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Matías Vallés

Nunca será presidente del Gobierno

Con siete inquilinos de La Moncloa durante la democracia, es muy fácil vaticinar a los futuros perdedores y muy difícil acertar con los futuros ganadores del título de primer ministro

Nadie escribe un artículo pontificando sobre las razones que excluyen a honrosos clubes como Espanyol o Rayo de obtener el título de Liga. La unicidad del galardón limita el número de aspirantes, un rígido criterio de selección que también funciona en política. De ahí que el enunciado «Núñez Feijóo nunca será presidente del Gobierno», la frase más utilizada ahora mismo contra el candidato, no determine un prodigio de capacidad analítica sino una obviedad probabilística. El mérito radica en determinar quién alcanzará La Moncloa, no en distraerse con los aspirantes fallidos.

Revestir de intuición o de sabiduría la maldición de Feijóo no tiene sentido, sobre todo en quienes le confeccionaron el ajuar a un político llamado Pablo Casado, después de suspirar por personajes hoy exiliados de la política como Soraya Sáenz de Santamaría. La eliminación de los artículos que quedaban a un paso de señalarles el traje para su inauguración significaría una contribución apreciable a la lucha contra el cambio climático.

Con siete presidentes del Gobierno en democracia, y ocho desde la muerte del dictador, es fácil vaticinar a futuros perdedores y muy complicado acertar con los futuros ganadores del puesto. España ha tenido menos inquilinos de La Moncloa que países han ganado el Mundial de fútbol, ocho. Descontando los dos años en el cargo del efímero Calvo Sotelo, ninguno de los titulares ha disfrutado del cargo menos de cinco años. Todos ellos han permanecido dos mandatos, con el exceso de cuatro para González.

España se mantiene en la media de sus vecinos, con seis presidentes de Francia y ocho primeros ministros de Gran Bretaña durante el mismo periodo. Ahora bien, la lista de políticos predestinados que nunca materializaron su obsesión agotaría este texto. Areilza, Guerra, Solana, Fraga, Rato, Almunia,... Se trata por tanto de encuadrar a Feijóo en el eje Zapatero/Rajoy/Sánchez de eventuales vencedores que aguardaron su turno, o en la estela Susana Díaz/Hernández Mancha de perdedores garantizados que ruborizarán a sus descabellados prescriptores durante décadas.

Frente a este abigarrado palmarés, Feijóo compite a solas por propia voluntad aislacionista. Se le reprocha un provincianismo limitante, diagnosticado seguramente por analistas doctorados en Oxford y Harvard, que privilegian el magisterio adquirido con los títulos exprés de la universidad Rey Juan Carlos. La rareza del actual presidente del PP se extiende al calendario, porque sería el político de mayor edad en acceder a La Moncloa, casi dos décadas por encima de sus predecesores. Este factor redobla el riesgo de la apuesta, aunque por fortuna cada vez cuesta más ser tildado de viejo a los 62 años.

La edad desmiente a quienes atribuyen el desvanecimiento progresivo de Feijóo a un proceso de adaptación a sus nuevas responsabilidades. George Bernard Shaw popularizó la expresión según la cual «God is in the making», pero el candidato popular en curso no se está haciendo, sino que se encuentra en el viaje de vuelta. Este distanciamiento lo separa de sus antecesores, que hubieran matado por el cargo y a veces se les notaba demasiado.

La desgana de Feijóo contrasta con la fiereza de Sánchez. El aspirante triunfó con reiteración en Galicia, al frente de un PP que no guarda relación alguna con la encabritada derecha actual. La sospecha de nacionalismo, aunque sea en la vertiente laica del regionalismo, resulta más onerosa para sus aspiraciones que su mantenimiento de la actual configuración legislativa contra la violencia de género. Se ha desatado el franquismo camuflado durante décadas, la ultraderecha quiere abreviar la democracia.

A Feijóo le funcionaba mejor la moderación, y se ha estancado en sus perspectivas desde que se radicaliza. Durante el Mundial, fue superado en audiencia por los beckettianos comentarios de Rajoy a los partidos del Mundial. Sin embargo, la situación del PSOE es tan apurada que la aspiración de salvarse denigrando al adversario es tan ilusoria como la hazaña del barón Münchhausen, que se sacó a sí mismo de la ciénaga tirándose de la coleta.

De hecho, la alegría de la izquierda ante un hipotético reflujo de la confianza en el gestor Feijóo suele omitir una mirada de reojo a su socio de ultraderecha. La esforzada tarea de desmantelamiento del aspirante a La Moncloa solo ha conseguido liquidar el espejismo de una mayoría absoluta de los populares. Son curiosos los comentarios alborozados del entorno socialista, que omiten que el conglomerado PP/Vox se halla al borde o por encima de la mayoría absoluta. Solo los populares son capaces de perder las elecciones que tenían ganadas de antemano.

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