Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pastillas para no soñar

No había tomado nunca morfina hasta que, la semana pasada, me operaron del brazo. Fue la solución química ante el dolor intenso en el posoperatorio y admito que las dos dosis antes de recibir el alta me hicieron transitar del sufrimiento a un bienestar ligero, una sensación de ingravidez plácida en pocos minutos, difícil de olvidar. Pasar de las lágrimas a la sonrisa lánguida, de la percepción milimétrica de los huesos y ligamentos del brazo a la flotación interplanetaria en tan poco tiempo es una bendición a la cual espero no tener que recurrir en muchos años, ojalá nunca más.

Dolores cotidianos tenemos muchos y el umbral del dolor es subjetivo, por eso este tipo de drogas son una tentación para aquellos que lo pasan mal. ¿Vivimos demasiado empastillados? Las noticias que llegan de EEUU ponen los pelos de punta: crece la preocupación por el consumo de opioides entre los más jóvenes. Últimamente, de hecho, han muerto dos jóvenes de 13 y 19 años por el consumo de Fentanilo, una droga entre 50 y 100 veces más potente que la morfina que me fue administrada y que me proveyó un viaje en globo oportuna y mesuradamente.

Un problema de salud pública de primer orden en EEUU y que esconde lo que Patrick Raden Keefe denominó en el título de su último libro El imperio del dolor. Una industria gobernada por un empresariado que se sirve, demasiado a menudo, de unos médicos que ignoran el juramento hipocrático cuando recetan medicamentos adictivos a lo loco. Es una lectura muy recomendable sobre una familia de alcurnia de empresarios de la industria farmacéutica que está en los tribunales, acusada de la muerte y adicción de miles de personas en EEUU. No tienes por qué sufrir en el hospital, me dijo la enfermera antes del primer pinchazo ante mi cara de terror al oír la palabra morfina. La segunda casi la pedí yo. Una semana después, el dolor ha desaparecido, pero todos sabemos que hay quien sufre dolores abstractos que no marchan y que «las pastillas para no soñar», como canta Sabina, son una tentación, aunque desde los tiempos de Hipócrates sepamos que vivir también es sufrir.  

Compartir el artículo

stats