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Carmen Lumbierres

Mirar atrás para coger impulso

La tentación de manipular la historia en favor de los intereses de algunos es terreno bien conocido

Con la de retos que tenemos por delante y algunos empeñados en seguir hablando de las batallas de los abuelos, que para esos mismos han quedado reducidas a una pelea de hace 80 años. Siempre escucho ese discurso de aquellos que se niegan a condenar el franquismo, y la abstención es lo único que se ha conseguido en estos 45 años de democracia. No encuentro la incompatibilidad en gestionar varios asuntos a la vez, de pasado, presente y futuro. Todos lo hacemos habitualmente sin hacer malabarismos, incluso podemos pensar en nuestros abuelos, en nuestros hermanos y planificar el mejor futuro para nuestros hijos, unidos todos por el hilo de la continuidad que dota de sentido al microcosmos al que pertenecemos. No necesitamos amputar una parte de nuestra cronología vital para concentrarnos en la otra.

Pues justo eso, es lo que nos están pidiendo en nuestra memoria colectiva. Olvido de una guerra que costó alrededor de 540.000 muertos, una represión posterior que llegó a encarcelar a 270.000 personas, fusiló a 50.000, más de 4.000 fallecieron de hambre y frío en las prisiones, y llevó al exilio a otro medio millón de españoles que jamás recuperaron su país. Estos son los datos de la pelea entre abuelos, casi peor ridiculizarlo de esta manera que condenarlo al desprecio, por lo menos dota a los hechos de una mayor gravedad.

La tentación de manipular la historia en favor de los intereses de algunos es terreno bien conocido, pero el revisionismo continuo que vivimos sobre el periodo que va desde la proclamación de la Segunda República hasta casi la victoria del socialismo en 1982 es de un empecinamiento difícil de encontrar en un análisis comparado, así vayan pasando nuevas generaciones de líderes políticos o mediáticos. Hasta una parte de la izquierda, por una parte, quiero decir Pablo Iglesias con nombre y apellido, pone ahora en duda los esfuerzos de sus referentes en la militancia antifascista, y considera que Santiago Carrillo era un líder dócil para la derecha y los poderes oligárquicos de este país en la transición.

Y no puedo quitarme la imagen de dignidad cuando no se agachó ante los tiros de los golpistas atrabiliarios que entraron el 23F en el Congreso de los Diputados, o la bancada del PCE que compartía con Dolores Ibarruri y Rafael Alberti durante la primera legislatura tras el franquismo, como recuerdo vivo de los exiliados y torturados. Fueron más y de muchos partidos, que hicieron el esfuerzo de la convivencia para articular la democracia que ahora vivimos, imperfecta pero que solo necesita de la generosidad y la memoria por parte de todos, subjetiva pero no manipulada.

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