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Jorge Fauró

ARENAS MOVEDIZAS

Jorge Fauró

Madrid, la alfombra verde

La capital lleva camino de convertirse en un parque temático urbano para el turismo en detrimento de sus habitantes

Madrid es este mes una pasarela alfombrada de verde otoñal, con aceras y calzadas cubiertas de hojas de plátano de sombra que alguien ha decidido perpetuar en el piso y de ahí a la suela del zapato. No hay en Madrid casa ni lugar de trabajo sin su correspondiente rastro de hojas arrastradas de la calle, como si las autoridades encargadas de la limpieza no hubieran contemplado que los árboles de la capital son de hoja caduca y, mira por dónde, llueve. Cosas más extrañas se han visto en otoño. Que llueva. No hay zapato que no taconee el hormigón madrileño sobre la mullida superficie de la hojarasca que alguien reparó en apartar una semana después de que los barrios del centro y de más allá quedaran sepultados bajo un manto foliar; el camino de las baldosas amarillas del reino de Oz en que Almeida y Ayuso tratan de convencernos de que aquí habitamos, pasando por alto que también vivimos, ese pequeño jardín de sinónimos que se bifurcan.

Miles de turistas salen a diario cargados de bolsas de los templos del lujo de Serrano, Claudio Coello, Ortega y Gasset y aledaños, vestidos de Prada, Loewe y Chanel, calzado de Ferragamo y Magnanni y suelas de Louboutin irreconocibles. Del rojo al verde. Tanto outfit para al final del día llegar a casa y pringar el portal y el felpudo. Hojas en los tacones, hojas en los bajos del pantalón, hojas en la alfombra de casa, hojas hasta en la sopa. Y eso ocurre en el centro, en el escaparate habitual que sirve de recorrido al turismo; no quieran (o sí: quieran) saber lo que acontece en otros barrios, donde el otoño, la lluvia y la desidia de la Administración han trasladado pedacitos de El Retiro al otro lado de la M-30, tal es la acumulación vegetal de sus calles, que se confunden con la basura acumulada en los contenedores, con las papeleras rebosantes de inmundicia. Para qué mantenerlo decente si por Vallecas y Villaverde, por citar solo dos, no pasan los turistas. La periferia es la parte de detrás de la nevera moderna no frost con frontal de cristal.

El centro de Madrid (quien dice Madrid dice Barcelona, Valencia, Sevilla) se asemeja cada vez más a un parque temático urbano destinado a deslumbrar a quienes la visitan y complicar la vida a quienes la habitan. Entre terrazas, meninas, flora que se eterniza sobre el pavimento, basura sin recoger, más terrazas, andamios contra las fachadas y de nuevo más meninas, los turistas se hacen selfis mientras los residentes se preguntan de quién fue la idea de empequeñecer las aceras. La corte de los parasoles. Décadas atrás, la ciudad ganó espacio al coche en favor de las personas y ahora se lo hemos vuelto a quitar a estas para dárselo a los veladores y a las estufas de butano. En algunas partes del centro, parece que hubiera ya más mesas que peatones, demasiado ocupados en sortear el camino de obstáculos y mortero de obra en que anda enfangada, verbigracia, la Puerta del Sol.

Como viene siendo habitual, el último puente festivo y la temporada de Navidad convierten a Madrid en una de las ciudades más visitadas de Europa. El turismo abarrota las calles de Malasaña, Chueca, Lavapiés, Gran Vía, Chamberí y Salamanca, cada uno gentrificado a su modo. El turismo constituye un elemento fundamental para la economía de la capital, pero ni Chueca ni Lavapiés ni Gran Vía son los mismos cuando se van los turistas. Son un teatro sin público donde permanecen los dueños de la tramoya. Se quedan entonces solo los vecinos, expuestos, sí, al escaparate del oropel del fin de semana y las vacaciones (la nevera por delante), pero muchas veces abandonados al socaire de la rutina y de los problemas de una gran ciudad (la nevera por detrás). No es lo mismo visitar Malasaña que vivir en Malasaña, o, como quien dice, la Rambla de Barcelona, el Carme de València o el Casco Viejo de Bilbao, enclaves donde, como en otros centros de otras grandes ciudades, sus vecinos no se hacen selfis. Preferirían una limpieza adecuada a la demografía que absorbe y no solo a la que vive; una seguridad acorde con su población flotante, una sanidad de barrio que también tenga en cuenta el aluvión. Mientras eso ocurre, Almeida y Ayuso pueden seguir presumiendo de la belleza del centro e Instagram se llenará de fotos y stories de efecto llamada para turistas. Serán los que queden, cuando aquellos se marchen, quienes continuarán regresando a casa con la hojarasca sin recoger adherida a los zapatos.

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