Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Miqui Otero

Casillas, Piqué y Lord Byron lo saben

La crisis de los 40, que a menudo arranca a los 35, se manifiesta de forma aún más clara en quien tiene que colgar las botas. De hecho, la nuestra suele empezar cuando buscas con esmero, casi con obstinación, a un jugador profesional en activo que tenga tu edad. Hasta ahora, todos te parecían mayores que tú, pero, sin previo aviso, no eres capaz de encontrar ni siquiera a un lateral tosco o a un portero alopécico en la liga turca que sume más primaveras que tú. No hay cromo en el álbum con el que pudieras haber compartido orla en el colegio. Además, ni siquiera te aplaude un estadio lleno cuando abandonas el pádel por un problema en el menisco.

Es solo uno de los síntomas. En la crisis de los 40, se nos pone cara de anuncio de Bisolgrip Forte y miramos a nuestro alrededor como ese caminante perdido que se pregunta cómo ha llegado ahí mientras se rasca la coronilla en una rotonda de un polígono industrial. La vida es como una cerveza de la que ya te has bebido la mitad: quedan, si todo va bien, muchos tragos, pero los más frescos y espumosos quedaron atrás. Hay quien involuciona y protagoniza un remake sin presupuesto de su adolescencia (zapas de color rojo, anillo en el pulgar, discotecas en miércoles) y quien hace lo contrario: intenta parecer mayor de lo que es, desarrollando un discurso nostálgico según el cual todo (la música, los libros, los valles, hasta las pizzas margarita de Casa Tarradellas) era mejor antes (cuando él era joven). Están, unos y otros, «en la mitad de la vida, con la senda derecha ya perdida», como dejó dicho Dante en La divina comedia (como ven, ya existía esta crisis en el siglo XIV).

El mecanismo es el mismo, si no peor, en el caso de los futbolistas de élite: su crisis es como la espectacularización de la de todos, con focos y estadio lleno. Hace cinco minutos eran críos pateando un balón (con una semanada millonaria) y ahora son, de repente, adultos. Hacen exactamente lo mismo que el resto de los mortales, pero mucha más gente los ve: no es su sobrino adolescente quien se ríe de sus escarceos con TikTok, sino medio planeta con conexión a internet. Muchos cambian de pareja (lo habitual, por otra más joven), ensayan coreografías, incluso intentan hacerse amigos por Twitter de los famosos veintañeros, como ese divorciado que intenta invitar a un gintónic premium a los universitarios en una discoteca del Port Olímpic.

Todos esos comportamientos erráticos suelen inspirar condescendencia por parte de los que tienen 20 años más (al fin y al cabo, hay algo exhibicionista y egoísta en la crisis de los 40, comparada con otras posteriores), hilaridad cruel por parte de los que tienen 20 menos (creo que ahora lo llaman «energía de divorciado») y una tierna empatía no exenta de vergüenza ajena y reconocimiento genuino por parte de los que atraviesan la misma fase (el autor de esta columna nació en 1980).

En mi entorno, esta crisis va conectada también a la música: a los 41 sientes la música como a los 14, aunque, como sucede con las resacas, esta no golpea igual. De esta variante melómana habla a la perfección la última novela de Fernando Navarro (Todo lo que importa sucede en las canciones) y muchas otras, como Juliet, desnuda, de Nick Hornby, donde una pareja de mediana edad visita el lavabo atascado de club donde tocó el ídolo musical del marido: «Si los retretes hablaran, ¿eh?, dice Duncan. Annie se alegraba de que aquél no pudiera hacerlo. Duncan habría querido quedarse charlando con él toda la noche».

Tus grupos se separan y sobreviven en la espalda de tus camisetas de conciertos donde pone Gira 1998-1999 (las usas para dormir) o en la repetición en Youtube de goles que celebraste en un bar hace quince años. Cada vez que se retira uno de esos jugadores que crecieron contigo, estás un poco más lejos del olor del álbum Panini nuevo y de la música del fútbol (25 contra 25) en el patio del colegio. Es por eso que, cuando esos exfutbolistas cogen el micrófono para decir adiós ante una grada llena de fans, tú también te emocionas en tu salón lleno de muebles de Ikea. No es por ellos, es por ti.

Compartir el artículo

stats