Un viernes de «los años palmesanos del plomo», sobre las dos de la tarde, sonó mi teléfono. Había salido antes del trabajo a cuenta de una hora debida para comer con unos amigos. Respondí a la llamada de mi comisario, el cual me informó que había dos policías nacionales en Sant Ferran interesándose por una denuncia de agresión sexual contra un agente de nuestra policía, la cual parecía ser que yo, varios años atrás, había dado «carpetazo». Una mentira, un rumor, una suposición, un deseo más, convertido en hecho, y este en delito. Pareció que ya me había llegado el turno, pero no fue así, y tampoco he llegado a saber quién me señaló. Aclarado el caso sin «mayor contratiempo, más allá de alguna taquicardia» me sirve para ilustrar cómo se actuaba en nuestra contra.

¿Cómo se combate la criminalización de la normalidad? La causa general franquista contra la dominación roja o las tácticas estalinistas, acudían con frecuencia a mi mente para explicar aquella pavorosa época depuradora. Esas técnicas las padecíamos interna y externamente en Sant Ferran, auspiciando una reencarnación prospectiva del procedimiento de 1940 impulsado por el bando rebelde. La sistemática de los golpes de «estado» se aplicaba: la cúpula descabezada, disidentes encarcelados, puestos de trabajo golosos en el horizonte, peones colocados, firmas pagadas a precio de oro para rematar faenas… Pasta accesible a repartir, y miedo, mucho miedo por vestirse el uniforme cada mañana. Cabezas en lugar de peldaños como medio de apoyo para medrar. Aire irrespirable plagado de fantasmas que no había nadie que cazara. Información manipulada basada en un espeluznante secreto. Es terrible desconocer el qué, el por qué y quién te acusa, sencillamente no te puedes defender. La indefensión era absoluta, el número 24 «desapareció» del articulado constitucional. Lo peor era el goteo de «cadáveres» tal cual lista de guerra que nos azotaba cada día. Maestros del puzle preparaban el tablero, sembraban los pasillos de señuelos y luego remataban. Las llaves maestras se llamaban testigos protegidos. Cuánto dolor, cuántas mentiras, cuánta maldad alimentando la pesadilla que vivíamos. Hay manchas que no se les borrarán en la vida. Y no estoy hablando de los investigados, detenidos, encarcelados, suspendidos de empleo y sueldo, humillados, insultados, ajados por dentro y por fuera, algunos enfermos, y ahora exonerados. Me refiero a las manchas incrustadas de por vida en «los artífices de la tragedia».

Además de verlos ir cayendo uno a uno y no escucharlos cantar los villancicos navideños debido a la insonorización de los muros de la cárcel, uno de los mayores cortocircuitos emocionales fue ver cómo nuestros principios democráticos basados en el estado de derecho se desmoronaban incomprensiblemente ante nuestros ojos. Los presuntos inocentes recordaban a los «Santos Inocentes». Solo existían culpables que, en el mejor de los casos, podrían ser inocentes. La pregunta correcta no era ¿qué ha hecho?, sino ¿a quién han señalado hoy? Ya lo dijo un político: son presuntos culpables. Uno tras otro, veteranos policías llegaron al extremo de firmar, sin leer, documentos cruciales con relevancia constitucional por afectar a la libertad de las personas, y no eran cualesquiera, eran compañeros o amigos. Su instinto de supervivencia los llevó a contribuir al hundimiento de las víctimas de azul. Ante autos judiciales incompletos por el secreto de las actuaciones, policías locales presos alrededor de una mesa de plástico en la cárcel de Palma elucubraban sobre los hechos imputados y las personas que les acusaban, pegaban post-its con sus especulaciones. Hasta ese elemental ejercicio del derecho de defensa, en busca del qué y del quién, les fue cuestionado. Mientras tanto, había abogados que se sentían «condicionados y pseudocoaccionados» (en palabras de uno de ellos).

Esta historia no ha acabado bien, es imposible resarcir tanto daño causado, sin embargo, debería servir para que el sistema realice una severa autocrítica que conduzca a la imposibilidad de que se vuelvan a repetir tales desmanes. Un letrado defensor ha estimado en 500 las personas perjudicadas directas o indirectas en esta causa. Podemos añadir el coste millonario que supondrá el affaire completo para los ciudadanos de Palma. Queda alguna pregunta importante por responder: ¿qué motivación ha tenido cada uno de los responsables de tanto suplicio? ¿cuánto dinero, satisfacción o poder han ganado algunos a causa del mismo?

A finales de los años 80 mi teléfono también sonó, transmitiéndome instrucciones judiciales. Tuve que realizar tres lecturas de derechos a compañeros que aún duelen. El peor momento de mi carrera profesional quedó consumado. Nicolás Herrero Aguerri estuvo especialmente a mi lado. El maestro Ennio Morricone había compuesto una genial banda sonora para una película de Brian de Palma que, escucharla, me ayudaba a ratos. ¿Su título? Los intocables.