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Felipe Armendariz

PENSAMIENTOS

Felipe Armendáriz

Pegatinas insumisas

Cuando casi todos los coches llevaban la matrícula PM había conductores que adornaban su Seat 850 como si fuera la pechera de un coronel general ruso. En vez de medallas acumulaban pegatinas, de todos los colores, de las sucesivas ITV que habían pasado.

Entonces a los automóviles se les daba una larga vida, algo a lo que, por desgracia, hemos vuelto por mor de la asesina inflación. Lo que ha desaparecido es ese desparrame de adhesivos en las lunas delanteras. De hecho muchos titulares de vehículos han optado por no colocar el distintivo anual de que han pasado la inspección.

Ignoro los motivos de esa insumisión: será por no dar pistas al guardia de la porra en caso de caducidad; será por no dificultar la visión; acaso por pereza… También podría ser un pequeño gesto de protesta, una pataleta contra el sistema.

Todos somos insumisos. Que levante la mano el que esté libre de pecado. O tire la primera piedra.

Se empieza por bajar la basura fuera de horario (aprovechando que vamos al trabajo o al hipermercado) y se acaba por dejar, junto a los contenedores, la voluminosa nevera que hacía mucho hielo y ha dejado de funcionar. Eso sí un día distinto al marcado por Emaya para la recogida de trastos en el barrio.

Otro vicio tiene que ver con los semáforos. Muy pocos paran el coche cuando la luz está en ámbar. La tentación irreprimible es acelerar. Así luego hay colisiones en los cruces.

También están los excesos de velocidad. A muchos les fastidian las limitaciones y corren, vuelan, sobre el asfalto. Con un poco de mala suerte les caza el rádar, pero no escarmientan.

Los hay que circulan por carriles reservados a autobuses, taxis y ciclistas. Y los que tratan de huir de los atascos transitando por los arcenes. Peores son los que aparcan en plazas de minusválidos sin estar habilitados.

Un episodio muy común a la hora de saltarse las normas es el no pedir factura. Ahorrarse el IVA no es moco de pavo y la picaresca prolifera en algunos talleres y en ciertos gremios de reparaciones a domicilio. Vienen, te arreglan la persiana, y por todo justificante te dan un recibito sacado de un bloc comprado en un todo a cien. De chinos, por supuesto.

La apoteosis de la rebeldía ocurrió cuando la pandemia y los asfixiantes confinamientos y toques de queda. Decenas de miles de españoles, antaño buenos ciudadanos, decidieron que las restricciones no iban con ellos. Se echaron al monte y quisieron vivir como si aquí no pasara nada y no hubiera un mañana.

La Policía se hartó de levantar actas y abrir expedientes, aunque muy pocas multas se han llegado a abonar.

Abundaron las fiestas clandestinas y los botellones. Hasta el mismo premier inglés Boris Johnson se comportó como un gamberro antisistema. A él si le salió cara la machada.

Muchas de estas actitudes no están mal vistas por la comunidad. A lo sumo son pecados veniales. O ni eso.

La verdad es que algunos cumplen la Ley no por convicción o equidad, sino para que no les pillen. El miedo al palo nos lleva a raspar la luneta, quitar la pegatina deslucida y pegar la otra de distinto color.

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