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Antonio Tarabini

Entrebancs

Antonio Tarabini

Aprender de los errores ajenos

Italia es mi segunda casa por razones familiares, de estudios, y de amistades que me enseñaron a observar, pensar, dudar, y decidir. Por tales entornos me ha causado desconcierto la victoria de la extrema derecha en las recientes elecciones generales italianas. Mayoría absoluta. Tanto monta, monta tanto: Hermanos de Italia 26,1% liderado por Meloni; Liga Norte 8,8% por Salvini; y Forza Italiana 8,1% por el inmortal Berlusconi. Con un 35% de abstención, el índice más elevado de todas las elecciones italianas. Su máximo opositor, el Partido Democrático (PD) de Letta formado por comunistas, socialistas, democristianos y progresistas obtuvo un 19%; y el Movimiento Cinco Estrellas desubicado. ¿Cómo explicar tales resultados? ¿nos afecta? ¿nos puede afectar?

Acudo a mi memoria histórica en las etapas discontinuas transcurridas en Italia (1967-1982). Durante mi estancia en Roma, vivía en la céntrica plaza de Gesú, donde también estaba ubicada la por entonces potente Democracia Italiana (DCI), y por la parte lateral confluía con la calle Botteghe Oscure, donde resaltaba la sede central del no menos potente Partito Comunista Italiano (PCI). Con frecuencia desayunábamos juntos, en un bar cercano a la Plaza Venecia, militantes y dirigentes comunistas, socialistas, democristianos… eran los tiempos aquellos en los que se pretendía formalizar un acuerdo estratégico PCI/DC

Enrico Berlinguer, líder del PCI, era uno de sus actores. Hombre complejo, teórico del eurocomunismo, que defendía el Compromesso Storico. Considerado el líder más popular del Partido Comunista Italiano (PCI), dirigió como su secretario nacional desde 1972 hasta su muerte en 1984 durante un período de fuerte tensión de la historia de Italia, marcado por los años del plomo y los conflictos que hizo que su partido se alejara de la influencia del Partido Comunista de la Unión Soviética y siguió una línea moderada. El PCI alcanzó su etapa de mayor éxito, obteniendo importantes victorias en las elecciones regionales y locales de 1975; y el 34% de los votos en las elecciones generales de 1976. Con estos logros, negoció el Compromiso Histórico con los Demócratas Cristianos, prestando apoyo a su gobierno a cambio de consultas sobre decisiones políticas y reformas sociales. Tomó una posición firme contra el terrorismo después del secuestro y asesinato de Aldo Moro y utilizó la influencia del PCI para guiar a los sindicatos italianos hacia la moderación de las demandas salariales para hacer frente a la severa tasa de inflación del país después de la crisis del petróleo de 1973. Sin embargo, estas concesiones no fueron correspondidas con suficientes contrapartidas del gobierno de Giulio Andreotti, lo que llevó al PCI a abandonar la coalición en 1979.

No lo tenía tan claro Giulio Andreotti: democristiano, culto, vaticanista, cínico, maquiavélico, mafioso, amigo de sus amigos y enemigo mortal de sus enemigos, Primer Ministro múltiples veces y Senador vitalicio. Otro compañero de los desayunos era el democristiano Aldo Moro, partidario del Compromiso Histórico, que fue asesinado (decenios después, siguen sin conocerse los autores reales de su muerte). El compromiso Histórico se acabó. Desde entonces la izquierda y la derecha italiana lleva casi dos décadas empantanadas, formando gobiernos y obteniendo en casi cada elección un resultado peor al anterior.

Y comienza a emerger Silvio Berlusconi empresario, inversor, periodista deportivo y magnate de los medios italianos. Fundador/Presidente de Forza Italia llegando a ejercer como presidente del Consejo de Ministros de Italia en tres ocasiones (1994-1995, 2001-2006 y 2008-2011). En 2013, la Corte Suprema de Casación lo condenó a cuatro años de prisión por fraude fiscal. Fue también condenado a 7 años de cárcel por prostitución de menores, por pagar por servicios sexuales a una menor de edad. Pero en 2014 fue absuelto cuando el Tribunal de Apelación de Milán determinó que Berlusconi «no tenía por qué saber que la joven era menor de edad». Y sigue vivo y coleando.

El Partido Democrático se fundó en octubre de 2007 como producto de la fusión de algunas de las corrientes progresistas —o no conservadoras— de la vieja Democracia Cristiana (DC), del Partido Comunista Italiano (PCI), de restos de los socialistas (PSI), y de otras fuerzas minoritarias. EL PD se transforma en Partido Democrático de la Izquierda (PDS) en 1991; y luego en Demócratas de izquierda (DS) en 1998. Ayudó el abandono de los postulados comunistas y de la descomposición del PCI. La idea era imbatible: Unir en un partido las dos fuerzas políticas dominantes de las últimas décadas en Italia. La DC y el PCI. Al final, el PD terminó pareciéndose más a la Democracia Cristiana que a ningún otro partido, pero sin su vigor electoral. Y cada vez más alejado de la clase trabajadora y más obsesionado en permanecer en el poder» (Daniel Verdú). Y al final la victoria de la extrema derecha en Italia.

Aunque España no es Italia, una primera conclusión, que tiene muchas posibilidades de no satisfacer ni a tirios ni a troyanos, podría ser: Formar un totum revolutum de las fuerzas políticas de izquierdas, socialdemócratas y progresistas, sería un error que puede pagarse caro. Lo mismo vale con los partidos de la derecha, se supone de talante democrático y europeo, confundidos con la derecha extrema española. De momento no es esta nuestra situación, pero riesgos haberlos haylos. Con lo dicho, no propicio la exclusión de ninguna fuerza política (nuestra derecha extrema si lo propone); ni el regreso al bipartidismo; ni el rechazo a gobiernos de coalición. Pero sí defiendo una presencia política plural con programas propios, diversos y comprensibles, más allá de la simple descalificación del adversario. Y evitaríamos los altos índices de abstención y del voto no decidido. Hay que aprender de los errores ajenos, donde han dejado de existir la diversidad y la pluralidad política. Véase La Bella Italia.

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