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Valentí Puig

Desperfectos

Valentí Puig

Más calma política

La postangustia de la covid-19, vivir la desazón inflacionaria y los tumultos del ‘procés’ o la guerra en Ucrania incrementan la urgencia de una calma política que ahora mismo España no tiene. La convulsión tan aparatosa arriesga el orden constitucional. Eso convierte en extravagancia pedir que la vida pública transcurra con más calma en las formas, sin desmesura en el nosotros contra ellos. En el centro de la cancha, Gobierno y oposición a veces desmerecen -de forma equiparable o desigual- su propia razón de ser, que es la alternancia comedida, el fair play o el respeto institucional por encima de intereses partidistas o choques ideológicos. Cuando la política se solivianta indebidamente aparecen coágulos de polarización. Con tanta cacofonía se agradecería que la clase política reabriera el manual del sosiego, sin tantas emboscadas procedimentales que desconciertan al electorado y fomentan actitudes reactivas.

¿Es eso lo que pretenden los políticos? Su cometido es debatir en la plaza pública, razonar sus propuestas, oponerse al adversario con compostura y no enturbiar las palabras ni hacer de la ambigüedad, cuando no de la mentira, un estilo. Con tanto Twitter se prescinde de argumentar. La polarización desestabiliza, divide más allá de la política, genera desconfianza y -como ha analizado la Fundación Carnegie para la Paz- conlleva una degradación en el rating de las democracias. Entonces la polarización política -como en EE UU- puede acabar en enfrentamiento social.

No todos los partidos nacieron con la demagogia en su ADN y eso permite que los sistemas más estables sean los que se nuclean en torno a dos grandes partidos capaces de concordar asuntos de Estado. Incluso cuando no es posible el consenso, la política de la calma -ahora eclipsada- ya es una forma constructiva. La ciudadanía vive una perplejidad incómoda que le lleva a extremarse o a la pasividad y el abstencionismo. La política de la calma inspiró dos momentos de la historia moderna de España: la restauración canovista y la transición democrática al morir Franco. Nada está escrito para siempre y puede que el péndulo se reequilibre y regrese al punto medio.

Más calma en el Constitucional, en el Congreso, en el Estado del bienestar y en los tribunales: es así como los países prosperan, conviven, atemperan conflictos, reconocen diferencias y acotan problemas que no tienen solución. Eso es hacer política a sabiendas de que la democracia no lo puede todo, que hay políticos mediocres o corruptos, leyes mal hechas, cambios innecesarios y reformas que nadie emprende.

En cualquier democracia existen grupos o líderes no mayoritarios que viven del desasosiego y a veces contagian a los grandes partidos con la idea de que la política sin calma da más votos. ¿Está ocurriendo con el PSOE de Sánchez y el PP de Núñez Feijóo? Lo que se echa en falta es una política a la altura de los tiempos, la que exigía Ortega. Demasiadas cosas se utilizan para la confrontación -banal a veces y siempre peligrosa- y el verbalismo. La enervación política conduce a grandes fiascos y a insatisfacciones colectivas. Es una distorsión dañina: buscar el rédito político de la riña por no ensayar el valor clásico de la calma.

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