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Daniel Capó

El Govern balear se equivoca

«Amar un horizonte es insularidad», escribió el poeta antillano Derek Walcott, definiendo así un perímetro geográfico al que se anuda la vida. El paisaje define el carácter tanto como la cultura, quizá porque la noción del límite es uno de los rostros de esta. Para los insulares, la relación con el exterior se halla mediada por la conciencia de su dificultad. Esto nos convierte en hombres antiguos, por un lado, y en pioneros, por otro. Fueron los flujos comerciales –en gran medida marítimos– los que construyeron Occidente: primero, los griegos y fenicios; luego, los romanos; y, más tarde, el descubrimiento de las Indias en su doble acepción. Amar un horizonte significa también reconocer la importancia de las infraestructuras como nexos de unión. En el caso de Mallorca, no cabe duda de que sus dos infraestructuras principales son los puertos marítimos y el aeropuerto. Precisamente a nosotros nadie nos lo tiene que explicar.

El Govern balear, sin embargo, desconoce esta realidad y está convencido de que los únicos usuarios legítimos de Son Sant Joan son los turistas. O eso parece. No hay otra razón por la cual un Govern que se define como progresista decida un año más cancelar, en temporada baja, las distintas frecuencias de bus público que conectan el aeropuerto con los municipios de la isla. Se ve que sin turismo no hay autobuses porque, en el marco mental de nuestros políticos, el residente no viaja. Y, si por algún error lo hace, entonces que se pague el transporte privado y un parking –el de Aena–, cuyos precios son dignos de un hotel de cinco estrellas, por no hablar del incremento en las emisiones de CO2 causadas por el uso del coche.

Por supuesto, los políticos de Més culparán al Estado central y los del PSOE a la derecha, y me parece bien que cada cual busque el chivo expiatorio que quiera: forma parte de la contienda política. Pero, para el contribuyente, lo importante no es el relato, por mucho que nos entretengan las riñas entre partidos a unos meses de las elecciones. Lo crucial es que Mallorca necesita –justamente a causa de su insularidad– un sistema de transporte público potente y eficaz, que no suponga una mera concesión al monocultivo turístico, por muy fundamental que sea –que lo es– para nuestra economía. De nada sirve la gratuidad o el anuncio de futuras mejoras ferroviarias sin un apoyo decidido a la red actual, sin un despliegue coherente, planificado y ambicioso, y sin un compromiso real en favor de la calidad del servicio. Medidas como la supresión invernal (¡y otoñal!) del servicio de bus al aeropuerto rayan directamente en la incompetencia y la desidia. No sé cuál es peor de las dos.

Porque ningún motivo justifica esta cancelación. No se puede apelar estrictamente a razones económicas, pues este criterio no es decisivo a la hora de diseñar un sistema de transporte público y, en todo caso, la alta demanda en temporada alta compensaría con creces el descenso de usuarios durante los meses restantes. Por otro lado, tampoco se han explorado soluciones intermedias como utilizar minibuses o incorporar alguna parada adicional al trayecto.

La palabra, señora presidenta, señor conseller, no es un elemento líquido como nos quiere hacer creer cierto relativismo posmoderno y ustedes nos han prometido -directamente a nosotros, sus votantes- un transporte público de calidad. La palabra debe ser sólida, porque la sociedad se sostiene sobre la promesa. Los clásicos sabían bien que el hombre es capaz de prometer, de guardar su promesa y de esperar que el otro también cumpla con su palabra. Mallorca (y Baleares) necesita, en efecto, un buen transporte público, no campañas de publicidad. Demuestren que son políticos de palabra, gobernantes que creen en lo que dicen, y devuélvannos las conexiones con el aeropuerto.

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