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Pilar Rahola

Mujer, vida, libertad

Con miles de mujeres y hombres de Irán jugándose literalmente la vida, ¿cómo es posible que haya un silencio tan abrumador en las instituciones y los medios internacionales?

Se llama Faezeh Hashemi Rafsanyani y es la hija del ayatolá Akbar Hashemí Rafsanyani, ídolo de la Revolución islámica y expresidente de Irán, fallecido en 2017. Faezeh es una de las detenidas más notorias de una larga lista de iranís que han alzado su voz por el asesinato de la joven kurda Mahsa Amini y han sido detenidos. Otras figuras relevantes, como la cantante Mona Borzoui, detenida por un vídeo recitando una poesía, o el futbolista Hosein Mahini, por unos tuits, o el cantante Shervin Hajipour, por colgar una canción de apoyo, se unen a cineastas, futbolistas, periodistas y cantantes que estos días llenan las cárceles de Irán. Entre otros, miembros de la selección nacional de fútbol, que en un amistoso contra Nigeria en Viena vistieron chaquetas negras durante el himno, tapándose cualquier símbolo del país, en señal de protesta. En estas semanas de revuelta, desde el 14 de septiembre en que un grupo de personas se reunieron ante el Hospital Kasra, donde estaba el cuerpo de Mahsa Amini, y gritaron «muerte al dictador», las protestas se han convertido en una marea humana de hombres y mujeres que se cortan el pelo, queman sus hiyabs y gritan el lema de la revuelta: «Mujer, vida, libertad». Es tal la dimensión del levantamiento que Iran Human Rights ha elevado a 100 el número de muertes comprobadas por la represión, y los detenidos y torturados se cuentan por miles.

Lo primero que hay que recordar, para entender lo que ocurre, es que Irán es una brutal teocracia que no solo exporta terrorismo al mundo a través de Hizbulá y la Guardia Revolucionaria (Yemen, Líbano, Triple Frontera, Irak), sino que somete a la población a una tiranía implacable a la que no le tiembla la mano a la hora de perseguir, torturar y matar a los opositores. El tema de las mujeres es especialmente sensible, dado que sus derechos están reprimidos a través de cientos de leyes vinculadas a la sharía, que las asfixia completamente. En el caso del velo, las restricciones llegan al punto del delirio: miles de furgonetas de la policía de la moral circulan por todo el país, sobre todo por lugares que frecuentan los jóvenes, velando por que las mujeres lo lleven rigurosamente, y cuando no es el caso las meten en la furgoneta y las golpean brutalmente. Así es como murió Mahsa Amini. Lo segundo a reseñar es que Irán tiene una densa historia de revueltas, con una población valiente que a menudo se ha enfrentado a los tiranos y que, desde la revolución de los ayatolás, se ha sublevado varias veces. Por ejemplo, durante las protestas de 2019 contra la subida de la gasolina (200%) hubo un millar de muertos, 5.000 heridos, 7.000 detenidos y se quemaron 731 bancos y 140 centros del gobierno. La revuelta actual es la última de las muchas que se han ido produciendo cíclicamente, desde que se impuso la tiranía. No se sabe cuándo se detendrá, dada la dureza de la represión, pero de momento está viva en todo el país, y aunque el régimen ha intervenido las redes sociales, no puede impedir que se filtren imágenes sensibles de las protestas.

Con miles de mujeres y hombres de Irán jugándose literalmente la vida, ¿cómo es posible que haya un silencio tan abrumador en las instituciones y los medios internacionales? No solo eso, sino que todo sigue como si no estuvieran asesinando impunemente a la población civil. El mismo lunes, la agencia estatal de noticias Irna informaba de la satisfacción del Gobierno iraní por la propuesta presentada por Josep Borrell para desbloquear las conversaciones de reanudación del Plan Nuclear. Ni una palabra de las protestas y la represión. Una amiga iraní que estudia en Chicago me enviaba este post, a raíz de lo que está pasando en la Universidad Sharif: «¿Te imaginas al Gobierno americano enviando policía armada a Harvard o el MIT para matar a estudiantes? Pues eso está ocurriendo en Irán. La prensa internacional parece estúpida y ciega!!!» Añadía que cualquier institución universitaria debería estar clamando contra esta locura, pero nada de eso ocurre. Ni hay protesta universitaria, ni indignación en las calles, ni respuesta política, más allá de insulsas declaraciones.

Es especialmente significativo el silencio de la progresía, tan acostumbrada a hacer grandes manifestaciones cuando los presuntos malos son los americanos o los israelís, pero vergonzosamente callados cuando las barbaridades vienen a tropel del islam. Entonces ni existe causa, ni defensa, solo el vergonzoso ruido del silencio. Y así es como los valientes iranís que se juegan la vida por la libertad lo hacen en una terrorífica soledad. Es la vergüenza de una izquierda bizca, de una prensa diletante y de unas instituciones internacionales que solo sirven para proteger miserias del statu quo.

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