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Felipe Armendariz

PENSAMIENTOS

Felipe Armendáriz

Nicolás ya no es tan pequeño

El Pequeño Nicolás nos ha crecido, ya no es aquel adolescente seductor y atrevido que camelaba al más listo. Ahora es un hombre al que el pasado siempre le pasará factura.

Nicolás Gómez Iglesias, de 28 años, saltó a la fama en 2014 cuando fue detenido por una serie de montajes que los tribunales han considerado delictivos. El joven, con apenas 19 años, se puso el mundo por montera y empezó a hacerse pasar por enviado de la Casa Real, colaborador del CNI, asesor de la vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría, conseguidor de negocios y otros muchos oficios y cargos totalmente ajenos a su existencia.

Por entonces tenía el aire de un «peponcete» de derechas, un muñequito de cara redonda y simpática, grandes pestañas a juego con su enorme iniciativa. Siempre me resultó simpático. Vestía como un cachorro de Nuevas Generaciones y aparentaba no haber roto un plato en su vida. Tenía un enorme poder de seducción y era, a su manera, un gran emprendedor. La lástima es que esas virtudes no las empleara para triunfar en la vida por el camino recto. Pronto, como cuando pagó a un amigo por presentarse por él en el examen de selectividad y falsificó un DNI, cogió atajos al margen del sistema.

Las personas con las que se relacionó creyeron estar delante de un personaje importante, poderoso y con influencias. Y ello a pesar de su cara de niño, de su corta edad, y de la endeblez de su relato.

Supo dar a sus fantasías el atrezzo adecuado: documentos falseados; coches de alta gama con pirulos azules de la Policía; escoltas; fotografías con notables, y labia, mucha labia.

¿Qué pretendía con aquellas simulaciones? Seguramente obtener dinero para poder subsistir bien sin esfuerzo. Ahora, en su descargo, sostiene que aquello era «un enfermizo sueño de aparentar», una simulación propia de la inmadurez, un tirarse el pisto. Vamos, que todo fue una trastada.

Los jueces no lo han visto así y en espera del Tribunal Supremo, el exPequeño Nicolás tiene muchas papeletas de acabar entre rejas. Nuestro protagonista dice que ha madurado, aunque no se le conoce oficio ni beneficio.

Cuando llegue el momento de entrar en prisión habrán pasado muchos años desde sus tiempos de pícaro y el castigo será tardío y, probablemente, inoportuno. La Justicia es así.

El Estado no tolera que alguien usurpe la condición de funcionario, que es una especie de óleo sacramental. Te puedes hacer pasar por carpintero, periodista, repartidor de butano o leñador. No te pasará nada. Si simulas ser un alto cargo, aunque ese destino no exista en el sacrosanto organigrama, tendrás tu merecido. Eso le ha pasado a Gómez Iglesias, un incomprendido por sus mayores, aunque un líder para la juventud, con más de cien mil seguidores en Twitter.

El condenado tiene todavía un cuarto juicio pendiente y ya acumula varios años de presidio. Su actual «ocupación» conocida es la de experto-gancho en los chiringuitos de criptomonedas. Ese rol no parece el más adecuado para convencer a los magistrados de que ahora no quiere vivir del cuento.

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