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Joaquín Rábago

¿Son los golpistas alemanes sólo un grupo de nostálgicos chalados?

Ese grupo de ciudadanos alemanes liderados por un aristócrata y empresario que planeaban un rocambolesco golpe de Estado en Alemania podría parecernos a primera vista un grupo de nostálgicos chalados. Y que lo que en el mayor de los secretos aquéllos proyectaban no habría sido sino la repetición como «miserable farsa», que diría Karl Marx, de la «gran tragedia» que fueron con golpes como el de Kapp los años de la República de Weimar.

Un aristócrata, una juez y exdiputada del partido ultra Alternativa para Alemania, varios militares jubilados y hasta algún médico se confabularon al parecer con miembros de los llamados Reichsbürger (Ciudadanos del Reich) para una acción que parecería de opereta si no fuera por sus posibles consecuencias.

El descubrimiento de lo que se tramaba dio lugar a unas espectaculares redadas en las que intervinieron en torno a tres mil agentes entre funcionarios de la Oficina de Investigación Criminal, la unidad antiterrorista GSG 9 y otros comandos especiales que llevaron a cabo 130 registros domiciliarios en once laender alemanes, así como en las vecinas Italia y Austria.

A los veinticinco sospechosos inicialmente detenidos se los acusa de creación de una organización terrorista con el objetivo de derrocar al actual sistema político y sustituirlo por uno nuevo.

Según ha trascendido de las primeras investigaciones, el grupo de conspiradores planeaba entrar con las armas en el Bundestag berlinés como hicieron los golpistas españoles aquel fatídico 23 de febrero de 1981 en nuestro Parlamento. Los diarios de todo el mundo seguirán contando en los próximos días los detalles que se vayan conociendo de la frustrada intentona y se explayarán sin duda sobre ese Movimiento de los Ciudadanos del Reich (Reichsbürger) que parece estar detrás del mismo.

Se trata de un movimiento muy heterogéneo desde el punto de vista tanto organizativo como ideológico de individuos que tienen en común su rechazo de la legitimidad de la actual República Federal de Alemania e insisten en que las únicas fronteras válidas son las del antiguo imperio o las de la Alemania de 1937.

En su confuso cóctel ideológico conviven una clara repulsa de la democracia y de la sociedad abierta y pluralista, el antisemitismo y el racismo, las teorías conspirativas y, como no podía faltar, la negación del Holocausto.

Hace tiempo que se sabe de la existencia de grupos de extrema derecha en la Alemania democrática, de individuos de esa ideología que, aunque minoritarios, están en las Fuerzas Armas, la policía y otras instituciones del Estado. El problema es que hasta hace poco no se les prestaba demasiada atención porque los organismos encargados de defender la democracia parecían siempre más preocupados por lo que ocurría en el espectro de la izquierda.

Baste recordar que durante unos años —de 2012 hasta su jubilación forzosa en noviembre de 2018— al frente de la llamada Oficina Federal para la Protección de la Constitución estuvo un jurista y político del sector más derechista de los cristianodemócratas llamado Hans-Georg Maassen. Y Maassen se dedicó a controlar sobre todo a los individuos y grupos de izquierda, convencido de que era allí y no, como le advertían muchos, en la ultraderecha donde estaba el auténtico peligro terrorista.

Llegó aquél incluso a cuestionar la veracidad de las noticias publicadas por los propios medios alemanes que hablaban de la continua incitación a la violencia de grupos neonazis como la tristemente famosa célula NSU (Clandestinidad Nacionalsocialista).

La NSU llevó a cabo durante entre 2000 y 2007 una serie de crímenes, en su mayoría asesinatos de inmigrantes, sin que los organismos de seguridad del Estado llegaran a la más que evidente conclusión de que podía tratarse de crímenes xenófobos, lo cual provocó un escándalo y les valió la acusación de que estaban «ciegos del ojo derecho».

Maassen colaboró estrechamente mientras tanto con la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos, acusó de «alta traición» a blogueros progresistas y llegó a calificar de «traidor» y «antiamericano» al exanalista de la CIA Edward Snowden, del que dijo que podía ser un agente de los servicios secretos rusos al haber creado con sus revelaciones división entre EE UU y los países aliados. El año pasado, el ya pensionista Maassen publicó en una revista alemana de derechas un ensayo titulado Auge y Caída del Posnacionalismo donde denunciaba «la disolución de los vínculos familiares y locales, la destrucción de las tradiciones» y la conversión de los individuos en «una masa anónima, fácil de manipular por las fuerzas socialistas y globalistas».

A juzgar por las redadas de esta semana, parece en cualquier caso que el organismo que vela por la defensa del orden constitucional en Alemania se toma hoy el peligro procedente de la ultraderecha nacionalista bastante más en serio que cuando a su frente estaba Maassen, hoy por cierto admirador de la Hungría de Viktor Orbán.

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