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Ernest Folch

La dignidad de una maestra

El linchamiento de una profesora honesta ha servido para destapar el ‘modus operandi’ de la ultraderecha

Colegio La Salle de Palma. GOOGLE MAPS

Aveces, un incidente aparentemente menor explica mejor nuestros dramas que una gran noticia. El pasado viernes, en la escuela La Salle de Palma, una profesora de catalán mandó retirar las banderas españolas que los alumnos habían colgado en su clase, en aplicación de la normativa que la propia escuela aprobó, según la cual no se podrían exhibir símbolos de ningún tipo durante el Mundial excepto en los días de partido. La profesora simplemente aplicó el reglamento vigente pero recibió como respuesta la insubordinación de los alumnos, que se negaron a retirar las banderas. Ante el caos generado, la profesora abandonó el aula y una compañera suya expulsó a los alumnos de la escuela al comprobar que no obedecían. A partir de aquí, algunos padres, indignados por el incidente, lo tergiversaron y le dieron la dimensión política que necesitaba para hacerse viral: según ellos, la profesora había querido humillar símbolos nacionales y había impedido la libre expresión de sus hijos. A continuación, y como es tradición, la ultraderecha política (Vox) señaló a la profesora y la ultraderecha mediática hizo el trabajo sucio de siempre, asediándola con todo tipo de improperios y con mensajes repugnantes exhibiendo sus fotos y la de su familia. La consecuencia es que la maestra recibió un alud de insultos y amenazas de muerte y no ha tenido más remedio que darse de baja de las redes sociales. Incluso Inés Arrimadas tuvo tiempo de poner sus gramos de demagogia destructiva: «Algo estamos haciendo mal cuando (…) unos chavales no pueden colgar la bandera oficial sin ser expulsados».

Esta pequeña fábula dramáticamente real explica mejor que nada el momento en el que nos encontramos. En primer lugar, ejemplifica el espacio que ha ganado la ultraderecha, que es capaz de tergiversar la realidad (ni que sea al precio de destrozar a una persona) con la finalidad de ganar la patética carrera del patriotismo, a la que incluso Arrimadas llega tarde y mal. En segundo lugar, se evidencia cómo se fabrica un relato en el que el demonio del catalán y en consecuencia del ‘procés’ aparezca por algún sitio: si hubiera sido una maestra de inglés y no de catalán, y por supuesto si todo esto hubiera sucedido en Cáceres y no en Palma (lugar todavía sospechoso de poder ser abducido por el pancatalanismo), el incidente nunca habría sido elevado a categoría por el sistema mediático central. En tercer lugar, el caso habla también no solo del fanatismo de algunos padres sino sobre todo de su penoso afán de protección acrítica de sus hijos. En lugar de aceptar que los chicos infringieron las normas del colegio, prefieren agarrarse a la escabrosa teoría de la conspiración ultra, antes que aceptar que fueron expulsados correctamente. Es probable que la escuela donde sucedió, privada, propiedad de la iglesia y de ambiente inevitablemente conservador, facilite un peligroso empoderamiento de los progenitores. Porque lo cierto es que ha bastado una elemental manipulación, convirtiendo una lamentable insurrección juvenil en una inventada opresión política, con su correspondiente y diabólica difusión por la redes, para montar una falsa y patética campaña.

Puede que unos padres hayan encontrado la excusa para tapar el atroz comportamiento de sus hijos, que Vox haya ganado en relevancia en Mallorca y que Arrimadas haya encontrado una cortina de humo para tapar su propia decadencia y la de su partido. Pero lo cierto es que lo único que han conseguido es acosar a una honesta, valiente y anónima maestra, que lo único que quería es preservar el bien colectivo y hacer bien su trabajo. A ella, y a la dignidad que representa, va dedicado este artículo.

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