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Emma Riverola

Feijóo y los fantasmas

No es solo la izquierda la que señala la herencia franquista del PP, es este propio partido el que no sabe despegarse de un pasado que debería dar por caduco

Los muertos no hablan, pero los vivos escuchan su eco. Los muertos ya no se mueven, pero los vivos se enredan en sus pasos. Y se pierden, una y otra vez, en sus cuentas pendientes. Los restos de Queipo de Llano ya no descansan en la Basílica de la Macarena de Sevilla. Ya no más honores al hombre que ejecutó y pronunció las peores atrocidades. Le preguntaron al líder del PP, Feijóo, sobre la exhumación de Queipo de Llano: «La política debe dejar a los muertos en paz». Y las cunetas exhalaron, de nuevo, el tiro de la infamia y el grito que clama justicia. Así seguimos, incapaces de pactar sobre nuestro pasado. Reproduciendo el mismo gesto de vencedor y derrotado. En las palabras de Feijóo se adivina más cobardía que creencia. Miedo a quedar como un blando, como un melifluo, como un cobarde… qué triste contradicción.

La mayoría de los cuerpos de las cunetas ya se han perdido para siempre, pero su voz no desaparece, tozuda. Son el símbolo de un proceso de reparación que nunca se hizo. Se pactó para salir adelante, y se salió. Pero, cuando a raíz de la exhumación de Queipo de Llano, Vox acusa al Gobierno de «profanar sepulturas y perturbar el descanso de los muertos» y Feijóo escurre el bulto, se vuelve a la lógica enferma de una guerra fratricida, a la imposición del vencedor. ¿Sería admisible la tumba de un genocida nazi en un templo de la Alemania democrática?

No es solo la izquierda la que señala la herencia franquista del PP, es este propio partido el que no sabe despegarse de un pasado que debería dar por caduco. En un bando y otro de la guerra hubo abusos, arbitrariedades, iniquidades… ¿No es eso una guerra? Todo dolor es digno de respetarse. Pero, ante todo, está la realidad de un golpe de Estado que provocó una guerra sangrienta, prolongada intencionadamente por los golpistas para asolar cualquier posibilidad de resurrección del enemigo, y 40 años de una dictadura que silenció, humilló y quiso aniquilar a los vencidos.

Si ese «dejar a los muertos en paz» significa prolongar los honores para los criminales de guerra y perdurar en el desprecio a los vencidos, no es la lógica de la paz la que se impone, sino la de la barbarie. En la España franquista, el sadismo se ejerció por parte de unos pocos, pero una mayoría de serviles o beneficiarios mantuvieron engrasada la maquinaria. Feijóo tiene poder y libertad -¿y voluntad?- para romper con los fantasmas del franquismo. Doblegarse ante ellos solo le hace más vulnerable a ese populismo que marca el paso con el fascismo.

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