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Jorge Fauró

Limón & vinagre | Liz Truss, Primera ministra británica

Jorge Fauró

Limón & vinagre | Liz Truss: La Dama de Barro

La primera ministra británica, Liz Truss, el pasado viernes durante una visita a una fábrica en Northfleet, en el sureste de Inglaterra. Dylan Martinez / Pool-Afp

Heredera de Thatcher, antigua antimonárquica, conversa del Brexit, última primera ministra de Isabel II. Todo cuanto hasta ahora se ha subrayado de la nueva jefa del Gobierno británico parece devolverla inevitablemente a otro tiempo, y, sin embargo, lo que Liz Truss (Oxford, 47 años) observa cada mañana en su espejo es el reflejo de la dirigente europea con el mayor reto de futuro en la historia de Inglaterra: el de levantar un país que fue antiguo imperio y que ahora se enfrenta a la mayor crisis económica del último medio siglo, fuera del paraguas de la UE y con la nunca disipada maldición del cisma que sobrevuela el Reino Unido desde Escocia a Irlanda del Norte.

Todo parece pasado y nuevo a la vez en el recién estrenado mandato de Truss, decimoquinta y última primera ministra de Isabel II y la número 56 en la historia del Reino Unido, tercera mujer en el cargo tras Margaret Thatcher y Theresa May. Truss tiene dos años para desmentir las encuestas, cuyas gráficas son funestas para los conservadores.

Recibida por la difunta monarca el 6 de septiembre, solo dos días antes del fallecimiento de esta, Liz Truss continúa siendo una gran desconocida fuera de Gran Bretaña. Los diez días consagrados al funeral de la reina eclipsaron su imagen más allá del Canal de la Mancha, un absoluto imprevisto tras la machacona exposición de la política británica por causa de Boris Johnson y sus covid parties, la dimisión de miembros de su gabinete y los asuntos propios de Eyes Wide Shut de parte de sus señorías. Al margen de lo luctuoso, el funeral fue un éxito de protocolo y un punto a favor del nuevo Ejecutivo.

Mientras que a Boris Johnson se le reconocería a la legua entre una muchedumbre de miles de personas, a la nueva premier pocos le ponen cara sin un lapso de duda. Todo a su tiempo. Podría uno cruzársela en el paso de cebra de Abbey Road o ver su rostro en la BBC Internacional y no saber que está ante la primera ministra. Difícilmente olvidarán las nuevas generaciones a Johnson, con su cara sonrosada de cerdito bueno, como de caricatura que no se hace aposta y peinado de haber dormido en el coche. Al contrario que a su predecesor, del que fue secretaria de Estado de Exteriores y ministra de la Mujer, a Truss nos costaría identificarla en un destino de borrachera. Porte sobrio en el vestir y una cara que podríamos haber visto miles de veces y no recordar, sin un rasgo singular en su fisonomía.

Su padre era profesor; su madre, enfermera. Estudió en Oxford Filosofía, Política y Economía, y fue en sus años de estudiante, con 19, cuando despuntó como recalcitrante luchadora contra el thatcherismo y altavoz crítico con la monarquía. Los perfiles de su nombramiento como primera ministra no han olvidado aquellas palabras suyas de 1994 detrás de un atril: «Cualquier persona en el Reino Unido debería tener la oportunidad de llegar a ser alguien, pero solo una familia puede ser jefe de Estado». Cuentan los cronistas que su conversión se completó en la Roundhay School de Leeds, contrariada por profesores más ocupados en causas sociales que en tareas propias de la enseñanza. Del europeísmo al Brexit; del antithatcherismo a presentarse en público vestida de réplica de la Dama de Hierro; de la república a organizar las mayores exequias de la Historia.

Conversa es uno de las adjetivos más recurrentes en la biografía de Liz Truss. Eminentes politólogos como John Gray han llegado a calificar de parodia, esta metamorfosis de la que, sin embargo, Truss presume tanto como de su izquierdismo adolescente. Horas antes de que se anunciara el fallecimiento de Isabel II, la primera ministra anunciaba el mayor paquete de medidas económicas en tiempos recientes, 150.000 millones de euros que contrastan con el sofisma neoliberal de bajada de impuestos y de adelgazamiento del Estado, dos conceptos que también incluye a menudo en su discurso en la más pura herencia de Thatcher.

No fue un anuncio en clave electoral o de mirada interna al partido. Todos los indicadores atisban un otoño negro para los ciudadanos de Reino Unido, atenazados por más de un 10% de sus ingresos destinados a costear la factura energética, con la inflación desbocada, miles de compañías en riesgo de quiebra, huelgas en los colegios, en la sanidad, en el transporte y en el funcionariado. Pero no se trata del mismo escenario social en que se movió Margaret Thatcher entre 1979 y 1990.

Súmese la reivindicación de referéndum de independencia por parte de Escocia y el peligro de ruptura -que Truss defiende- del Protocolo de Irlanda del Norte, el acuerdo postbrexit que elimina fronteras comerciales entre la República de Irlanda (en la UE y en el euro) e Irlanda del Norte (en la libra y bajo jurisdicción británica). Los costes de la pandemia, la guerra de Ucrania y el Brexit sitúan a Truss al frente de un antiguo imperio colonial sostenido con andamios de barro del que ahora ella es la Dama.

La primera ministra británica, Liz Truss, el pasado viernes durante una visita a una fábrica en Northfleet, en el sureste de Inglaterra.

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