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Jorge Fauró

ARENAS MOVEDIZAS

Jorge Fauró

Fuerte Comansi

Los anuncios navideños representan otra seña de identidad de la brecha generacional.

Ya ni siquiera se hacen pensando en la televisión

Anuncio de Campofrio Navidad 2022. ANUNCIO DE CAMPOFRIO NAVIDAD 2022

La Navidad representa el disco duro en que se almacenan todas las nostalgias, los seres queridos que están y no están, el viejo aguinaldo y los villancicos, los niños de San Ildefonso, la sidra ‘El Gaitero’, la Marcha Radetzky y Erik Satie. Adoro a Satie, sus gnossiennes y sus gymnopédies, aunque admito que me retrotrae a días de lluvia, a gotas deslizándose a la carrera cristales abajo y a comida de madre; al aroma de pescado al horno y la pierna de cordero; a luces estroboscópicas y prendas imposibles, como aquel verdugo que tratamos de ocultar del álbum familiar de la infancia. La Navidad es la única época del año en que pronunciamos la palabra ‘almanaque’. Hay palabras que solo se utilizan en Navidad. Almanaque, una palabra árabe para una fiesta cristiana. El almanaque pierde toda la aristocracia del nombre después del 6 de enero. A partir de esa fecha se convierte en un vulgar calendario. En algún tiempo debimos de adoptar también la palabra christmas para referirnos a las tarjetas de felicitación navideñas. Ya solo las remiten las empresas como gesto de cortesía. Hola, seguimos aquí. Inviten a sus hijos adolescentes a enviar un christmas y verán la vida pasar como una película de cine mudo.

Y los anuncios. Los anuncios son, tanto o más que los periódicos, el segundero de la historia. Hace años que no los veo con la asiduidad de antaño. Eran tiempos del primer canal y el UHF. O los veías o los veías. No había escapatoria. Ahora ni siquiera están pensados para televisión, tan distraídos andamos haciendo ‘parkour’ por las plataformas de streaming. He visto, sí, el de la Lotería de Navidad y el de una marca de embutidos, pasto de los nuevos canales de comunicación. Al final te los acabas encontrando debajo de un tuit que habla de Messi y decides que no están mal, aunque echo de menos al calvo aquel que soplaba los números del bombo como si fueran cenizas de adviento. Me gusta el de Campofrío porque siempre me ha sorprendido ese despliegue actoral para anunciar salchichas y fuet. Incluso Iker Casillas está bien dirigido. Debería contratar al director del anuncio antes de publicar las coreografías extrañas que despliega en TikTok.

He repasado de memoria los anuncios de mi infancia y adolescencia y he acudido rápidamente a las plataformas de vídeo por internet. Se pasa un buen rato. Son como El eterno femenino, aquella canción de La Mode que cita objetos de culto, como los discos, el casete o la caja de ritmos de los 80. La máquina de escribir. Muchos nos hicimos periodistas porque en casa había una Olivetti, aunque en las películas antiguas siempre salía una Underwood o una Remington. Luego descubrimos que Bukowski escribía en una Underwood, pero en España no había Underwood y muchos aspirantes a corresponsales de guerra desterraron la vocación. O Underwood o nada. Cuántos grandes escritores habremos perdido porque en El Corte Inglés solo había olivettis.

Me estoy pegando una panzada de anuncios antiguos para imaginar cómo los recibirían los niños y niñas de ahora. Ahora son niñes, lo que descartaría de antemano la separación de sexos entre el balón y la Nancy. Supongo que Papá Noel y los Reyes Magos irán cortos de Scalextric, Ibertren, Quimicefa, Magia Borrás y Fuerte Comansi. A pocos padres de hoy se les pasa por la cabeza regalar pistolas y metralletas de juguete, aunque a ninguno de mis amigos se les ha ocurrido irrumpir a tiros en un instituto. He visto el viejo anuncio de Madelman, que en realidad eran tipos poco varoniles de cuerpo escurrido, aunque muy bien vestidos de buzo, de esquiador, de la unidad de zapadores IX. Los madelman eran enemigos de los geyperman. Ninguno de ellos tenía nada que hacer frente al Doctor Acero, que presumía de bíceps y abdominales bien torneados y un botón en la espalda que activaba un brazo para soltar mandobles. 150 euros en el mercado de coleccionistas. Primero le desnudábamos para ver si tenía pito. No tenía. Las muñecas de nuestras hermanas también eran asexuadas de cintura hacia abajo. Las muñecas de Famosa (la Nancy mucho mejor que la Barbie) se dirigían al portal andando como C3PO para encontrarse bajo el belén con el resto de juguetes de la tele, incluidos el Cine Exin, el Subbuteo y los Juegos Reunidos.

La brecha generacional se revela cada navidad en los anuncios de juguetes como ese abismo del tiempo que separa al mecano del teléfono móvil y al almanaque de la celeridad insobornable del calendario, cuyos días se extinguen como gotas de lluvia cristales abajo. Ya suena Erik Satie.

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