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Antonio Papell

Lecciones de las elecciones americanas

Las elecciones norteamericanas de medio mandato del pasado martes, en las que se ha producido un discreto movimiento pendular adverso al partido presidencial, han suscitado en el gran país y en su órbita occidental una sensación de alivio. Los republicanos han experimentado un leve ascenso pero la mayoría de los candidatos patrocinados personalmente por Trump han perdido, y el resultado general está muy lejos de la «gran barrida» que la derecha populista USA había pronosticado.

Desde la óptica europea, podemos pues estar relativamente tranquilos porque, de momento, Biden estará en condiciones de mantener su política internacionalista, atlantista, aperturista, de apoyo financiero y militar a Ucrania en su lucha contra Moscú, de respaldo a la globalización política y comercial, de contención de China, de apoyo a las iniciativas contra el cambio climático, etc.

Hurgando bajo la superficie de los simples datos, podría decirse que estas elecciones han proporcionado otra visión de dilema en que se han movido desde 2016 los Estados Unidos: para unos, Trump ha sido/es un loco francotirador poseído de sí mismo que ha logrado con su dinero y con su personalidad arrolladora colarse en la ortodoxia democrática americana para sembrar temporalmente un populismo abyecto que reforzaba las tendencias aislacionistas de los republicanos, recelaba de la OTAN, daba la espalda a Europa, ponía en cuestión algunas de las principales libertades civiles y regresaba a una primaria ley de la selva, con un Estado reducido a la mínima expresión y una concepción darwiniana de la sociedad. Los analistas de este primer grupo piensan, pues, que, desaparecido de escena Trump, las aguas volverán a su cauce: la democracia se regenerará, la legitimidad de las instituciones se respetará y los republicanos seguirán con su visión instrospectiva, aunque con lógicas relaciones positivas con el mundo democrático.

Para otros, más pesimistas, Trump no ha sido un accidente en el camino sino el resultado de una degeneración permanente del modelo americano, que reconoce el fracaso de la integración de sus minorías, que renuncia al liderazgo democrático, que ha fracasado en su intento de poner en pie un reducido estado de bienestar y que impone normas autoritarias que dan eminencia al individualismo frente a cualquier idea de cooperación.

Las elecciones de medio mandato parecen dar la razón a los primeros, a los que creen que Trump ha sido un mal pasajero y ya superado, por lo que es de suponer que los nuevos republicanos, entre los que destaca el gobernador de Florida De Santis, devolverán al partido una pátina de respetabilidad que actualmente ha perdido. Con todo, es reseñable que De Santis, ahora despreciado por Trump porque lo considera un rival más que un conmilitón, no es una paloma frente a los halcones de su formación: todo lo contrario, este personaje está en la extrema derecha, pero no ha hecho trampas fiscales ni ha llamado al golpe de Estado ni duda de la institucionalidad de la vetusta pero sólida estructura política de su país.

Ojalá se confirme esta segunda visión de la realidad, pero seríamos muy torpes los europeos si no aprendiéramos la lección impartida por Trump. Este personaje representa una caricatura del republicanismo, y nada nos asegura que no puedan aparecer otros trumps en el futuro, que dejen a Europa desguarnecida e invertebrada. Biden ha sido la pieza clave de la respuesta occidental a la agresión rusa contra Ucrania. Sin la iniciativa, las armas y los recursos aportados por Washington, la Unión Europea hubiera sido completamente incapaz de contrarrestar la osada agresión de una Rusia atávica lanzada por un autócrata iluminado a una aventura imperialista que nadie esperaba. Y por lo mismo, la UE no puede hacer ahora como si en USA no pudiera producirse nunca más un vuelco populista como el que acabamos de vivir y de superar con evidente dificultad.

La Unión Europea tiene que consolidar su federalización, aun prescindiendo de sus miembros más reacios, como Hungría, y que dotarse de una fuerza militar defensiva que garantice su superioridad ante cualquier hipotética agresión. Porque aunque Trump esté decayendo, el trumpismo es un contagioso virus que puede volver a reproducirse en cualquier momento.

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