—¡Arruix!, ¡arruix! ¡Ata al niño JOER! —Perdone, se me ha escapado…

El arrebato verbal y su sumisa respuesta me sobresaltaron. Cuando la escuché, andaba yo tomando mi diaria sobredosis solar de vitamina D por el bosque urbano —menos bosque y más urbano que conozco— bautizado como El Canòdrom, en esta ciudad orinada que nos debería cobijar. Con ese nombre el espacio ya apunta preferencias de uso.

Un niño suelto ilegalmente acababa de lamer a un perro, y fui testigo directo de la amarga deriva de los acontecimientos:

—¡Tu hijo ha lamido a mi perro!

—Perdone, es que es un bebé cachorro y solo quiere jugar.

—¡Pues juega tú con él! Mi perro alterna con quien quiere y tú tienes la obligación de llevar atado al niño, que para eso tenéis zonas cercadas, para que puedan jugar y correr sin molestar a nadie.

—Bueno, pero tampoco hace falta que le pegue —al niño—.

—¿PEGARLE? Lo único que he hecho ha sido ponerle las manos delante para que no tocara mi pantalón blanco y me lo ensuciara con sus manos llenas de tierra. No lo he tocado. Y, por si no te acuerdas, ayer vi cómo el agresivo de tu hijo mordía instintivamente a un pobre dóberman adulto… Cómo lloraba el pobre animal, que acababa de afear a tu hijo el haber refrescado la rueda de un coche, de modo que, humillado, se fue a llorar a su propietario ante tanta impotencia. Lo peor fue ver a la pareja de soberbios rottweiler sin bozal reírse del inocente dóberman. Con ellos sí que no se atrevió tu hijito.

—Es que solo encontré la correa de ocho metros. Discúlpeme nuevamente, pero como el niño se pasa todo el día encerrado en casa, cuando sale está de los nervios.

—Ese es tu problema, os tenemos bien calados. Una vecina me dijo que tu niñito hizo pipí y popó en la hierba y en la zona arenosa de juegos perrunos, sin que tú limpiases nada de nada. Después su perrita retozó por esas lindes y tate, al día siguiente la pobre estaba llena de gusanos en sus orificios naturales, hasta se vio contagiada toda la familia. No puedes ser más guarro, tú. Porque el niño no tiene ninguna culpa, el responsable —repito— eres tú. Cierto que no eres el único propietario, digo, responsable de niño, que permite esas conductas. Pero ya no te aguanto más...

En ese punto el propietario, perdón, padre del niño, no se pudo contener y, tras prologar la sonora bofetada con un «GUARRO TU PADRE», se iniciaron dos contiendas. Los titulares varoniles de los cachorros, por un lado, y el perro contra el niño desatado, por el otro. Como el póster de policía de barrio que a veces veo, no tuvo efecto disuasorio. Por suerte ya no ejerzo, llamé al 092 y pensando aquello de que quien tuvo retuvo, solicité ayuda policial urgente: una ambulancia medicalizada, por si acaso, y un veterinario. Error de apreciación, corroborado por una melodiosa respuesta: «lo sentimos mucho, no tenemos unidades disponibles, están todas ocupadas en operaciones antidroga».

En ese punto, recordé que Tonino —directo de la Universidad— había salido elegido en las listas de Surats pel Canvi en las últimas elecciones, y le llamé. Casualidad o no, a los cinco minutos oí sirenas y aparecieron dos policías locales envueltos en luces voladoras destellantes azules. Aparcaron sus flamantes drones de última generación y corrieron a detener ambas peleas. El cabo separó a los machos y el agente a los cachorros de ambas razas. Un mozalbete, ya de más edad y denunciablemente suelto, disimulaba su presencia agazapado tras la escasa sombra de un desértico seto, bajo una pintada vandálica. No le di importancia y no supe ver que acechaba vigilante —estoy perdiendo olfato—, hasta que sigilosamente se hizo con el dron del policía y se lo birló. El hurto del recién adquirido y mal llamado vehículo sostenible ensombreció de pronto el espacio. Finalmente, ya sin sol gracias al cambio de hora, los tres humanos quedaron detenidos y el perro confinado en Son Reus. El policía fue suspendido de empleo y sueldo durante un par de años por negligencia en el cuidado del material. Al cabo lo ascendieron a teniente por su meritoria actuación que, además, sirvió para promocionar el «bosque» urbano.

He oído rumores que apuntan a que, en el próximo plenario, Cort aprobará que se acoten zonas para niños y niñas en todos los parques municipales. Cada vez hay menos perros en los parques a causa de la irresponsabilidad de los padres de los vástagos al dejar los niños sueltos, incomodando a los propietarios y a sus perros. Estas infracciones deben ser perseguidas, si es necesario con saña, por la policía local. El nuevo teniente dirigirá una unidad especial dotada de ametralladoras sobrantes del último envío a Ucrania. Quedará así garantizado el cumplimiento de la normativa municipal y que ni un niño suelto más orine en las fachadas. Se acabó blindar las plantas bajas con garrafas de agua. Las fragancias amables, tal cual las golondrinas de Bécquer, recuperarán al fin la ciudad.