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Antonio Papell

La vía canadiense

La región de Québec es, junto con Escocia, el espejo en el que lleva años mirándose el separatismo catalán, que acaba de mencionar por enésima vez la vía canadiense para conseguir la autodeterminación. Es de sobra conocido que desde un punto de vista histórico, no existen paralelismos entre los casos norteamericano, británico y español, pero el movimiento soberanista catalán insiste en tomar ejemplo de aquellos conflictos. Que difícilmente le brindarán caminos independentistas ya que Québec ha zanjado el problema por la vía del sentido común.

A finales de los años sesenta, a pocos meses del mayo francés del 68 y en un contexto de descolonización internacional, surgió en la francófona y gigantesca región de Québec (de un tamaño equivalente al de toda Europa occidental y con ocho millones de habitantes), el ‘Parti Québécois’, una formación nacionalista de corte progresista y con un objetivo muy claro: la secesión del Canadá. En sólo una década alcanzaron el poder y en 1980 se organizó el primer referéndum. Contra lo que se piensa a veces, la consulta no tenía carácter vinculante y no era propiamente un referéndum de secesión: se preguntaba a los quebequenses si concedían a la autoridad regional la autorización para negociar un nuevo y poco claro estatus jurídico de cosoberanía. La propuesta fue rechazada por casi el 59,5%% de los votantes. Sin embargo, se había sentado un precedente generador de inestabilidad. «Todos hemos resultado perdedores con esta experiencia traumatizante», aseguraba el primer ministro del país, el liberal Pierre Elliot Trudeau, padre del actual primer ministro.

Sólo quince años después, en 1995, el Partido Quebequés volvió a convocar un nuevo referéndum. Si el de 1980 proponía negociar «la soberanía-asociación» con el gobierno del Canadá, el de 1995 no resultaba mucho más claro. Proponía negociar la «soberanía» al mismo tiempo que ofertaba una «asociación opcional» al resto de Canadá.

«¿Está usted de acuerdo con que Québec llegue a ser soberano después de haber hecho una oferta formal a Canadá para una nueva asociación económica y política en el ámbito de aplicación del proyecto de ley sobre el futuro de Quebec y del acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?», decía la enrevesada pregunta.

Esta vez se bordeó la catástrofe. Los separatistas lograron el 49,42% por el 50,58% de los unionistas. Menos de 55.000 votos de diferencia en una región que tenía entonces siete millones de personas.

Esta vez sí, en Otawa sonaron todas las alarmas. Fue entonces cuando el Gobierno Federal emprendió el camino que a la larga acabaría por blindar la unidad nacional del país. El ejecutivo acudió al Tribunal Supremo, para que estableciera tanto las condiciones de un más que previsible tercer referéndum como las de un posterior proceso de secesión. El fallo se conoció en 1998 y supuso el embrión de lo que dos años más tarde se conocería como Ley de Claridad, aprobada por el Parlamento nacional el 29 de junio de 2000. Así, Canadá se convertía en el primer Estado democrático que preveía su propia divisibilidad.

La llamada Clarity Act (Loi de clarification en francés, Ley de la Claridad en español) aceptó que hay medios que un Estado democrático no debe emplear para retener contra su voluntad a una determinada población concentrada en una parte de su territorio. Pero también estableció las condiciones concretas para llevar a cabo un nuevo intento de secesión. De modo que las preguntas deliberadamente ambiguas como las de 1980 y 1995 quedaban excluidas de la nueva ley. A partir de ahora, la Cámara de los Comunes habría de comprobar que la pregunta del referéndum resultase perfectamente clara, inteligible y abordara directamente la secesión. La ley preveía igualmente qué elementos deberían figurar en una nueva agenda de negociación, tales como la repartición del activo y el pasivo, o el establecimiento por parte de la Cámara de los Comunes de una mayoría clara o «mayoría reforzada» para dar por bueno el resultado, así como un porcentaje mínimo de participación.

Tras la clarificación, el nacionalismo no ha vuelto a plantear otro referéndum y la secesión ha perdido prestigio y demanda. Canadá es por ello uno de los países más modernos y eficientes del mundo.

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