz descontrolada: «¡Qué hace usted aquí!» Y el otro, responde: «No sé, uno tiene que estar siempre en algún sitio…». El lector, no los personajes de la acción, pasa del drama a la carcajada.

Pero a veces todo acaba en falsa alarma, afortunadamente. Salía yo de mi casa dando ese último vistazo que uno suele dar de manera casi inconsciente, en este caso de manera providencial, y veo que desde el centro de una mesa baja que hay frente a un sofá, sinuosa y silenciosamente asciende un hilillo de humo. ¡De golpe asocio a Paul Auster con el dicho francés! Yo tampoco fumo ni he fumado nunca… ¡pero es que en este momento nadie más vive conmigo en la casa! ¿Preferiríamos a un intruso con malas intenciones que al aterrorizado amante de nuestra pareja? Aliviado, me doy cuenta de que no se trata de un cigarrillo. El inicio del fuego, mínimo pues no hay aún ni llama, está en uno de los DVD de una columna de DVD recién comprados. ¡Está combustionando su envoltura retractilada! Y la explicación resulta tan increíble como diabólica. A través de la lupa de un artilugio decorativo, que alguien con buena intención me regaló años atrás, el ardiente sol de verano que entra por el ventanal concentra con precisión milimétrica toda su potencia calorífica sobre aquel material tan vulnerable.

A veces la femme no tiene por qué ser ni mujer ni hombre, puede ser cualquier acción maléfica que vaya a por uno, la más imprevisible. Nuestras vidas se desarrollan sobre un volcán, es condición humana. Así que, ‘carpe diem’. Salud y suerte para ese 2023 recién estrenado.

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