Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Julio Llamazares

Caleidoscopio

Julio Llamazares

El mundo gira

En 1951 ganó el Premio Nadal una novela de un escritor catalán, Luis Romero, del que hoy ya casi nadie se acuerda, titulada La noria. En ella el autor relataba un día en la vida de Barcelona a través de una serie de personajes que, como cangilones de una noria existencial, se sucedían unos a otros contando su vida entre el amanecer de un día y el del siguiente. La sensación final que el libro dejaba en el lector es la de que todos somos cangilones de una gran noria en la que damos vueltas sin enterarnos y si lo hacemos es ya al final, cuando la repetición nos hace advertir lo absurdo de nuestra existencia. Suele suceder eso en algunos momentos determinados, como el comienzo de un nuevo año, que es lo que estamos viviendo estos días, de ahí que me haya acordado de la novela de Luis Romero y de sus personajes perdidos en la memoria de la literatura española de la posguerra del siglo XX. Sus personajes podríamos ser nosotros cambiando el tiempo y el escenario, incluso en el caso de los barceloneses, pues la ciudad ya no tiene mucho que ver con la de entonces.

Michel Jonasz, un músico francés, cantaba ya hace tiempo una canción en la que venía a decir: la obra que todos representamos es la misma: la vida; el escenario para todos es el mismo: el mundo; lo único que cambia son las circunstancias temporales y geográficas de cada persona. No es un gran pensamiento filosófico, pero sirve para ilustrar la verdadera esencia de nuestra existencia, tan sobrevalorada por todos especialmente en lo accidental: las circunstancias azarosas de la geografía y del tiempo, que para muchos son más importantes que la existencia en sí misma; me refiero a todos esos que consideran su nacionalidad un mérito y no una casualidad del destino, que es lo que es, o a quienes piensan que viven en el centro de la historia por la sencilla razón de que viven ellos.

Por eso, en días como estos en los que la metáfora de la noria se nos aparece más clara con su imagen de repetición eterna, tanto que nos obliga a adornarla con luces artificiales y serpentinas para disimularla un poco, no está de más que reparemos en ella, no tanto para sumirnos en la melancolía de los cangilones idos como para reparar en los que aún nos quedan por ver girar para aprovechar su agua en lugar de verla caer y perderse con la indiferencia de quien mira pasar los ríos desde los puentes o las estrellas borrarse una detrás de otra al amanecer sin haber vivido la noche.

La vida es una noria que no deja de dar vueltas hasta que por fin se para. Entre que sucede y no, pasan todas esas cosas que nos parecen tan importantes mientras las vivimos, pero que con los años se van difuminando hasta desaparecer del todo de nuestra memoria, salvo excepciones. Tanto las que desaparecen como las que recordamos forman nuestra identidad y nos empujan a continuar viviendo, esto es, a seguir dando vueltas en la noria como los niños en las de las atracciones de feria o los animales que hacían girar las de los antiguos pozos mientras aquellas no se detengan o nuestras fuerzas aguanten, en este último caso. Mientras el cielo gire como en la película de Mercedes Álvarez nuestra vida seguirá y hay que aprovecharla al máximo, no sea que nos ocurra lo que John Lennon dijo una vez, quizá anticipando lo que sería el final de la suya: «La vida es eso que nos sucede mientras hacemos planes para la vida».

Compartir el artículo

stats