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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Un cadáver insepulto, una «farsa» y cuatro gatos peleando por la raspa

Lo que queda de Ciudadanos, que es nada, permite observar en el inicio del año que ciertos políticos, incluso apiolados, son capaces de hacer sonados ridículos

Viene diciendo Patricia Guasp, que aspira a no sé qué en lo que fue Ciudadanos, que posiblemente se equivocaron al hacer socio preferente (único más bien) al PP. Confesar después de haber recibido los santos óleos y la bendición apostólica, o sea cuando el trance de pasar a la vida eterna se ha hecho insoslayable, es distracción un tanto masoquista. En trance de muerte conviene sereno examen de conciencia, de estar en condiciones de protagonizarlo (tengo para mis adentros que no es el caso de los pizpiretos dirigentes de Ciudadanos), y prepararse para la vida en el más allá. La mallorquina Patricia Guasp, a la que no se oye hablar en mallorquín (el falangista Jorge Campos no computa), se descuelga con chocante entrevista en La Vanguardia afirmando que «la refundación no implica un cambio de líder en el Congreso de los Diputados». Es la candidata de Inés Arrimadas, mujer soliviantada con Pedro Sánchez, al que detesta sin cordialidad alguna, por lo que la señora Guasp añade que su candidatura a dar sepultura al muerto «aúna el origen con el futuro de Ciudadanos». A Guasp la hemos atendido desgañitándose en la Cámara balear con escaso eco. No se da por enterada que no es más que el desecho de tienta del PP. Con Arrimadas de madre superiora va sobradamente servida para asistir a las exequias. A su vera, el Estado que atiende por Edmundo Bal, español de armas tomar, del que puede decirse lo de fuese, desenvainó y no hubo nada, nos aclara, también en el periódico barcelonés, que la renovación o el embalsamamiento de Ciudadanos «será una farsa si en televisión sigue saliendo Arrimadas». El cincelado rostro de Edmundo no la quiere en la misa funeral. Desea oficiarla en solitario, y eso que se les ve juntos, apañados, en los escaños del Congreso.

Mejor no dejarse mecer por eróticas húmedas ensoñaciones que desembocan en frustraciones de consideración al espabilarse, porque Ciudadanos es un cadáver. Murió cuando el venal que lo fundó lo entregó al PP después de negarse a pactar con Pedro Sánchez en uno de los más colosales errores de la reciente historia de la política española. Albert Rivera ha sido la calamidad bíblica que ha acabado con Ciudadanos. Los muertos no resucitan, al menos a la vida que testamos. El caso de Lázaro es peculiar: lo rescató de la tumba el Hijo de Dios, así que no hay que esperar que el milagro se reitere. Patricia Guasp y Edmundo Bal son dos de los cuatro gatos que quieren alimentarse de la raspa de Ciudadanos. Poca proteína hallarán.

La defunción de Ciudadanos, en la que el PP ha desempeñado un papel, aunque incomparable al de Rivera y demás cofrades, va consumiendo etapas: desaparece en toda elección a la que se presenta. La excepción, siempre la hay, ha sido el doctor Francisco Igea, único diputado de su partido en las Cortes de Castilla-León. Bregó para pactar con el PSOE cuando Ciudadanos pudo decidir. Rivera no le dejó. Ahora el PP gobierna allí con Vox abochornando a los que conservan algo de sensibilidad llamémosle estética. El PP ha visto cómo desparecido Ciudadanos le queda vérselas con Vox, que no es lo mismo, aunque siguiendo el hilo discursivo de Arrimadas lo parezca. Quedan dos en la derecha y todavía es factible que comparezcan dos en la izquierda, y eso que Pablo Iglesias urde maniobras sin fin para barrenar a Yolanda Díaz. Aguardemos el dos contra dos. El que quede en tercera posición seguramente tendrá el poder de decidir la mayoría parlamentaria en el Congreso que salga de las próximas elecciones generales. Es lo que dispone nuestra tarambana Ley Electoral. Al PP le queda Vox. Con él encamado no dispone de aliados periféricos dispuestos a prestarle sustento. Ni el acomodaticio PNV puede darse licencia para pactar con el PP si a su vera acampa Vox. Es el drama de la derecha que fingen ignorar los medios afines. Lo sabe Feijóo. No lo ignora Sánchez, que a despecho de muchos prosigue hierático su andadura. Al presidente del Gobierno no se le ve agobiado.

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