Diario de Mallorca

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Alex Volney

Mirlo blanco, negros nubarrones

George Orwell.

Muchas veces la política se basa en la guerra, cierto, pero ahí estaba Eric Blair para demostrar que no siempre es así. Gran Bretaña, marcando la diferencia, había votado en contra de los aliados cuando decidieron ocupar el territorio alemán en la cuenca del Ruhr, una represalia por la morosidad con las reparaciones de guerra. Unos 60.000 hombres fueron movilizados en Francia y Bélgica. Infantería, artillería y blindados. El gobierno francés reclamaba las llamadas cuotas de carbón. Por otro lado, los alemanes denunciaban una «flagrante violación del derecho internacional». T.W. Wilson ya había advertido del riesgo de estirar mucho de esa cuerda. La Cuenca del Ruhr era la región alemana principal proveedora de carbón. Orwell era partidario de la fuerza para defender a los desfavorecidos. Hoy los coches eléctricos pasan por muy ecológicos pues hay que seguir incrementando vertiginosamente la próspera industria nuclear francesa a toda costa, claro que sí. Suiza acaba de dar un golpe sobre la mesa planteando prohibir esos coches. Aquí se arma jaleo con las placas solares en lugares sin ninguna importancia, ya arrasados por la urbanización, (ejemplo Son Bonet) cuando se están masacrando zonas rústicas y cambiando campos que llevaban siglos acumulando pastos y arboledas, vistiendo un paisaje y equilibrando el ecosistema, y nadie, nadie, mueve un solo dedo. Si alguien duda de este último hecho incoherente por parte de aquellos que dan licencias a diestro y siniestro les prometo unas bellísimas fotos. Ya dirán. Estaré encantado. George Orwell conocía la Realidad en los detalles más insignificantes. Hoy un exceso de ruido dificulta llegar a las causas.

En enero de 1923 moría el cuentista Hasek, pero lo más relevante en lo literario de este mes de hace cien años, un siglo atrás, era el pollo que se montó con la aparición del Ulises de Joyce. Algunas partes aparecieron el 1918 y 1919 en la americana The little Review pero la obra entera empezó a alarmar a los censores de EUA llevando estos a su editor ante los tribunales. La técnica y el lenguaje rompían moldes, sin puntuación y arrancando el inicio del monólogo interior que revolucionaría el arte de la novela. El autor de Rebelión en la granja o 1984 descalificaba la venganza y la definía como algo demasiado infantil: «un acto que se comete cuando se es impotente y porque se es impotente». El 27 de enero Hitler pronunció un discurso enérgico con aparente desborde de testosterona tras el bigotillo, todo contra el tratado de paz de Versalles. Se habla de resistencia pasiva en Alemania mientras va eclosionando el huevo de la serpiente. 47.500 marcos por un dólar. Mussolini incrementaba la persecución de las personas de izquierdas. Europa empezaba a hervir.

Orwell también es un humanista a favor de la guerra: «El pacifista es objetivamente pro-fascista. Si se obstaculiza el esfuerzo de un bando se ayuda automáticamente al del otro» aunque puede que esto no sea siempre así. A finales de enero de hace un siglo se irían materializando las negociaciones entre el empresario bilbaíno Sr. Horacio Echevarrieta y el caudillo rifeño Abd-el-Krim para que los prisioneros españoles regresasen a sus casas. La minería fue el marco en el que se movieron los márgenes de las reuniones. No fue fácil. Lo de los oligarcas, a cada lado de las trincheras, no es nada nuevo bajo el firmamento. Las exigencias rifeñas se vieron sorteadas por la habilidad del empresario vasco. Muchísimos catalanes formaban esas filas en contra de su voluntad. Dos décadas engordando al estamento militar, empresarial y belicista con el beneplácito de un clero español corrupto hasta el gorro. Una auténtica vergüenza que tendría el colofón en las palabras del intrépido, valiente y tan agradable Alfonso XIII cuando al confirmarse la liberación de esos hombres declararía que «no sabía que fuese tan cara la carne de gallina». Ocho años más tarde saldría por patas ante la voluntad popular que con el tiempo, y las sotanas, en el cole se nos pintaría como el desastre sin precedentes o el fin del mundo, vamos. Muchos de los que conformaban el contingente daban su futuro al negocio de unos pocos, esa llamada «carne de…» pagaría con su vida la defensa de la libertad y la democracia unos lustros más tarde.

Cien años arriba, cien años abajo y el dicho de una persona a la que tengo en gran aprecio y cariño. Toda una señora conservadora, «de bien» y creyente: «por lo que me queda en el convento me cago dentro» que sería el gran lema para ilustrar en los libros de historia esos años de jefatura de estado de torpeza incomparable, sin límites en la provocación y en el ridículo. Un mirlo blanco en el sur europeo. Un adn fabuloso para el futuro.

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