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Ramón Aguiló

escrito sin red

Ramón Aguiló

Los límites del derecho internacional

A lo largo de la historia la fuerza siempre se ha impuesto. Así lo proclamó Tucídides: «La ley de la fuerza, que no se somete a ningún derecho supuestamente ideal, es el fundamento de la política y de la historia. Podemos sentirlo como cruel y brutal; pero es así; y el que crea poder rebelarse contra ello será aplastado». Los esfuerzos de la humanidad, especialmente tras la Ilustración, se han dirigido a instaurar el uso del derecho para resolver los conflictos entre las naciones. La paz de Westfalia introdujo por primera vez el concepto de soberanía nacional y que la integridad territorial es el fundamento de la existencia de los Estados; nacía el Estado nación. El siglo XIX y el imperialismo colonialista europeo fueron el escenario de una relativa paz en Europa sólo alterada por los movimientos sociales como la revolución de 1848 y la guerra franco-prusiana. La I Guerra Mundial supuso la entrada en el siglo XX, el más violento de la historia, y la creación de la Sociedad de Naciones, encaminada a resolver los conflictos entre los Estados aplicando el derecho internacional. Su fracaso, acompañado por los efectos deletéreos del pacto de Versalles, la ocupación por Francia del Ruhr, la inflación en la República de Weimar, la crisis económica de 1929 y el auge del fascismo y el nazismo dieron paso a la II Guerra Mundial y, tras ella, la creación de la ONU y el final del colonialismo.

Que la nueva organización internacional fue incapaz de resolver los conflictos entre naciones lo demuestran acontecimientos como la guerra de Corea, Vietnam, las guerras entre el Estado de Israel y los Estados árabes, la desintegración de Yugoslavia, las matanzas de musulmanes en Bosnia Herzegovina, el bombardeo de Serbia, la guerra Irán-Irak, la invasión de Afganistán y la de Irak, la guerra de Siria, la implosión de Libia, etc. La clave de su impotencia radica en el propio Consejo de Seguridad, donde se sientan con poder de veto las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial. Ahora tampoco es capaz de atajar las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania. La inflación en Europa y EE UU, en buena parte causada por los altísimos costes de le energía y la crisis económica subsiguiente en un escenario de guerra de larga duración, puede hacer trastabillar los apoyos de Occidente a Ucrania. Si en sus primeros momentos Macron insinuó la necesidad de pacto entre Rusia y Ucrania, ahora, ante la prolongación de la guerra, ya se alzan voces en EE UU que claman por una negociación que termine con la guerra. Hace unos días, en el New York Times, Charles A. Kupchan, miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, la reclamaba y apuntaba a que el apoyo militar a Ucrania debía tener como contrapartida la toma en consideración por su gobierno de la posición americana sobre el desarrollo de la guerra. La negociación, según Kupchan, debería contemplar el estatus de neutralidad para Ucrania y la fijación del territorio ocupado por Rusia a los límites existentes en 2014 en el Dombás y Crimea. Así, se incrementa la presión sobre Ucrania a la vista de las dificultades económicas de Occidente, una consecuencia de la Realpolitik que consagraría el poder de la fuerza de un Estado invasor sobre la integridad territorial de un Estado soberano, de confirmarse la asunción de esta postura por EE UU y el fracaso del derecho internacional.

Del poder derivado de la geopolítica y de la fuerza armada fue un buen ejemplo la ocupación de media Europa por parte de la Unión Soviética, la guerra fría con EE UU. El caso más paradigmático fue el Berlín ocupado por las cuatro potencias vencedoras, enclavado geográficamente dentro de la República Democrática Alemana. Semanas después del fracaso de Kennedy por el desembarco de Bahía Cochinos en Cuba, tuvo que enfrentarse al desprecio de Nikita Krushchev, que, según cuenta David Owen, le despreció al confesar a su Estado Mayor que el joven presidente carecía de fibra y no soportaría un desafío en el Caribe ni en ninguna parte. Semanas después se enfrentaron en la cumbre de Viena en una atmósfera muy tensa, a la que llegó con retraso el ruso. Kennedy, dopado con anfetaminas y esteroides (tenía la enfermedad de Addison, también llamada insuficiencia adrenal crónica e hipocortisonismo) recibió golpe tras golpe del ruso, que le anunció el bloqueo de Berlín, perdiendo la ventaja emocional y física del pinchazo inicial; se responderá a la fuerza con la fuerza, dijo Krushchev. Para Kennedy fue «lo más duro de mi vida, se ensañó conmigo». Después de Viena se construyó el muro y Kennedy estableció el puente aéreo con Berlín: «Ich bin ein Berliner». Krushchev diría más tarde en su lenguaje brutal: «los testículos de Occidente: siempre que quiero hacer chillar a Occidente, estrujo Berlín». Kennedy se reharía con la crisis de los misiles rusos en Cuba, con el bloqueo de la isla y retirando los americanos de Turquía.

La actual ofensiva de la oposición parlamentaria y de los socios de Sánchez contra Marlaska por el asalto a la valla de Melilla de junio de 2022 con decenas de muertos, acusando al ministro de mentir por haber descartado parte de este suceso trágico en suelo español (como cuando la destitución de Pérez de los Cobos), evidencia el desequilibrio entre el derecho internacional de acogida impulsado por la ONU y los efectos de la inmigración económica descontrolada sobre las fronteras estatales. Parece como si Mohamed VI hubiera calcado (salvando las distancias políticas y temporales) la estrategia de Krushchev. Ceuta y Melilla serían algo así como los testículos de España. Cuando el rey de Marruecos pretende alguna regalía política, sean fondos de la UE por el control de la inmigración hacia Europa en su territorio, sea por reclamar la soberanía marroquí sobre las dos ciudades, o, los últimos años, para reclamar el reconocimiento de España del Sáhara Occidental como territorio de soberanía de Marruecos, no tiene que apelar a ninguna legalidad (por lo demás inexistente a su favor, la ONU exige un referéndum de autodeterminación), sólo tiene que estrujar con fuerza las gónadas españolas enviando miles de migrantes al asalto de las vallas fronterizas, como en 2021. Ya lo ha probado con resultados extraordinarios. Sin la aprobación del Parlamento español, sin la del propio Gobierno, sólo con la bajada de calzones de Sánchez ante las oleadas de 2021, con su teléfono hackeado por Pegasus, ha conseguido Mohamed VI sus objetivos.

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