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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

El nepotismo no entiende de ideologías

La tentación del nepotismo, favorecer a los tuyos, es una constante en el ejercicio del poder, le acompaña como compañera que se reviste de ropajes multiformes. Después de la bronca provocada por Vox en el Congreso con la ministra de Igualdad, Irene Montero como objetivo político, como consecuencia de la aplicación de la ley de sólo sí es sí, se la ha señalado como beneficiada para el cargo de ministra por Pablo Iglesias, por su condición de pareja del macho alfa de Unidas Podemos. Que Iglesias es quien manda en su formación es algo que nadie puede poner en duda. Fue él quien nombró personalmente a Yolanda Díaz como su sustituta en la vicepresidencia del Gobierno, como no se ha recatado en señalar, aunque se haya refugiado en la primera persona del plural para reclamarle respeto o tacharla de miserable. No es, por tanto, descabellado atribuir a Iglesias su puesto en el consejo de ministros/as, sean cuales sean sus méritos personales, cuestionados por altavoces mediáticos de la derecha. El resultado de la acusación de nepotismo ha sido la investidura de Montero como víctima de la violencia política contra las mujeres de Vox, esa banda de fascistas, Montero dixit. Se ha presentado como una virgen dolorosa asaeteada por el machismo fascista y ha concitado la solidaridad de probos catecúmenos de lo políticamente correcto, como PP y Ciudadanos, que, además, acusan a Vox de torpeza política por posibilitar que la susodicha escape, con los atributos de víctima, siempre incuestionables, del enredo monumental de su ley de sólo sí es sí instada por ella, pero aprobada por todo el consejo de ministros/as.

Se equivoca Jiménez Losantos al diferenciar el caso de Montero del de Ana Botella como alcaldesa de Madrid, aduciendo que Botella tenía una preparación académica y profesional de la que carece la ministra de Igualdad. Se equivoca porque el de Botella fue un caso obvio de nepotismo. El ejercicio del poder en un Estado democrático tiene algunas servidumbres. Una de ellas es que la mujer del César no sólo tiene que ser honesta, también tiene que parecerlo. El nepotismo no consiste sólo en que el César decida nombrar para un cargo importante a su pareja u otro familiar; también incurre en esa práctica deleznable cuando da el visto bueno, o calla, cuando son sus subordinados los que, para complacer su vanidad y beneficiarse de su poder, maniobran para nombrar a su pareja, sean cuales sean sus méritos. Así pasó también con otro ejemplo de nepotismo, en ese caso de Felipe González, cuando sus conmilitones de Cádiz situaron a su mujer, Carmen Romero, encabezando las listas al Congreso de Diputados entre 1989 y 2004.

Propongo, dado el estado de la cuestión feminista, un experimento mental, lo que los alemanes llaman Gedankenexperiment. Imaginemos a dos sujetos A y B, A en la cima de un poder democrático, B es su pareja que atesora méritos personales, muchos o pocos, pero que antes de que A fuera elegido para la cima se dedicaba al ejercicio privado de su profesión. A y B pueden ser binarios o no binarios, hombre o mujer. Las combinaciones posibles son: hombre-mujer, mujer-hombre, hombre-hombre y mujer-mujer. Supongamos que B se cree cualificado/a para acceder a un cargo político de libre designación, jerárquicamente dependiente directa o indirectamente de A, para el que se tienen que presentar instancias y méritos para concursar. B, una persona muy leal, se dirige a A y le comunica sus intenciones. A le dice a B que, aun con unos méritos indiscutibles, el hecho de que se presente le causa un problema: con el sólo hecho de su presentación a concurso el tribunal se sentirá coaccionado para su valoración. Si es el/la designado/a, se atribuirá su cargo al favor de A. Si no lo es, los componentes del tribunal temerán ser vistos por A como desafectos a su persona; el resultado es la incomodidad de A y del tribunal. Por todo ello A pide a B que renuncie a sus aspiraciones, nadie iba a creer que su puesto no se lo debía a A. B puede reprocharle a A la injusticia que supone para él/ella que deba sacrificar su futuro profesional, no presentándose, en beneficio de su carrera política, a lo que A argumenta que ésta es la servidumbre de la política democrática, que el sacrificio que supone para él/ella es el precio a pagar para salvaguardar la confianza de los ciudadanos en el recto uso del poder y en la propia democracia. Añade que, de todas formas, él/ella es libre y muy dueño/a de hacer lo que crea más conveniente, pero, si decide presentarse al concurso, presente también la documentación para divorciarse. ¿Por quién sienten más afinidad, por Iglesias, Aznar, González o por A?

Que Irene Montero se presente como víctima de la violencia política contra las mujeres es un victimismo impostado que no tiene otro objetivo que escapar del vendaval de acusaciones de incompetencia por su desempeño como ministra, especialmente con la ley de garantía integral de libertad sexual y la ley trans aprobada en consejo de ministros/as. Sobre todo, si se recuerdan los amedrentamientos de su pareja, Iglesias, contra periodistas incómodas, señalándolas, entre otras cosas, por su vestimenta. O su escrache en la Complutense contra Rosa Díez. ¿No eran violencia política contra mujeres? ¿O sólo lo es cuando se la acusa a ella de beneficiarse del nepotismo de su pareja? Irene Montero pretende defenderse de las acusaciones de incompetencia, que se pueden extender a todo el consejo de ministros/as, no acusando de incompetencia a los jueces, sino atribuyéndoles, con violento y descerebrado señalamiento político, la condición de jueces machistas y fascistas con toga, por el hecho de que aplican la ley por ella instada. Al final, la impresión ya no es de simple demagogia unida a la desesperación por verse señalada como responsable del alivio penal a violadores, es violencia política desde el poder ejecutivo contra el poder judicial y el Estado de derecho. La acusación a sus opositores de Vox de violencia política contra las mujeres no persigue otra cosa que escaquearse de su incompetencia y su irresponsabilidad, presentándose como víctima. Flaco favor se hace a todo el feminismo cuando con él se intenta disfrazar lo que no es sino puro nepotismo.

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