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Matías Vallés

Fundador, presidente y director general del imperio LVMH

Matías Vallés

Limón & vinagre | Bernard Arnault: El más caro de Francia y resto del universo

Bernard Arnault, durante una rueda de prensa en París, en 2018. IAN LANGSDON / EFE

Si para convertirse en la persona más rica del mundo se necesita cierta habilidad, desbancar de la cúspide a Elon Musk requiere dotes sobrehumanas. El francés Bernard Arnault lo ha conseguido, según las clasificaciones simultáneas de Forbes y Bloomberg. El fundador, presidente y director general de LVMH (Louis Vuitton Moët Hennessy) se ha impuesto por una uña de diferencia. Es decir, por cien millones de euros sobre fortunas globales en torno a los 180 mil millones. El planeta alberga 150 países con un producto interior bruto inferior a esa cifra de un solo hombre.

De origen judío, Arnault es el único vástago de Marie-Josèphe Savinel. La madre se ha ganado un lugar en esta historia porque era una admiradora de la casa Dior, así que su hijo se la compró. Sin minimizar la influencia sobre el hombre más caro de Francia y resto del universo del primer taxista que conoció en Nueva York. Su conductor no conocía la identidad del presidente de Francia, a la sazón Georges Pompidou, pero había interiorizado el nombre de Christian Dior. Así empezó todo.

El éxito de una marca de lujo crece con el porcentaje de personas que no poseen ninguno de sus productos. Una relación no exhaustiva de las firmas de Arnault ayudará a entender en qué consiste su apoteosis de lujo y marketing. Tiffany, Christian Dior, Berluti, Dom Pérignon, Château d’Yquem, Fendi, Givenchy, Marc Jacobs, Stella McCartney, Guerlain, Loewe, Loro Piana, Kenzo, Celine, Cipriani, Orient Express, Veuve Clicquot, Krug, Emilio Pucci, Chaumet, Rimowa, TAG Heuer, Hublot o Bulgari. Su selecta cadena hotelera Belmond solo cuenta con un establecimiento en España. Se trata de La Residencia, creada por Richard Branson en Deià, la villa mallorquina de Robert Graves y Julio Cortázar donde buscó casa Mario Vargas Llosa.

Y ahora solo queda desmentir todo lo anterior, porque Arnault no cree ni en la palabra lujo ni mucho menos en el degradante marketing. Desdeña lo lujoso porque lo asimila con «lo fútil, lo inútil». Vende «calidad más creatividad», o se dedica a «generar deseos» en su versión más espiritualizada. Y detesta todavía más la mercadotecnia, en cuanto postración ante los gustos del cliente. Es el comprador quien debe adaptarse a los 75 productos de LVMH, porque el hombre más rico del mundo prefiere «equivocarse» a someterse.

El ingeniero Arnault toca el piano a cuatro manos con su esposa canadiense Hélène Mercier-Arnault, profesional del instrumento. No suavicen al magnate, una cosa es que se erija en la antítesis de Elon Musk y otra que no pueda cargar contra Greta Thunberg al grito de «catastrofista» y «desmoralizante para la juventud». Le espanta la clientela, igual que los desórdenes callejeros. Por eso elogiaba la mano de hierro en el mercado boyante de China, «aunque seguro que no les gustará escucharlo»

Arnault es inequívocamente francés, por lo menos hasta que François Hollande se anticipó a Pedro Sánchez gravando a las grandes fortunas, con lo cual Monsieur LVMH se nacionalizó belga, que equivale a no ser de ninguna parte. Le sobraba patrimonio a defender, con unos mil millones de euros en mansiones incluida una isla privada en Bahamas, otros mil millones en una flotilla de yates, y mil millones más en aviones privados. Por si algún imitador lee estas líneas en busca de consejo, Arnault compra cuando la crisis abarata los precios, «aunque se requiere sangre fría».

Arnault nunca hubiera llegado a número uno del mundo sin el número dos de Francia, el François Pinault de Gucci, Christie’s y compañía. Se han escrito libros sobre la rivalidad entre la brutalidad sutil del segundo y la sutilidad brutal del primero. Equivalen en estilo depredador a Nadal y Federer. La comparación es relevante porque el suizo ha jugado a dobles con el creador de LVMH, quien ademas le dedicó uno de sus escasos piropos. «Eres un dios viviente».

Pinault arriesga coleccionando el desván de Urs Fischer o a Miquel Barceló, su enemigo Arnault sigue anclado en Picasso. Si Arnault toca a Debussy, Pinault aporrea como Jerry Lee Lewis. Y si François-Henri Pinault hijo de François se casa con Salma Hayek, entonces Antoine Arnault hijo de Bernard equilibra la balanza enlazando con Natalia Vodianova. Con lo que se quería llegar a que el timonel de LVMH tiene cinco hijos. O sea, que tiene cinco problemas sucesorios. En ningún caso se resolverá la herencia por los criterios drásticos de la serie Sucesión, los Arnault no son los Murdoch. Y la barbarie ha desembarcado en el imperio de los pies de Messi y Cristiano, arrejuntados por Louis Vuitton junto a un tablero de ajedrez. Qué diría Dior.

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