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Juan Soto

La ‘ley trans’ y los agujeros

El bloqueo de la ley trans por parte del PSOE se entiende de forma sencilla a la luz de las consecuencias de los agujeros de la ley del sí es sí, que el Ministerio de Igualdad galvanizó, como hace con esta otra, bajo el chantaje de cubrir de etiquetas a quien hiciera la más mínima crítica. Ahora le dicen a su socio que, si enmienda, entonces estará con el PP, y opresión y fascismo, y bla bla bla.

Pasó lo mismo con el sí es sí. No escucharon, no analizaron y llegaron al Consejo de Ministros montadas en un caballo blanco. O sí, o sí, eran dos opciones. La irresponsabilidad del resto de grupos aprobando la ley como estaba merece nota al pie en esta historia. Ahora oyen los legisladores que salen violadores de prisión con la condena reducida y, por tener las orejas cerradas a cal y canto, gritan a los jueces y las juezas (aunque aquí no usan lenguaje inclusivo) que ellos son el verdadero problema.

Bueno. El fiasco de la ley estrella que iba a inaugurar una etapa de seguridad sexual absoluta para las mujeres españolas ha sido la constatación de que el cuerpo legal de un Estado no es una pizarra en blanco donde calzar lemas, sino una estructura compleja, un tapiz donde el movimiento de un hilo hace que se muevan los otros. Si se escriben leyes sin el debido debate, entonces pasa como con las sucesivas leyes de educación: no sirven más que para anunciar que se ha salvado a la raza humana con el cambio de Gobierno. Basura acumulada en los anales de la legislación.

El tema de la autodeterminación de género, en contra de lo que parece, no afecta solo a los trans, cuyos derechos deben ser protegidos, sino que mueve piezas fundamentales en la arquitectura social del Estado. Una parte nada desdeñable de la legislación general, y de las regulaciones específicas que emanan de ella, se apoya sobre la diferencia sexual por más que la Constitución diga que somos iguales. Hablo de regulaciones sobre ayudas, cuotas, protecciones y demás mecanismos para compensar la desigualdad social. Todo esto quedaría trastocado con la simple posibilidad de que algunos hombres pudieran cambiar su sexo en el registro, sin ser realmente trans.

Introdujeron un artículo contra el fraude de ley, pero aquí se avisa por activa y por pasiva de que perseguir esas conductas o probarlas no es tan fácil como pudiera parecer, y no hacen caso. Curiosa situación esta, por cierto, en la que convive el relato de la opresión sistémica de las mujeres con un feminismo radical que intenta impedir que algunos hombres accedan a determinadas ventajas por razón de sexo, pero bueno. Otro elefante que barrita en mitad de la habitación. Los hay a puñados.

Dejando aparte el desbarajuste de las categorías de deporte, a mí de esta ley me preocupa el efecto en adolescentes. La llamada autodeterminación parece una solución al problema de la invasión química y quirúrgica, dado que ahora hay que someterse a tratamientos irreversibles para cambiar el sexo registral, y esto es peligroso para las personas que luego detransicionan. Sin embargo, dado que la ley también persigue las llamadas «terapias de conversión», que para la cuestión trans significa «toda aquella terapia que se salga de los márgenes de la terapia de afirmación», la ley tal como está provocaría una indefensión peligrosa en jóvenes que, creyéndose trans, en realidad están experimentando malestares por otras razones, y no lo saben. Los países donde la terapia de afirmación de género era el estándar empiezan a reconocer las consecuencias terroríficas de este enfoque, que parte de la base psicológicamente absurda de que uno siempre sabe lo que le pasa. En los últimos meses ha habido señales de alarma suficientes en el mundo civilizado, como la debacle de la Clínica Tavistock de Londres, cubierta de denuncias de «detransicionadores», la marcha atrás legal en los países escandinavos o el caso de la organización Mermaids, desenmascarada como un lobi que ponía en riesgo la salud de algunos jóvenes.

Noticias como estas deberían ser avisos de suficiente potencia como para enmendar lo que sea enmendable y evitar que esta otra ley estrella del Ministerio de Igualdad se convierta en otra catarata de noticias bomba, ahora, o dentro de diez años.

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