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Felipe Armendariz

PENSAMIENTOS

Felipe Armendáriz

¿En qué momento se fastidió Mallorca?

¿En qué momento se j. Mallorca? La respuesta la dio el pasado 27 de octubre en este diario el solvente periodista Jaume Bauzá: cuando se permitió construir chalés unifamiliares en suelo rústico.

Debo confesar que la información de Bauzá me puso los pelos de punta: mil viviendas nuevas en pleno campo y otras mil más ampliadas en los últimos seis años. ¡Madre mía!

La situación es grave y es momento de hacer un examen de conciencia. Las islas cambiaron radicalmente con el boom turístico de los años 60. Fue una mina de oro inesperada y para atender al creciente mercado se prostituyeron numerosos enclaves costeros, con hoteles de dudoso gusto y urbanizaciones peor diseñadas. ¡Vistas al mar, vistas al mar¡, fue la excusa para una destrucción masiva del litoral y aledaños bautizada después como «balearización». Con la llegada de la frágil Democracia surgió un dormido espíritu autonomista y un estimulante afán ecologista. Se consiguió proteger Sa Dragonera, mientras Cabrera no sucumbió al ladrillo al estar tutelada por los militares.

El turismo seguía siendo un maná y se acentuó el deseo de miles de no residentes con dinero para comprar su segunda residencia en esta tierra. Pasión que, lejos de agotarse, nos ahoga en la actualidad.

De forma paralela se demonizaron los campos de golf porque, se decía entonces, consumían territorio y se bebían nuestra poca agua. Ahora, visto lo visto, los hoyos y el césped son paraísos, aunque muchos nacieron con el pesado fardo de urbanizaciones aledañas.

Para frenar el frenesí urbanizador se dictaron, no sin trampas y corrupciones, algunas leyes de protección de áreas naturales, del interior y de la costa. Con aquellas medidas nos quedamos tranquilos, pero dejamos, por respeto a la intocable propiedad privada, la gatera abierta a la construcción en suelo rústico.

Desde la Llei de Sòl Rústic de Balears de 1997 (ahora hace 25 años) el que podía comprar dos cuarteradas en suelo rústico (apenas 14.200 metros cuadrados) ya tenía licencia para matar el paisaje. Cinco lustros han pasado y el campo ha desaparecido. Desde Andratx a Capdepera, de Palma a Alcúdia o de Palma a Artà apenas existen espacios libres de cemento. Trigales, almendros, modestos algarrobos y seductoras higueras han dado paso a barbacoas, piscinas, fosas sépticas, viviendas horteras y hasta pistas de tenis particulares. Todo por la propiedad privada.

Según los pocos expertos medioambientales locales activos (que, por otro lado, predican en el desierto), muchas de estas construcciones son propiedad de extranjeros. Además, ahora está creciendo la especulación y acabar con el suelo rústico es visto como una excelente inversión por parte del capital exterior.

Otro daño colateral de la plaga es que muchas de estas casas forman parte de la oferta del turismo residencial. Estamos hipotecando nuestro futuro por treinta monedas de plata.

Tiempo es de recobrar aquellas ansias juveniles de la ocupación de Sa Dragonera y defender lo nuestro: suprimamos, de un plumazo, la venenosa norma de las dos cuarteradas.

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