Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

El fútbol, la ética y la estética

El fútbol, más que cualquier otro deporte, es un fenómeno global, que ha adquirido una universalidad incuestionable que se ha convertido en el lúdico común denominador de gran parte de la humanidad. Por ello mismo, su análisis no pude detenerse en su significación objetiva y va mucho más allá, y de hecho ha sido y es objeto de la sociología, de la geopolítica, de la filosofía, de la economía… Y hasta por la política, el arte y la literatura. Antonio Lobo Antunes lo llamó inteligencia en movimiento; Camus habló de su experiencia en el fútbol como parte de su educación sentimental y moral; Peter Handke escogió el fútbol para dar título a su libro más humano: «El miedo del portero al penalty»… Hay, además, en el Fútbol muy innumerables y cuantiosos intereses, legítimos e ilegítimos, con lo que se equivocaría quien le restara relevancia. El «deporte rey» cataliza naciones, establece relaciones entre pueblos, es consumido con voracidad por las muchedumbres y puede ser –es, de hecho- utilizado como vehículo diplomático.

Viene, es obvio, todo esto a cuento del mundial de Qatar, que es sobre todo carísima campaña de imagen de un país de 300.000 habitantes opulento hasta la aberración, que está tratando de conseguir respetabilidad. La inversión realizada por Qatar es obscena y absurdamente injustificable ya que incluye ocho gigantescos estadios que, pasado el evento, estarán infrautilizados puesto que los qataríes, eliminados sin paliativos a poco de rodar la pelota, no podrán darles un uso medianamente apropiado (alguno de los estadios es desmontable, pero ello no reduce el despilfarro).

Siempre ha existido la sospecha de la corrupción en las instancias organizativas internacionales del fútbol, controladas por una casta de ‘directivos’ que han hecho de este asunto su profesión aunque la tarea es teóricamente desinteresada y filantrópica. Pero en el caso de Qatar, el escándalo de la ‘compra’ del Mundial en 2010 costó el puesto al presidente de la FIFA, Joseph Blatter, y a algunos «asesores» y colaboradores como la estrella futbolística jubilada Platini, una gloria de Francia. La siembra de millones de dólares entre los votantes de aquella elección censitaria que había de designar la sede del Mundial del 2022 dio el resultado apetecido: el Mundial se jugaría en una zona desértica en invierno –en verano las temperaturas no son soportables-, aunque con aire acondicionado en los estadios.

El fútbol interesa. Y un campeonato mundial, que ofrece asegurada calidad y gran espectáculo, es un señuelo muy apetitoso. Pero la organización de este evento cuatrienal suscita serias dudas (también los Juegos Olímpicos, pero esta es otra cuestión) por el oscurantismo, la manifiesta falta de transparencia y los abultados casos de corrupción. Antes de Qatar, un país que no respeta los derechos humanos, disfrutaron de campeonatos semejantes la Argentina de Videla en 1978 y la Rusia de Putin en 2018. También, por razones que es imposible comprender y mucho más todavía explicar, la Supercopa de España se jugará en Riad en 2023…

Es muy legítima la tesis de que no hay que enclaustrar a las dictaduras porque la apertura y el contacto con la comunidad internacional favorecerá los vientos democráticos, pero todo tiene sus límites. El fútbol, en los países en que está arraigado el deporte (como España), tiene elementos identitarios que hay que respetar. La copa del Mundo que obtuvo España en 2010 normalizó el uso de la bandera española, monopolizada hasta entonces por extremistas. Y el sentimiento de pertenencia que expresan las clientelas de los clubes es un activo de cohesión que contribuye a la articulación del país. Ya se sabe que el fútbol, que pivota sobre un mercado muy competido que mueve cantidades ingentes de recursos, tiene una vertiente financiera que hay que tener en cuenta y cuya lógica tiene que ser acatada. Pero esta vertiente ha de ser subsidiaria y no esencial. En definitiva, en el fútbol profesional de clubes han de mantener una ética y una estética, y los intereses tienen que supeditarse a los valores del juego limpio y la compatibilidad del deporte con la salud democrática. En España hay clubes que representan orgullosamente a la ciudadanía. Y la selección española tiene detrás a una gran afición. No se debería jugar con esos públicos como si fueran marionetas.

Compartir el artículo

stats