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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Años malos y nosotros más ciegos

Los acontecimientos de la pasada semana en el colegio La Salle de Palma han trascendido a todo el país, de tal manera que han proliferado artículos de opinión sobre los mismos. Un titular aludiendo a la táctica de guerrillas de la ultraderecha y la opinión de sesudos expertos sobre los hechos plantean la necesidad de, por una parte, intentar aportar una visión diferente de los mismos y, al mismo tiempo, cuestionar una presentación ideológica en términos que, a mi juicio, han estado impregnados de maniqueísmo. Vaya por delante que considero no solamente inaceptables, sino también repugnantes las amenazas a la profesora de catalán, que deben ser investigadas y, en su caso, castigadas, al incurrir presuntamente en delitos de odio. Dicho esto, conjeturo que la actuación de la profesora puede revelar falta de la habilidad y de cintura con la que deberían saber navegar los docentes. No conozco los intríngulis del caso, por ejemplo, si docentes de otras asignaturas habían coincidido o no con la presencia de la bandera para exteriorizar el apoyo a la selección española en el mundial de fútbol; y cuál había sido su reacción. El hecho apuntado de que los alumnos tenían permiso del jefe de estudios contradiría la versión de que la norma interna (que no se publica) no autoriza la presencia en el aula de símbolos. También sería muy extraño que el jefe de estudios no la conociera. Ya es una casualidad muy extraña que todo se incendie cuando entra en clase la docente de catalán. Abona la idea de que, en vez de sortear la situación dando la clase y con posterioridad avisar a la dirección de la presunta irregularidad, la docente pudiera adoptar la posición de pensar «¿banderitas a mí? ¡Os vais a enterar!». Si ese hubiera sido el pensamiento, entonces la conducta de la docente podría reputarse de torpeza incendiaria. Sus ciegos apoyos claman en su defensa: «Sólo quiso que se cumpliera la legalidad». Sobre esto hay mucho que hablar. ¿Conocen la frase atribuida a Benito Juárez: «A los amigos justicia y gracia, a los enemigos la ley vigente»? Con la expulsión irregular de los alumnos la dirección de La Salle queda en evidencia. Es un retrato de incompetencia, al que se suma entusiasmado el Govern de Armengol contra los padres de los alumnos. Esto nunca debería de haber salido del colegio. La presión social que sobre treinta adolescentes se ha estado vertiendo es indecente.

Los sesudos expertos, en su mayoría provenientes del campo de la izquierda o la ultraizquierda (es curioso que no se puedan contrastar sus opiniones con las de otros sesudos expertos procedentes del espacio de centro liberal o de la derecha; deben ser inexistentes) se explayan a gusto contraponiendo de forma muy ideologizada y activista el consenso oficialista de la izquierda y el nacionalismo vasco y catalán con el disenso exclusivo de la ultraderecha. Contra el consenso se sitúa a la ultraderecha, sustentada en valores neoliberales, reaccionarios y ultraconservadores que se venden como libertad de expresión y lucha contra el adoctrinamiento. Les acusan de interpretar la realidad con una visión narcisista deseosa de impugnar lo anterior y llevar siempre la contraria. ¡Quién nos lo iba a decir, antiguos revolucionarios defendiendo el statu quo! Frente al sistema existente, representado por PSOE, Unidas Podemos y el nacionalismo, sólo existe la ultraderecha. Descreen de los principios en los que se basan las democracias liberales: el liberalismo, al que atacan bajo el insulto demonizado de neoliberalismo; la separación de poderes, a la que se ataca aduciendo el presunto conservadurismo de los jueces (el apoyo de Pablo Iglesias, Irene Montero y compañía a Cristina de Kirchner, condenada a seis años de cárcel por corrupción en Argentina por una justicia calificada de mafiosa) y algo tan sagrado como la libertad de expresión, sólo para ellos, no para sus adversarios ideológicos, esto no es narcisismo. Sobre el adoctrinamiento bastan para constatarlo los pronunciamientos contra la Lomloe de los docentes de numerosas instituciones y la lectura reposada de sus currículos defendidos por una ministra de Educación que ni siquiera sabe conjugar los verbos irregulares. Para los expertos realmente existentes todo lo que no sea Sánchez es una ultraderecha que nos amenaza. Pero ignoran, a sabiendas, que la ultraderecha no nace de forma espontánea en España, que la desconocía como forma organizada hace doce años. A la ultraderecha la ha traído la ultraizquierda y el golpismo nacionalista, que esos sí les parecen bonancibles. Vox nace en España a raíz de la deriva hacia ninguna parte del nacionalismo que culmina en los sucesos de 2017 en Cataluña y de la incapacidad de Rajoy para afrontar este reto. Y se hace más fuerte con la formación de gobierno de coalición de Sánchez con la ultraizquierda de Unidas Podemos y con los apoyos de ERC y EH Bildu para presupuestos, decretos inconstitucionales, ley del ‘sólo sí es sí’, derogación de la sedición, y acabar de una vez por todas con una debilísima separación de poderes constitucionales. En contra de todas sus promesas electorales. La ultraderecha no es sino la reacción al extremismo nacionalista e izquierdista. Pero los expertos se lo callan. Lo saben, no son tontos, pero se lo callan.

Muchos creemos que la expresión periodismo activista es un oxímoron. Si es periodismo no es activismo; si es activismo no es periodismo. El activismo debería circunscribirse a las páginas de opinión. Pero incluso en ellas debería cultivarse la honestidad intelectual. Cuando se arguye contra los que defienden a los alumnos de La Salle que algunos no se conforman con una España unida en la diversidad, sino que quieren una España uniforme, con una sola lengua, no se sabe muy bien contra quién se embiste pues, como dice el artículo 3 de la C. E. el castellano es la lengua oficial del Estado. Las lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos. Ninguna fuerza política cuestiona ni la oficialidad ni la enseñanza en catalán. Algunas, ajenas al nacionalismo, pretenden conseguir que, como mínimo, se utilice la lengua común como lengua vehicular en un 25% del total. Como puede comprobarse por la desobediencia a las sentencias judiciales que así lo determinan, es una exigencia del nacionalismo español, formado no sólo por la ultraderecha de Vox, sino también por todo el PP, Ciudadanos, y una parte del PSOE de los tiempos de Felipe González, que no existe. Y así vamos, ciegos hacia el abismo.

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