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José María de Loma

Reina de Dinamarca

Jose María de Loma

Limón & vinagre | Margarita II: La máquina de fabricar plebeyos

La reina Margarita de Dinamarca, a bordo del yate real. Ida Marie Odgaard / AFP

Me gustas, Dinamarca, porque estás como ausente. No obstante, desde que vimos Borgen Dinamarca somos todos. Dijo una vez un indepe que su aspiración era que Cataluña fuera la Dinamarca del sur: fue la primera vez que en castellano, algo que llevara el apellido danés o la palabra Dinamarca, pudo ser un concepto negativo o controvertido. No me imagino una infancia feliz sin galletitas danesas.

La actualidad de ese país viene estos días de la mano, mejor dicho, de la corona, de la reina Margarita. La única reina ya de Europa, cincuenta años en el trono, más años en el oficio que Laudrup en el suyo. Gran danés.

La reina ha ordenado sacar de la familia real a cuatro de sus nietos. A los hijos de su segundo vástago, Joaquín. Los chavales ya no lo son tanto y la noticia de que la matriarca ha decidido, como Celia Cruz, que no hay sitio para tanta gente, los ha enfadado enormemente. Seguirán en la línea de sucesión pero no gozarán de algunos privilegios principescos, sin que por ello, suponemos, tengan que cometer la vulgaridad plebeya de hincar el lomo o trabajar.

Los principitos son Nicolás, de 23 años; Félix, de 20; Enrique, de 13; y Atenea, de 10 y dice la reina que es por su bien, que así no se condiciona su futuro ni su personalidad o devenir. Pero aduce el padre de la real muchachada que no, que es una afrenta, que son príncipes y que el trato dado a sus criaturas los ha puesto «muy tristes» y ha supuesto un «maltrato». Pero dónde se ha visto a una abuela, hombre, negando un dinerito a los nietos.

Joaquín y la reina se han reunido estos días en el palacio de verano (hay verano en Dinamarca y es en octubre, cosas del cambio climático, tal vez) para tratar el asunto. Mejor dicho, los cuatro asuntos. Hay consenso en una cosa: seguirán viviendo bien aunque no se sabe si a costa del Estado.

Por lo demás, evacuaron una declaración nifunifera (ni fu ni fa) un tanto diplomática, en la que se resaltaban que las relaciones madre e hijo son excelentes y que ambos han decidido «avanzar». No sabemos si ese avanzar es -como se dice por Málaga- «tirar palante» o más bien marear la perdiz por ver si tal mareo llega a la opinión pública y se olvida del asunto.

El censo de royals en Dinamarca baja por decreto, pierde cuatro miembros, más sitio en la foto, menos sillas en los banquetes reales, menos gente en los retratos oficiales. Sin embargo, la reina, un poco después del comunicado y ya en redes sociales, sí ha señalado que, como madre y abuela se siente dolida y comprende el posible daño causado a su familia. No por eso rectifica. Parece.

Tampoco es la primera vez que Margarita la reina pega un recorte, hace un ere en la dinastía: ya en 2016 dictaminó que unos cuantos dejarían de tener paga oficial. El progresismo danés apoya estos recortes, aunque sean en algunos casos recortes de miembros y no de presupuesto.

Los sectores más conservadores no lo ven igual. Se habla de otra cosa, pero en ese país que parece un pulgar que le hubiera salido a Alemania, no pocos están en vilo y las revistas del corazón enfatizan el carisma de una monarca apreciada e incluso querida y tratan de evitar que la cuestión degenere en shakesperiana tragedia y alguien pueda decir «algo huele a podrido a Dinamarca». Con lo bien que huelen los bocadillos de salmón ahumado con mantequilla y pepinillos, los famosos smorrebrod, que tan felizmente se ingieren en las terrazas de Nyhavn, mirando el canal y los barquitos, bebiendo cerveza del lugar, antes de ir a echarse selfis con la sirenita.

Y ahí sigue Margarita II, soltando lastre, aliviando tripulación, enfadando descendientes, perdurando en el trono. Tal vez sea por no fumar: no contiene los nervios. Dice que lo dejó hace dos décadas. Son innumerables las fotos que se hizo en su juventud, madurez y primera vejez con el cigarrito en los labios o las manos. Cualquiera sabe. Su familia está que echa humo.

La reina Margarita de Dinamarca, a bordo del yate real.

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