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Matías Vallés

Brasil y Rusia, las joyas de los BRICS

Nadie pondría hoy como ejemplo socioeconómico a brasileños y rusos, pese a que encabezaron las siglas que presagiaban la mayor revolución del presente siglo

La picaresca de los expertos no consiste en definir un presente de raíces ocultas, sino en acomodarse a sus obviedades. Ningún intelectual en el uso de sus facultades recaudatorias presentaría hoy a Brasil o Rusia como países modélicos, que deberían servir de referentes para salvaguardar la salud del planeta. Sin embargo, brasileños y rusos encabezan las siglas BRICS, que solo dos décadas atrás se presentaban como la vanguardia del progreso socioeconómico.

La marca es el mensaje, y Goldman Sachs bautizó la alternativa barata a la pujanza planetaria en un informe de su área de investigación de inversiones titulado «Construir mejores BRICs globales», y publicado en 2001. En castellano se pierde la gracia del juego de palabras inglés con «ladrillos». Es decir, Brasil, Rusia, India y China se disponían a perder su circunscripción provinciana para construir una amenaza a las superpotencias envanecidas. Había nacido el equivalente financiero a los países no alineados.

La ese minúscula de BRICs restringía el club a los cuatro países citados, pero el oportunismo de disponer de una Pata Pata en el continente negro impulsó a adherir a Sudáfrica una década más tarde, ya sin el padrinazgo de Goldman Sachs. Al transformarse en BRICS, los cinco países asumían el rango de una institución colegial que planteaba el desafío al G7 capitaneado por Estados Unidos.

Es decir, el eje de la mayor revolución popular del presente siglo consistía en adquirir los derechos de una ocurrencia publicitaria de un banco de inversiones norteamericano, que había ganado cientos de millones de euros camuflando la mastodóntica deuda de Grecia. A través de sus satélites financieros, Washington diseñaba incluso la fórmula que debían adoptar sus presuntos rivales, del mismo modo en que un Florentino Pérez modula el formato de sus rivales en la competición para agrandar las victorias madridistas.

Dado el viciado origen de los BRICS, a nadie puede sorprenderle la esterilidad de sus quehaceres. El punto de partida era prometedor, porque los cinco países acumulaban casi la mitad de la población mundial, además de igualar a Estados Unidos en riqueza. La disposición en orden de combate de las clases medias del planeta esbozaba un desafío en toda regla al Occidente privilegiado, dentro den una iniciativa que acabó equiparada a esos libros donde se demuestra que los ordenadores fueron descubiertos en realidad por los sumerios, o que la autoría del descubrimiento de europeos en América corresponde a los vikingos.

De hecho, Brasil, Rusia y los restantes países ladrillos experimentaron unas curvas de crecimiento dignas de un misil, tras la proclamación de Goldman Sachs. La espuma se disiparía pronto, el espectacular lanzamiento con la fanfarria de los buitres financieros dio paso a un desolador estancamiento. Dos décadas más adelante, cuesta distinguir a los BRICS de otros países menos promocionados, por no hablar de la maldición expresa que pesa sobre brasileños y rusos.

Bolsonaro vestido de verde militar y Putin encorbatado asistieron a la cumbre del movimiento celebrada este año bajo la presidencia de China, en medio de una guerra de Ucrania que fue orillada escandalosamente en los parlamentos introductorios de los gobernantes de los BRICS. El único nexo entre los dirigentes eran los tazones de cerámica idénticos, que se presuponen llenos de té. Se trató en realidad de un vulgar encuentro digital, tan descuidado que ni siquiera funcionaba el sonido de las conexiones entre los cinco plasmas. Los discursos ganaban en calidad al no ser oídos.

Los BRICS son incapaces de montar ni un Zoom en condiciones. Hieráticos, desganados, bajo la batuta de un Xi Jinping en el clisé de un maestro de pueblo, ni siquiera guardan las apariencias que disimulen su erosión. Si Goldman Sachs hubiera elegido otro quinteto de países en atención a sus intereses bancarios, el resultado hubiera sido el mismo. Una pirotecnia efervescente, antes de desplomarse sobre la triste realidad.

La Segunda División de dirigentes carece de entidad para liderar el planeta, pero siempre pueden bloquearlo o incluso destruirlo, en la variante de guerra nuclear rescatada por Putin. Sin embargo, el examen cuidadoso de los BRICS en atención a la situación desastrosa de Rusia o Brasil no mejora obligatoriamente la imagen del G7 señorial. John Kampfner publicó su laudatorio Por qué los alemanes lo hacen mejor antes de que la segunda oleada de la covid igualara al «país adulto» con sus vecinos, y de que la guerra ucraniana demostrara que Berlín se había vendido al gas de Moscú.

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