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LAS CUENTAS DE LA VIDA

¿Dónde terminará el pesimismo de hoy?

Sin un contexto mejor en la Unión, difícilmente podremos salir de este bucle negativo

Ilustración: ¿Dónde terminará el pesimismo de hoy? INGIMAGE

Cerca ya de cumplirse el primer cuarto de siglo, la Historia comienza a marcar su designio. El 1 de enero de 2002 empezó a circular el euro, hace ahora ya dos décadas. Su llegada vino marcada por el optimismo, a pesar del atentado de las Torres Gemelas y el estallido de la burbuja puntocom. El comunismo había caído y la democracia liberal anunciaba un reinado que se preveía largo. Afganistán y sus talibanes tenían algo de desafío medieval, una anécdota en el cómputo de las centurias. Ahora lo vemos con alguna distancia y percibimos mejor sus bordes, las líneas que define el olvido. Desde las trágicas circunstancias de Tiananmén, China había dado un paso al frente convirtiéndose en la central manufacturera de la globalización. A nadie parecía preocuparle en exceso la deslocalización industrial, pues se creía que sería compensada por la pujanza del sector financiero y de la nueva economía digital; como tampoco parecía preocupar la pérdida de soberanía monetaria que supuso la entrada en funcionamiento de la moneda común europea. No todos los países lo vieron igual ni siguieron el dictado de la prensa anglosajona, pero en general el pensamiento dominante era de un optimismo crédulo e ingenuo que toleraba mal las críticas. En esto no hemos cambiado mucho, sólo que ahora la corrección política se ha desplazado hacia una izquierda postmarxista.

Ilustración: ¿Dónde terminará el pesimismo de hoy? INGIMAGE

Veinte años no son muchos, pero sí en el caso español, en el que podemos hablar de dos décadas perdidas. Si la primera legislatura de José María Aznar fue positiva en gran medida, la segunda vino marcada por tres grandes decepciones: la ausencia de todo tipo de reformas –económicas y laborales, sobre todo; tampoco educativas o científicas–, un arriesgado cambio en la política exterior y un notable endurecimiento en la política interior. El error de Aznar fue no aprovechar la mayoría absoluta para avanzar hacia la modernización de nuestro país, precisamente en un momento en el que contaba con todas las cartas a su favor: los generosos fondos europeos y unos presupuestos saneados, una demografía aún propicia y los vientos de cola de unos tipos de interés inusitados. ¿Cómo habría sido nuestro futuro si Aznar hubiera legislado realmente a favor de la libertad –laboral, económica, académica– y de una fiscalidad atractiva, llevando a cabo además las reformas pertinentes en el Estado del bienestar? Son preguntas sin sentido ahora, pero que lo tuvieron en su momento. Las oportunidades perdidas sólo conducen a la melancolía.

El fracaso de la segunda legislatura de Aznar radicalizó la política española y desplazó el centro del debate público. El gobierno de Rodríguez Zapatero no supuso ninguna mejoría al respecto, sino un nuevo retroceso en todos los frentes, incluido el ideológico. Desde entonces, la historia de nuestro país se resume, por un lado, en el empobrecimiento paulatino de la ciudadanía y, por el otro, en un peligroso ensimismamiento que ha traído consigo el retorno de viejos demonios que creíamos conjurados con la llegada de la democracia. El ataque continuado a la legitimidad del 78 representa el peor ejemplo de la política actual, incapaz de asumir los retos del presente para engarzarse en debates del pasado, ficticios en su mayor parte.

¿Cuándo acabó el optimismo de finales del XX? ¿Dónde terminará el pesimismo de hoy? Sin un contexto mejor en la Unión, difícilmente podremos salir de un bucle negativo que se alarga demasiado en el tiempo.

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