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Joaquín Rábago

Catar: una monarquía feudal que trata de lavarse sólo la cara

El empresario catarí, Nasser Al-Khelaïfi. EFE

Catar es un país riquísimo sobre todo por el mayor yacimiento mundial de gas, una monarquía feudal que oprime a la mujer y explota e incluso quita el pasaporte a los trabajadores inmigrantes, pero a la que se le permite todo precisamente gracias a su fabulosa fortuna y a su alianza con EE UU.

Por ejemplo, organizar el próximo mundial de fútbol, el primero que se celebra en un país árabe, valiéndose de los contactos deportivos del empresario catarí Nasser Al-Khelaïfi, íntimo del emir y que suma a un puesto en la UEFA y distintos cargos en el mundo del tenis la presidencia del Paris St. Germain.

A base de invertir ingentes sumas de dinero, que es lo que cuenta por encima de todo hoy en el fútbol, el club francés ha fichado a algunos de los mejores futbolistas del mundo como el brasileño Neymar, el sueco Zlatan Ibrahimovic o el argentino Lionel Messi.

La organización de ese evento deportivo servirá a Catar para presentarse al mundo como un país moderno por más que, como señalan medios internacionales, el Mundial catarí tiene problemas que habrá que resolver como, por ejemplo, el alojamiento de los miles de aficionados que acudirán.

Según algunas informaciones, se proyectan tiendas de campaña dotadas de todas las comodidades en el desierto y se piensa incluso en organizar vuelos de lanzadera entre Catar y los países vecinos porque, pese a los años de planificación, no hay suficientes alojamientos en el país.

A Catar la contaminación que producirán esos vuelos no debe importarle ya que es la nación del mundo con mayor huella de carbono por cápita, por delante de Kuwait, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí.

Catar cuenta con las terceras mayores reservas de gas del planeta y su flota mercante lleva ese hidrocarburo a todo el mundo.

El yacimiento conocido como North Field produce anualmente 77 millones de toneladas gas, cantidad que se pretende aumentar hasta los 110 millones en cuatro años gracias a la colaboración con el gigante petrolero y gasista estadounidense ExxonMobil.

Gracias a los ingresos por la venta de hidrocarburos, Catar ha invertido en algunas de las mayores empresas industriales del mundo como la automovilística Volkswagen o la tecnológica Siemens, lo que le garantiza futuras ganancias cuando se agoten el gas y el petróleo.

Políticamente, como ha puesto de relieve un reciente reportaje de la televisión alemana ARD y el semanario Die Zeit, Catar es un país lleno de contradicciones: en el país están prohibidos los partidos políticos, no hay oposición organizada y una «falsa» interpretación del Corán está castigada por la ley.

Cuando en 2011 estalló la llamada «primavera árabe» y millones de jóvenes de países como Siria, Egipto, Irak, Irán, Sudán, Marruecos y otros, se lanzaron a la calle para pedir libertades, Catar fue el único país donde descendió el nivel de aprobación de la democracia, tal vez por asociación con los desórdenes y la inestabilidad.

Catar es aliado estratégico de EE UU y alberga en su territorio la mayor base norteamericana de Oriente Medio, utilizada por Washington en sus campañas de Irak, Siria y Afganistán.

Y al mismo tiempo, parece haberse convertido en una especie de patrono de los Hermanos Musulmanes, organización política de carácter islamista y considerada terrorista por gobiernos como Rusia, Egipto.

Ese apoyo tiene sobre todo motivos políticos: los cataríes, que gozan de todos los privilegios como sanidad y educación totalmente gratuitas, son sólo 300.000, de una población total de 2,88 millones si contamos inmigrantes y expatriados, mientras que la Hermandad Musulmana cuenta con millones de militantes y simpatizantes en todo el mundo.

Gracias a la generosidad catarí se horadan pozos en busca de agua en Pakistán, se patrocinan emisoras de radio en Sudán o se financian cursos coránicos en Yemen, todo lo cual permite al régimen de Doha aumentar su influencia en todo el mundo islámico.

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