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Julio Llamazares

Caleidoscopio

Julio Llamazares

Vivan los impuestos

Acabo de recibir la cita para el dermatólogo que pedí en mi hospital madrileño de referencia, considerado un modelo de gestión desde que se semiprivatizó en tiempos de Esperanza Aguirre. Mi cita es para el 5 de mayo del 2023, es decir, dentro de siete meses. No se trata de una operación, se trata solo de una consulta.

A partir de hoy, cada vez que vea a Isabel Ayuso sacar pecho por sus recortes de impuestos a los madrileños pensaré en mi cita con el dermatólogo y sabré por qué es dentro de siete meses: porque a la vez que a los madrileños nos recortan los impuestos nos están recortando los servicios públicos, que se financian con los impuestos, no con sonrisas. Del mismo modo, cada vez que escuche a Núñez Feijóo pedirle a Pedro Sánchez que baje los impuestos, me acordaré de todas esas personas que esperan durante meses, incluso durante años, a una operación o de todos esos alumnos que reciben clases en barracones o hacinados en aulas insuficientes por falta de presupuesto para construir colegios, incluso para pintar y arreglar los que hay. Supongo que a Feijóo y Ayuso les dé igual, porque sus seguros médicos no les harán esperar siete meses y sus hijos o sobrinos no tienen que compartir aula con la chusma.

A cualquiera que le pregunten si quiere pagar menos impuestos va a decir que sí, yo el primero. Pero si al que le preguntan le dicen que, pagando menos impuestos, va a tener peores servicios públicos, o simplemente no va a tenerlos, quizá lo piense antes de responder. Al final, de lo que se trata es de elegir entre un Estado social y uno liberal en el que cada ciudadano se ha de solucionar sus problemas por su cuenta, y allá el de al lado si no puede hacerlo. La disyuntiva es tan vieja como el mundo: individualismo o socialización. Cualquiera de los dos caminos es válido en una democracia, pero para elegir uno de los dos la gente debe saber cuáles son las consecuencias de esa elección. Y a veces da la impresión de que muchas personas las ignoran habida cuenta de la ligereza con la que reclaman pagar menos impuestos mientras exigen los mismos servicios públicos, como si la cuadratura del círculo (menos ingresos por el Estado y el mismo gasto) fuera posible. Que los que pueden vivir sin esos servicios públicos lo hagan se comprende, pero que lo hagan quienes los necesitan para vivir se entiende ya menos.

Una corriente abolicionista de los impuestos se está extendiendo por España auspiciada por una oposición que no tiene que rendir cuentas de lo que pase por ello luego y alentada por una crisis que hace creer a muchos que donde mejor está su dinero es en sus bolsillos y no en las arcas de un Estado que a saber lo que hará con él. Olvidan estos (y calla la oposición) que los impuestos no son cargas caprichosas que se establecen para sangrar a los ciudadanos porque sí, sino la forma que tienen los Estados de procurar el bien común en función de las posibilidades de cada uno y no del sálvese quien pueda, que es lo que muchos defienden hacer, incluso algunos tan desorientados como para, tras pedir pagar menos impuestos, quejarse de que en los hospitales públicos tarden un año en darles una cita médica. Aunque para desorientación (mejor llamarlo cinismo) la de esos presidentes autonómicos que, tras bajar sus impuestos todo lo que pueden y hacer bandera política de ello, cuando tienen problemas financieros acuden al Estado para que les socorra como la ultraliberal Ayuso hizo cuando la Filomena. Para eso sí estaban bien los impuestos…

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